Calle Rioja

De las Letanías a Matacanónigos

  • Historia. Papas que han gobernado la Iglesia de Roma en el último siglo están en el callejero de la ciudad: León XIII, Pío X, Pío XII, Juan XXIII, Juan Pablo II.

H OY se celebra la festividad de San Pío X. Giuseppe Melchiorre Sarto, el segundo de los diez hijos de un cartero y una costurera, fue elegido Papa de Roma y del orbe cristiano y su pontificado transcurrió entre 1903 y 1914, el año de su muerte y del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Un Papa de transición entre León XIII y Benedicto XV. Este cura italiano fue elevado a los altares y fue el elegido para rotular la parroquia de las Letanías, una de las tres iglesias que existen en el Polígono Sur de Sevilla. Fue su primer regidor Santos Juliá, que en la actualidad es un historiador de reconocido prestigio. Le sustituyó el actual párroco, Emilio Calderón, un sacerdote de Écija que ya es una institución entre los vecinos, pionero de la pastoral gitana, de la pastoral penitenciaria, un bético orteguiano que siempre ha ejercido el sacerdocio en Sevilla salvo un breve pero fructífero periodo granadino durante el cual cultivó la amistad de Enrique Morente, Carlos Cano y los Habichuela. Porque pocos en Sevilla son tan amantes del buen flamenco como este cura.

Hace un siglo, por tanto, gobernaba la Iglesia de Roma Pío X, que es como un embajador del Polígono Sur ante las dependencias de San Pedro. La estampa vanguardista de esta iglesia de nombre pontifical, entre pisos humildes y casitas bajas, es una prueba de la presencia cotidiana que estos inquilinos del Vaticano han tenido en la ciudad de Sevilla. La inauguración del monumento a Juan Pablo II, obra de Juan Manuel Miñarro, no es sino un botón de muestra más. El pontífice polaco de tan largo mandato (1978-2005) es de todos ellos el que más veces visitó Sevilla. La primera vez, en noviembre de 1982, en pleno traspaso de poderes de Leopoldo Calvo-Sotelo a Felipe González en la Moncloa tras el triunfo de éste en las elecciones generales de octubre de ese año. Y con Monseñor Amigo Vallejo recién llegado de la diócesis de Tánger.

Juan Pablo II da también nombre a una avenida que atraviesa el real de la Feria y la calle del Infierno en la que se instaló el escenario desde el que se dirigió al público en aquella primera visita. La misma calle que atraviesan algunas hermandades camino del Rocío. Guiño a un Papa rociero que visitó la ermita, el primero que lo hacía desde que viajara a la aldea almonteña Benedicto XV, precisamente el Papa que sucedió a Pío X tras la muerte de éste el 20 de agosto de 1914.

Se cumple este año medio siglo de la celebración del Concilio Vaticano II, uno de los hechos más relevantes del siglo XX desde el punto de vista religioso y también político y cultural. Lo convocó Juan XXIII, coetáneo de los Juegos Olímpicos de Roma 1960 y honrado en Sevilla con una barriada que lleva su nombre. Un barrio único que el amigo de no moverse del centro puede conocer simplemente bajándose en la parada de Metro de Amate. La barriada de Juan XXIII son mil casas, ni una más ni una menos, ordenadas numéricamente, un Le Corbusier laberíntico.

La avenida Pío XII está en la otra punta de la ciudad. Otro pontífice fundamental en la historia de la Iglesia y de Occidente. El nombre de este Papa rotuló incluso un cine de verano cuando la selecta nevería era la más nueva de las tecnologías. Saben los sevillanos de encíclicas, sobre todo los que viven en León XIII, el Papa que precedió a San Pío X y que firmó la encíclica Rerum Novarum. Cosas nuevas para un mundo entonces cambiante. A su calle fue desterrado el ex presidente Chaves cuando la pinza de Arenas y Rejón lo desalojó de la Casa Rosa. Efímero destierro tras el cual se produjo el regreso a San Telmo y la permuta con la Iglesia del antiguo palacio de los Montpensier a cambio de un seminario metropolitano que bendice todos los días el cardenal Bueno Monreal.

Papas de calle, de avenida, de barriada y de cine de verano. Estela de un ecumenismo neorrealista que ya pasó a la historia. Sevilla, Nova Roma. Cuadernos para el diálogo entre una ciudad y un credo en una encrucijada espiritual en la que al tiempo que crecen los capillitas se multiplican los incrédulos. En los tiempos de un Benedicto alemán que nunca pisó el Rocío, ahora con la Blanca Paloma custodiada como cada siete años por los almonteños.

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