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Seis (o más) personajes en busca de autor

  • Intuición. Mercedes de Pablos cree en su libro en la resurrección de los muertos (Bolaño) y en la de los vivos (Siza y Echanove), que los cita y se presentan en Sevilla.

MERCEDES de Pablos escribe dios con minúsculas, pero cree en la resurrección de los muertos. Al menos, en la de Roberto Bolaño, que se queda a vivir en el primer relato de su libro Ajuste de cuentos (Espuela de Plata) igual que Carmen Maura en Volver de Pedro Almodóvar. Y en verdad que Bolaño resucitó, porque no se conoce otro caso de escritor muerto que saque tantos nuevos títulos en las librerías. Mercedes lo trató en su crepúsculo sevillano, fotografiado en 2003, el año de su muerte, con otros escritores transoceánicos, once literario de la Copa Libertadores. Un once inicial (con el refuerzo de Cristina Rivera Garza) que sería once final.

No sólo cree en la de los muertos. Mercedes de Pablos también cree firmemente en la resurrección de los vivos. El libro que le ha editado Abelardo Linares tiene una especie de campo magnético en virtud del cual cuando la autora menciona a alguien en uno de sus relatos, ese alguien hace el equipaje, coge un avión o un ave y se planta en Sevilla buscando a esta concejal Pirandello. Así ocurre con Álvaro Siza o Juan Echanove, protagonistas de sendos relatos mercedarios que han venido a Sevilla, el arquitecto para inaugurar una exposición de cuadros y ser investido doctor honoris causa por la Universidad, el actor para interpretar a un personaje de Edgar Allan Poe en el teatro Central. Con Siza ficciona un encuentro real en el museo Picasso; con Echanove, una precoz fascinación con exorcismo (¡fuera de esta emisora!) en Radio Sevilla.

La resurrección de Saramago, inductor del relato Las gallinas de Palacio, es el primer mandamiento de la ley del dios de Mercedes de Pablos. Saramago no creía en Dios, no-creencia que le devuelve la mayúscula a quien, en la tesis del portugués, fue creado por sus criaturas. Estos muertos vivientes y vivos mortales de los relatos de Mercedes de Pablos -sólo falta por aparecer Brad Pitt- se me han presentado en la liturgia de lector con otras lecturas postreras: el libro del teólogo Andrés Torres Queiruga sobre la Resurrección, donde leí esta cita de Isaías: "... despertarán y brincarán los habitantes del polvo", y Moby Dick, ese leviatán de los mares, la temible ballena blanca del neoyorquino Herman Melville a la que el narrador considera inmortal, inmortalidad definida como una ubicuidad en el tiempo. Todo un hallazgo: tanto vale estar en todos los sitios como en todos los tiempos.

Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto. Agustín Díaz Yanes le dio la alternativa como actor a Antonio Chenel Antoñete. La muerte nunca vuelve con las manos vacías. En esos días de octubre se le acumuló el trabajo: el motorista Simoncelli moría como un torero; el tirano Gadafi moría como un toro; y el torero Antoñete moría como un señor. Paseíllo mediático de tres hombres unidos en todo caso por la civilización mediterránea. Y sus barbaries. Días de octubre en los que tres encapuchados anunciaron el final de la lucha (y la hucha) armada. El árbol de Guernica está en la portada del libro Milenarismo vasco, de Juan Aranzadi. Lo abre con una cita muy sevillana, de Juan de Mairena: "¡Hay que vivir! Es el grito de bandera, siempre que los hombres se deciden a matarse". Lo dijo Larra: "Aquí yace media España, murió de la otra media".

Juan Diego no resucita porque es como Moby Dick: ubicuo en el tiempo desde que hacía en la televisión en blanco y negro El niño de la bola de Pedro Antonio de Alarcón. Es tan aburrido y pretencioso ese binomio de escritor y periodista (o viceversa) que Mercedes lo dinamita, hace ficción con su trabajo de periodista. Por eso se le aparece Bolaño, medio siglo de las luces (1953-2003) que le regaló a Cercas el contacto de Salamina y se acuerda en Los detectives salvajes de Pedro Garfias, ese poeta de Osuna que se exilió y ganó más dinero en México con el dominó que con los poemas.

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