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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Son y están

"Quiero donar gratis a Sevilla todo lo que he disfrutado como coleccionista"

  • Desde la modestia de una vida de frutero, despachando durante más de 40 años en el Tiro de Línea, su pasión por el arte le impulsó desde muy joven a coleccionar pinturas, esculturas, estampas y grabados, que ahora está donando al Archivo de Indias, al Ateneo, a la Academia de Buenas Letras, al Alcázar, a la Catedral y al Museo de Bellas Artes.

SU domicilio, en un piso entre Nervión y el Polígono de San Pablo, es fiel reflejo de la pasión por la cultura de un hombre sencillo que no tuvo de joven la oportunidad de hacer estudios superiores ni probarse en la creación artística. Convirtió esa vocación frustrada en motor de su acercamiento a los artistas, hasta el punto de hacerse coleccionista. Primero, siendo la persona que reunió más obra del pintor Diego López y del escultor Antonio Illanes, con quienes trabó estrecha amistad. Y a partir de ahí, ensanchando su amor hacia los temas sevillanos poniendo en marcha una colección de grabados y estampas que sólo es superada por las de la Fundación Focus y la Fundación Medinaceli.

A sus 75 años, da un vuelco a su pasión por el arte y por Sevilla. Y todo lo que él ha disfrutado en la intimidad de su pequeño mundo lo quiere poner a disposición de la ciudad de modo gratuito, sin negociar ningún tipo de contraprestación económica ni trato de favor. "Porque la colección son mis hijos, y a unos hijos no se les vende", apostilla. Cuando se puso en marcha la idea de crear un museo de la ciudad, le ilusionó donar en bloque toda su colección artística. Al abandonarse ese proyecto museístico, además de donaciones a sus sobrinos, ha optado por donaciones temáticas a diversas instituciones. Acaba de publicarse en el BOE la aceptación por parte del Archivo de Indias de su colección de estampas y grabados a la vez de temas sevillanos y americanistas.

-¿Cuáles son sus orígenes familiares?

-Nací en el fatídico 1936. Mi padre, Baldomero Luque, era muy conocido en la Gran Plaza. Tenía un magnífico bar-restaurante en Ciudad Jardín, y después mi padre triunfó como mayorista y minorista de fruta, con varios puestos en Nervión. Llegó a tener en Sevilla media docena de fruterías, y adquirió una buena finca de melocotones entre Utrera y Dos Hermanas, tenían fama con su marca Platero. Tuvo seis hijos, sólo dos varones, y ambos nos dedicamos también a la fruta. Mis abuelos paternos eran acaudalados, los Perona, muy conocidos en Castilleja de la Cuesta. La familia de mi madre era más modesta pero con más interés por la cultura. Mi abuela materna trabajó para los duques de Béjar y para la familia Salinas, la del pintor Manuel Salinas, que vive en Mateos Gago.

-¿Cómo se recuerda en el origen de su afán coleccionista?

-Igual que ahora, con una tijera en la mano para recortar temas culturales que aparecen en los periódicos, y clasificándolos en carpetas.

-¿Dónde se ganaba la vida como frutero?

-En la Avenida de los Teatinos, en el Tiro de Línea. Ahí trabajé como autónomo más de 40 años. Y todo lo que ahorraba lo dedicaba al coleccionismo, y bien que celebro haber tomado esa decisión. No era una frutería en la que primara el marujeo. A mí me gustaba hablar de arte con los clientes, porque yo no sé de deportes, ni de toros, etc. Y en las vísperas navideñas, decoraba con mucho esmero la frutería y la llenaba de luces. Fui pionero en adornar escaparates y acudían personas de otros barrios a verlo.

-¿Qué elementos iniciaron su colección?

-Cuando yo tenía quince años, recibí un legado obsequio de la viuda de Francisco Baena, un hombre muy religioso y monárquico. Unos pocos grabados, libros, recortes,... Y todo subió de escala cuando logré el privilegio de ser amigo del pintor Diego López (que fue amigo del rey Alfonso XIII) y del escultor Antonio Illanes. Y de sus familias, con las que aún conservo entrañable relación, y han confiado en mí para honrar y valorar sus obras. A ellos dediqué mis ahorros durante muchos años y me aceptaron en sus reuniones, López en su casa modernista de la calle Gerona, e Illanes en sus rondas poéticas de los jueves en su casa de Antonio Susillo, por desgracia ya desaparecida. Llegué a tener más de 30 esculturas de Illanes. En anticuarios sólo compré el llamador del paso de la Oración en el Huerto (Montesión) que se incendió en 1936.

-¿Le fue difícil ser aceptado en esos ambientes, por tratarse de un frutero?

-Esos artistas vieron en mí a una persona con un amor tan sincero y apasionado por el arte, que esquivaban a quienes llegaban avasallando con dinero y me prefirieron a mí. Piense que Diego López se había forjado en los ambientes aristócráticos de Madrid, había vendido cuadros incluso en Nueva York, y en Sevilla se casó con una mujer muy rica, María de Palma, que vivía de las rentas de muchas viviendas en alquiler en Sevilla. Tenían en casa la opulencia y el hambre de los humildes al salir a la calle. Parece que la divina providencia estaba marcando mi camino, en el legado que recibí de Francisco Baena había recortes de la revista La Esfera, con imágenes de los mejores cuadros de Diego López sobre gitanas.

-¿Se rivaliza con otros coleccionistas?

-Ahí está el milagro que Dios ha obrado como creyente que soy. Ya me lo dijo don Diego López. Era un hombre que rechazaba a todos los petulantes, y yo, de modesta condición, irrumpo en su vida. Era un hombre de mucho conocimiento y dijo: "Este es el que se lleva la colección de mi casa". Poco a poco, pagándola, porque sabía que era una pasión. Hay personas que ponen en la balanza el sentimiento de la persona y rechazan al preponderante con mucho dinero. Don Antonio Illanes y doña Isabel de Salcedo también le dijeron nanay a muchos.

-¿Cuándo empieza a trascender la colección que iba forjando?

-Empecé a recibir en los años 80 a personas de cultura superior a la mía y a investigadores de la Universidad Hispalense. Alberto Morales, historiador del arte, que fue concejal del Ayuntamiento con Becerril y Rojas Marcos, me animó a que se tuviera en cuenta mi colección. Y empezaron a venir Jorge Bernales Ballesteros, Juan Miguel González, Joaquín Álvarez Cruz, Antonio de la Banda, Enrique Valdivieso, etcétera. Y sobre todo Enrique Pareja, que dirigía el Museo de Bellas Artes. Además, en los últimos años, cuento con la extraordinaria ayuda del investigador Bartolomé Miranda, mi gran apoyo en la actualidad, quien, además, comisarió para la Fundación Europea de Yuste en 2009 una exposición sobre Las bodas del emperador Carlos V a través de la estampa europea (siglos XVI-XIX), montada con fondos de mi colección.

-¿Dónde ha ido encontrando esos grabados y estampas?

-En tiendas profesionales, en ferias y mercados de arte, en mis viajes por ciudades europeas. Siempre buscando temas relacionados con Sevilla. He llegado a reunir cuatrocientos. Los que son más difíciles, hay que comprarlos a la primera oportunidad que surja. Como dudes, te puedes llevar diez años esperando que aparezcan de nuevo. En Sevilla le he comprado sobre todo a dos británicos que me han honrado con su amistad y su enorme cultura, más allá de ser cliente de ellos. Por un lado, Laurence Shand, que tiene su tienda en la calle San Vicente. Me ha buscado muchas cosas en los mercados de Nueva York, Londres y París. Por otro lado, Jane Phelps, que tenía su tienda en el Pasaje de Vila. Este año ha fallecido. Una mujer extraordinaria. El mejor de los que he donado al Archivo de Indias lo conseguí gracias a ella. Se me rompe el corazón recordándola.

-¿Cuál fue su primera donación?

-En 1995, al Museo de Bellas Artes. Soy de los miembros fundadores de la Asociación de Amigos del Museo. Le di al museo cuatro piezas: la obra maestra de Diego López, La sevillana. Cuando se la compré a él, veinte años antes, enmi fuero interno sentí que esa adquisición era para dárselo en el futuro al Museo. Además, les di tres piezas importantes de Illanes, todas en barro cocido: la deslumbrante Venus hispalense, el Autorretrato de estilo rodiniano, y el Retrato de Isabel de Salcedo, su esposa. Las tres de Illanes no están expuestas, permanencen en los depósitos del museo. Hay quienes me han criticado por no tener garantizada su exposición, pero yo no me quejo.

-¿De qué consta la donación al Archivo de Indias?

-De 197 piezas de temática americanista. Incluye un óvalo de Isabel la Católica firmado por Illanes. Le vienen bien al Archivo de Indias para las exposiciones que monta. Estoy muy contento del acuerdo con su directora, Isabel Simó. Cuando concluya la muestra que tiene ahora sobre las especias, está previsto que se exponga lo más granado de mi donación. El cartel sería un grabado con una hermosa vista del Palacio de San Telmo, formó parte de la colección de los Montpensier. Era propiedad de una persona de Sevilla a la que en su día le dije: Si lo va a vender, acuérdese de mí y llámeme. Yo estaba enamorado de esa imagen porque siento especial pasión por la Sevilla de la época romántica. Pasaron los años, y me llamó. Estoy casi seguro que en Sevilla nadie posee completa la colección de 52 grabados sobre la ciudad que hizo Francisco Javier Parcerisa, en la época de los viajeros románticos. En cinco años la conseguí reunir, a través de mis contactos y rastreando por internet. Era un gran dibujante y son muy buenos para ver cómo eran edificios históricos, unos aún en pie y otros desaparecidos. Todos los parcerisa los voy a donar al Real Alcázar.

-¿Qué otras donaciones está gestionando?

-Para la Academia de Buenas Letras, un busto en bronce de Bécquer, de Antonio Illanes. Tuve una conversación muy afectuosa con su presidenta, Enriqueta Vila. Lo voy a donar junto con algunos libros y grabados, tienen previsto presentarlo en unas jornadas del 13 al 15 de diciembre. Para el Cabildo Catedral, si finalmente lo aceptan, les donaré más de cien grabados. Al Ateneo ya le di una colección de grabados sobre la Semana Santa. Insisto: no busco medallas, ni honra, ni reconocimiento. Quiero hacer una aportación el patrimonio de la ciudad.

-¿Y a las cofradías?

-A la Hermandad de la Macarena, para sus fondos históricos, le doné la serie de estampas de Sáenz de Tejada sobre el bombardeo en 1931 de Casa Cornelio por parte de un regimento de Artillería. Era la taberna donde anarquistas y comunistas fraguaron una huelga de espíritu revolucionario. Es ahora donde se asienta la basílica macarena. Uno de mis grandes amigos, el pintor de frescos Rafael Rodríguez, participó en la decoración pictórica de la basílica.

-¿Cómo ha compaginado una vida muy sencilla y dedicar su dinero a coleccionar?

-He sido feliz, me he privado de muchas cosas. Tengo espíritu espartano. No le digo lo corta que es mi jubilación para que no crea que estoy loco, mientras contempla ahí esos dos cuadros de Susillo, y ese grabado de Villaamil, y le cuento la colección completa de estampas editadas para la Exposición Iberoamericana de 1929... También he sido coleccionista de billetes, de medallas, de azulejos, etc. Soy enemigo de lo mediocre. Mis estanterías tenían que ser hechas por el mejor ebanista de Sevilla, y mis puertas son de madera de cedro, con cristales biselados de Bohemia. Y si hacía falta esperar diez años para tener eso, pues esperaba.

-¿Su entorno profesional y de vecindad conoce esa vertiente de su vida?

-Cuando terminaba en la frutería, me enchufaba en mi pasión coleccionista, era una metamorfosis que muchos no conocían. Por la calle, soy de andares cabizbajos, y algún amigo me dice: Hay que ver, Francisco, si no te conociera... La colección de estampas de Focus, que tiene mucho poder adquisitivo, se ha centrado más en los grabados antiguos (siglos XVI al XVIII.) Más caros y de más valor histórico, en plena era de la cartografía. Yo también tengo algún Hoefnagl, y un Merian. Pero me he centrado más en el siglo XIX, con Chapuy, Doré, Roberts, Villaamil, etc., que están más cercanos a la mentalidad de las personas de hoy en día, sobre tipos, lugares y escenas. A mí me hubiera gustado nacer en Sevilla en 1850 y ser contemporáneo de Bécquer.

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