Son y están

"En Sevilla ya nadie dice que un negocio ha de servir para levantarse a las once"

ES un maestro en la inventiva para la generación de máquinas, procesos y sistemas. Ha hecho notables aportaciones al control de sistemas no lineales y al problema del péndulo invertido para su uso en ingeniería. Muchos discípulos desarrollan ahora en Sevilla aviones y helicópteros no tripulados, coches eléctricos, sistemas de almacenajes de energía por hidrógeno, controles de procesos químicos y un largo etcétera de líneas de investigación. El Premio Forrester que recibió en 1986 fue uno de los grandes reconocimientos internacionales a sus contribuciones. Es uno de los fundadores en España, en 1994, de la Real Academia de Ingeniería. Ahora se dedica sobre todo a la historia y a la filosofía de la ingeniería, donde destaca su espíritu humanista que no establece compartimentos estancos entre el humanismo y la ciencia. A su brillante palmarés, esta semana se ha unido el Premio Universidad de Sevilla a la Divulgación Científica por su libro Los orígenes de la ingeniería.

Nació en Alcoy (Alicante) hace 70 años. Casado, vive en Sevilla en Santa Clara, tiene dos hijas y dos nietos. Su padre tenía una empresa de fabricación de máquinas para las empresas aceiteras y para las bodegas de vino. Hizo la carrera de Ingenieros en Madrid y su tesis, en 1969, fue la primera que se leyó en dicha Escuela, porque hasta entonces no existía el título de doctor ingeniero. Cuando acabó, le ofrecieron incorporarse como profesor a la nueva Escuela que se estaba creando en Sevilla.

-¿Cómo era aquella Sevilla?

-Era una ciudad muchísimo más provinciana que ahora. Pero también Madrid era un poblachón provinciano donde los funcionarios presumían de leer el periódico en la oficina, y ahora es la ciudad de la actividad empresarial, ha rebasado claramente a Barcelona. Era una Sevilla de un solo concierto, de un solo espectáculo de teatro, de una sola conferencia.

-¿Y la Universidad?

-Para mí fue un reto apasionante participar en la creación de la Escuela de Ingenieros. Eso es lo que determinó que me haya quedado en Sevilla. He tenido muchas ofertas para irme a Madrid, Barcelona o Valencia. Pero me resultaba muy satisfactorio crear escuela. Yo le he dado clase a todas las promociones. En aquella época era más fácil disponer de recursos para incorporar a un profesor bueno que estaba, por ejemplo, en California. Con la actual legislación, es casi imposible. Ha habido intentos y se ha acabado tirando la toalla.

-Es decir, usted llegó a la Universidad de Sevilla porque aún no imperaba la endogamia.

-Cierto, hoy la endogamia está muy protegida y es uno de los grandes males de nuestra universidad. Me llamó en 1969 José María Amores, el primer director de la Escuela, porque le habían dicho en Madrid que yo era un chico prometedor. Y puse en marcha los estudios de Automática.

-Y llegó a dirigir la Escuela.

-Sí, de 1974 a 1976. Tres años tremendos, con el final del franquismo. La tensión era enorme. Y tuve la satisfacción de lograr que Ingenieros fuera el único centro universitario que se mantuvo abierto y dando clases durante los meses en los que se decretó el cierre de toda la Hispalense. Y allí tenían lugar hasta reuniones de Comisiones Obreras. Estábamos rodeados por la Policía a diario, pero yo garantizaba que allí no pasaba nada. Fue una época divertida.

-Con la perspectiva que dan los años, ¿cuál es su mayor aportación a la ingeniería?

-La gente de mi generación hemos abierto en España la vía a la investigación técnica. Eso es de lo que más me siento orgulloso. Hoy tiene un gran nivel. Sólo en nuestro departamento de Automática, hay 50 investigadores trabajando bien en campos muy diversos.

-¿Qué líneas de futuro debe consolidar nuestra ingeniería?

-Ahora está haciendo muchas cosas en el extranjero por la falta de inversión en España, y aporta un retorno económico que no es desdeñable. Además de contribuir al desarrollo de la industria aeronáutica, tiene que aprovechar las enormes posibilidades que se abren para crear cosas útiles, como robots domésticos. Hay que crear más tejido industrial en Sevilla. En eso nos jugamos el futuro. Cuando yo llegué a la ciudad, las industrias estaban de capa caída. Ahora tenemos sectores tan pujantes como el de las energías renovables. Es verdad que en otros lugares se ha avanzado más rápido en el desarrollo económico, pero no hay que desdeñar el enorme cambio para bien que ha dado Sevilla en 40 años.

-Ponga un ejemplo que simbolice ese cambio.

-En la Sevilla a la que yo llegué todavía se decía que un negocio era malo si no servía para levantarse a las once. Hoy en Sevilla no se atreve a decirlo nadie. Posiblemente algunos aún lo piensen. Ahora la imagen que cala en la sociedad es la de un Felipe Benjumea con enorme dedicación a su grupo empresarial, Abengoa, convertido en multinacional. Está cambiando la imagen pública del éxito.

-¿Persiste el desdén hacia la creatividad aplicada a la vida cotidiana?

-Así es, por desgracia, en España. La fregona es una patente española, que ha dado beneficios enormes. La intuición, la creatividad, la imaginación, están minusvaloradas en la universidad, no han tenido su lugar, y ahora son esenciales. O tenemos imaginación para hacer cosas o todas las van a crear los chinos. En España arrastramos una mentalidad que sólo asocia la creatividad a las bellas artes. También los propios ingenieros no hemos sabido vender lo que hacemos.

-Steve Jobs triunfó innovando tras ser un inadaptado en la universidad, donde fracasó. ¿Aquí ve posible el éxito cuando te cuelgan el sambenito de fracasado?

-Entre los cambios culturales a fomentar, uno importante es quitarle todo tipo de connotación negativa a al fracaso. El miedo al ridículo paraliza a muchos alumnos para intervenir en clase, para proponer ideas. Y equivocarse es algo sanísimo. Sólo el que se equivoca consigue hacer cosas muy interesantes. De los fracasos se aprende. Eso es una constante de la ingeniería. Un avión o un coche, por ejemplo, son productos experimentales, no son fruto de un resultado teórico.

-¿Cómo debe reformarse la Universidad?

-Hay que pensar si la universidad es un servicio público o es un servicio a los estudiantes, eso es capital. Si la misión de la universidad es dar satisfacción a los estudiantes y a los padres de los estudiantes por sus aspiraciones para sus hijos, o si la misión es producir unos profesionales competentes que beneficien a todos. Yo prefiero más que haya médicos muy buenos, a que mis nietos tengan facilidad para estudiar medicina. Sin embargo, lo que se ha hecho en este país es crear universidades en cada provincia, para que los padres estén contentos y lleven a sus hijos. Era un sentido de la equidad completamente distorsionado. Es un enorme desperdicio de recursos y una tremenda fuente de frustraciones para los hijos. Hay que buscar la calidad por encima de la cantidad.

-¿El bajón en la calidad de la Enseñanza Secundaria está dañando la competitividad de los ingenieros que se licencian ahora?

-Sí, claramente. El nivel de esta Escuela ha bajado mucho. Los mejores alumnos de ahora son mejores que los mejores de hace 50 años. Pero lo grave es que el nivel medio es muy bajo. Es terrible el fracaso escolar. Una de las tragedias nacionales. Los profesores de cursos básicos se quejan de que por mucho que bajan el nivel de los exámenes, no llegan a acoplarse a la mayor caída de nivel de los estudiantes. Los políticos han creado muchísimas plazas universitarias y después se han despreocupado de la calidad del profesorado, del nivel de exigencia, de planificar las necesidades profesionales de la sociedad. Se llegó a alardear del número de universitarios. Una locura que estamos pagando. Ahora la universidad vive un proceso irreversible de secundarización. El primer ciclo ya es prácticamente de nivel de Enseñanza Secundaria en cuanto a exigencia. Confío en que al menos el segundo ciclo, y sobre todo el doctorado, se conviertan en un ciclo realmente de excelencia. Hasta ahora no fue así y el tercer ciclo tiene poco desarrollo y poca fuerza.

-¿Por qué la política está llena de profesionales del Derecho y hay tan pocos ingenieros?

-Eso tiene raíces decimonónicas. La política es un dominio fundamentalmente de los abogados. Su labor profesional son las relaciones sociales, el resolver pleitos, el llevar consensos, y eso se liga mucho mejor con la política que lo que hacen los ingenieros. A los ingenieros, cuando entran en política, se les acusa de tecnócratas. El ingeniero no se siente cómodo en la política por lo que tiene la política de componenda. Los ingenieros sí son magníficos funcionarios, han sustentado los cuerpos técnicos de la Administración.

-Pronto se cumple el primer aniversario del cambio político en el Ayuntamiento de Sevilla. ¿Qué opinión tiene del mandato actual?

-Los políticos están tan limitados por las circunstancias que casi es imposible juzgarlos. Pensemos, por ejemplo, en el alcalde. Despotricaba de la Torre Pelli y ahora se la ha tenido que tragar. En un año, el cambio en las inercias no se ha notado especialmente, por muy sana que es para la democracia la renovación y la alternancia. Lo único que he notado es que ya no hacen nuevas setas, ni nuevas cosas. Será porque no pueden, porque supongo que ganas no les faltarían.

-¿Qué propone cambiar para mejorar Sevilla?

-Algo muy difícil: reducir el peso de las fiestas tradicionales en la vida de Sevilla. Que llegue la romería del Rocío y se paralice media ciudad porque pasen las carretas, me parece un atavismo enorme. Si queremos ser una sociedad avanzada, hay que darle menos protagonismo a determinadas cosas de la tradición.

-¿Considera que el alcalde Zoido coincide con su criterio?

-No, porque al día siguiente de ganar las elecciones municipales, dio aviso para que le fotografiaran en la Macarena en un rezo de acción de gracias a la virgen, por algo que era decisión de los ciudadanos. Eso no es serio. No están los tiempos para esas cosas.

-¿La población empieza a valorar el modo de gestionar el dinero público o sigue encandilada con las obras emblemáticas?

-En Valencia, todo el mundo estaba contento con Camps cuando hacía obras faraónicas. Ahora todos despotrican al darse cuenta del coste que hay detrás. De esta crisis, la población aprende. Nos falta cultura democrática para separar lo importante de lo pomposo y de lo superfluo. Aún es reducido el porcentaje de ciudadanos que cambia su voto de una elección a otra por votar con espíritu crítico, no con adhesión ciega a los míos.

-¿En Sevilla se tiene conciencia de que la ingeniería es también historia y patrimonio?

-No, está casi todo perdido. Se preserva lo arquitectónico y no la maquinaria. Sólo hay sensibilidad para restaurar edificios y no para divulgar la actividad industrial, aunque sea en forma de maquetas. Los arquitectos han defendido lo suyo mejor que los ingenieros.

-La semana pasada se inauguró en La Coruña el Museo Nacional de la Ciencia y la Técnica, que Sevilla dejó escapar tras la Expo'92.

-Eso ocurrió por la tensión que hubo entre quienes creían que Sevilla era patrimonio suyo, y no tienen en cuenta la ciencia y la técnica, y quienes llegaron de fuera. Años después hubo otro intento, pero Granada jugó mejor sus bazas y se llevó lo que es el Parque de las Ciencias. ¿Por qué ocurre eso? Hay mucha más ciencia y más universidad en Sevilla. Pero en Granada, comparativamente, es la primera industria local. Y cuando surge un tema de este tipo, todas las instituciones de la ciudad se unen porque saben lo que les va en ello.

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