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Sevilla

Sevilla en femenino singular

  • Ocho mujeres profesionales relatan su aportaciones personales una sociedad local que camina hacia la normalización sorteando todavía prejuicios sexistas

Ninguna es una mujer cuota. A alguna de estas ocho mujeres el concepto le parece incluso humillante. Son profesionales que ocupan puestos de responsabilidad, dirigen e influyen con su trabajo en una sociedad donde más de una vez han tenido que mirar para otro lado o hacer oídos sordos a algunos comentarios. "¿Y qué? Lo que no vives como real deja de existir para ti, das un carpetazo y ni te roza", explica Arancha Manzanares, vicepresidenta de Ayesa, una de las empresas del sector de la ingeniería con más proyección. Su carrera es un ejemplo que se suma al de las otras siete protagonistas de este relato, que rompe estereotipos sexistas y que demuestra que alcanzar la igualdad en el trabajo es sólo cuestión de tapar la foto cuando el currículum llega al despacho que, aún en la mayoría de los casos, ocupa un hombre.

No todas, pero algunas ha tenido incluso que colocarse el disfrazde hombre para prosperar en su profesión. La editora Rosa García Perea sólo tuvo que seguir el sabio consejo de su madre: "Peca de siesa, si quieres que te respeten compórtate como uno de ellos". Y ése fue su salvavidas para, antes de cumplir los 30, llegar a directora de marketing en una empresa sevillana donde empezó vendiendo electrodomésticos.

A veces es simplemente una cuestión de carácter. A Margarita Bustamante le costó trabajo que algunos jornaleros y empleados de la finca de su familia en Cantillana accedieran a hablar con ella, pero acabó imponiéndose, simplemente mostrándose como es. "Siempre preguntaban que si no tenía un padre, un hermano o un marido al que poder dirigirse", apunta. Resistir no fue fácil, sobre todo, en un mundo rural cerrado. Hoy es presidenta de una de las más importantes Federaciones de Regantes del país, Feragua, pero atrás ha tenido que dejar muchos desprecios e incluso proposiciones poco decentes. Cuando no tenían más remedio que reconocer su valía arremetían contra su condición de mujer. "Yo me había separado y cuando me veían me decían pero quién la va aguantar, conduciendo, entrando sola en los bares...". No hace tanto tiempo de eso. Margarita Bustamante tiene 50 años y fue precisamente su padre quien decidió delegar en ella la responsabilidad de la finca y el negocio del campo. "Tal vez tenía otra forma de pensar más abierta que la de los sevillanos, pues era de Santander", precisa. Ella había estudiado Geografía e Historia, pero cogió las riendas de los negocios y se adentró en el oficio de su padre a diferencia de sus dos hermanos varones, uno abogado y otro cura, y hoy conoce el mundo del agua mejor que cualquier hombre. Ella misma admite que está capacitada para ejercer la más alta responsabilidad en su sector, pero ésa no es su ambición. Con los años se ha ganado la confianza de los hombres con los que trabaja, incluso ejerce de consejera, pero sabe que ellos no entienden su decisión. Ni tampoco que la felicidad esté en hacer un bizcocho o ir de compras tras cerrar una operación, por ejemplo.

Marujear de vez en cuando le hace feliz a Rosa García Perea, que se crió en un matriarcado. Su madre siempre decía que no quería "niñas tontas", sino mujeres independientes. Y así son ella y sus hermanas. Su abuelo era capataz en una finca pero era su abuela quien le pagaba a los empleados: "A algunos se negaba y llamaba a sus esposas para que recibieran ella el dinero porque sabía que sus maridos gastarían la mitad en vino".

La crianza siempre es un impulso para avanzar en el camino hacia la igualdad. A veces en el mismo sentido, otras en el contrario. Adela Muñoz decidió que ella no quería ser como las mujeres de su familia ni dedicarse exclusivamente al cuidado de la casa y los hijos. Y hoy investiga para la Universidad de Sevilla, desde donde intenta contagiar a sus alumnos su pasión por la química. Sus padres le apoyaron para que, el año en el que murió Franco, empezara su carrera de Ciencias. El cambio político facilitó la incorporación de la mujer al mundo académico, pero aun así en sus estudios las alumnas eran menos del 50%.

Lo mismo le ocurrió a Concha Yoldi. En el 78 acababa su carrera de Económicas y Empresariales siendo casi única entre sus compañeros y embarazada de ocho meses. Pero ser madre a los 22 años supuso un claro sobreesfuerzo a esta empresaria que, junto a su marido, tomó las riendas de la empresa que fundó su abuelo: Persán. "Entonces ninguna cogíamos el día para llevar al niño al pediatra, ni pensarlo", recuerda. A Adela Muñoz y a sus compañeras de universidad les resultaba muy difícil comunicar sus embarazos a sus jefes porque en ese momento se enfrentaba a otro reto: demostrar que el cuidado de los hijos no estaría por encima del trabajo: "Aun así, a mí no me echaron como hacen ahora muchas empresas privadas y organismos público, eso sí, mi tesis sufrió un parón de dos años". El engaño de la igualdad es no haber sido educadas para elegir ser simplemente ama de casa.

Carmen Sarmiento sintió la vocación de farmacéutica desde muy pequeña, viendo a sus tíos hacer fórmulas magistrales. Y siguió ese camino hasta convertirse en especialista en dermofarmacia y cosmetología. "La maternidad ha sido un condicionante fundamental para mí, como mujer que ejerce fuera de casa", explica una mujer que se ha llevado el trabajo a casa sin más remedio. Todavía recuerda el día en que las lentejas sabían a crema solar pues usaba la misma batidora para sus experimentos.

Adela Muñoz ha sentido muchas veces el complejo de culpa de ser malas madres por no recoger a sus hijos cada día del colegio. Pilar Serrano, gerente de USP Clínica Sagrado Corazón, la maternidad no ha sido un lastre, aunque sí le ha exigido un esfuerzo añadido. "Se puede compaginar la vida profesional y la familiar", asegura orgullosa de sus dos hijos. Claro que mucho más fácil sería si existieran más ayudas para conciliar. "Eso sería mucho más útil para el avance de la mujer que las cuotas", apunta Rosa García Perea. Ella no tiene hijos, fue postergando esa prioridad y es algo sobre lo que reflexiona a veces.

Sol Cruz-Guzmán, una joven arquitecta de 37 años, cree que la maternidad es el mejor proyecto que ha realizado en su vida y reclama también ayudas para que las mujeres puedan vivir esta experiencia con tranquilidad. Ella pertenece a una generación que se ha educado en igualdad, al menos en la escuela, en una época donde lo sexista empezaba a ser ya políticamente incorrecto. También Arancha Manzanares, que asegura que se podría haber vestido "de jirafa con abrigo" y nadie en la Escuela de Ingenieros de Sevilla le habría mirado: "Allí el ambiente era tan duro y angustioso que el aspecto externo era lo que menos importaba, todos íbamos a estudiar y todos éramos iguales". Su ambición era elegir una carrera que le permitira ganar "mucho dinero" y la estrecha relación que siempre ha mantenido con su padre, ingeniero de caminos, le inspiró a ella y a su hermano, todos con despacho en Ayesa.

Carmen Sarmiento, que confiesa que creció en un ambiente absolutamente sexista, destaca que hoy cuenta con el apoyo de su pareja y ambos se deben a sus trabajos, sus familias y sus hijos: "Y hacemos lo que queremos". Margarita Bustamante alaba la inteligencia de su marido, que comprende y respeta su trabajo, lo que hace que no le tenga que dar muchas explicaciones sobre con quién come aquí o con quién se toma una copa en un viaje a Bruselas: "A veces tengo que ir con mucho cuidado, sobre todo, con las mujeres, que no entienden que se pueda distinguir entre trabajo y vida personal".

Pilar Serrano lamenta que, en ocasiones, las mujeres no se apoyen más entre sí e intenta aportar su granito de arena. Asegura que jamás prescindiría de mujeres en su equipo, un compromiso que le valió el prestigioso premio Clara Campoamor. Otras, como Arancha Manzanares, creen que hay de todo en la viña del señor y no creen que las mujeres sean más empáticas o tengan más inteligencia emocional que los hombres. Concha Yoldi y Margarita Bustamante no están de acuerdo del todo y confiesan que ese instinto femenino ayuda muchas veces en los conflictos de las empresas, aunque lo ideal es encontrar la armonía y contar con la visión femenina y la masculina. Sol Cruz-Guzmán prefiere hablar de personas más que de sexos y asegura que ha tenido experiencias de todo tipo, "aunque las mujeres nos adaptamos más al carácter del que tenemos enfrente". Adela Muñoz, que ha trabajado más con los hombres porque en el campo de la física en la que investiga dominan, cree que sí hay una forma más femenina de ejercer como jefa de personal. "Cuando dirijo una tesis intento formar a científicos autosuficientes", apunta la científica, que se ha convertido en Sevilla en una de las capitanas de las mujeres, cada vez más, que están al frente de la investigación.

Arancha Manzanares rechaza los tópicos y Rosa García Perea las etiquetas a las que es tan dada una ciudad como Sevilla. "Ser mujer no me incapacita para nada, mi única discapacidad es que soy disléxica", bromea la escritora que dejó el mundo de los electrodomésticos y las ventas para montar una editorial, Jirones de Azul, junto a su hermana Esperanza. "No tenía ni idea de cómo se hacía, pero me informé y aquí estamos, el mundo es de las valientes".

De hecho, la crisis económica y el drama del desempleo están poniendo de manifiesto la gran capacidad de la mujer por sobrevivir. El número de emprendedoras crece exponencialmente en Sevilla cada año. Concha Yoldi cree que la mujer tiene más iniciativa y que también se conforma con menos. Que la mujer es una excelente administradora doméstica no es discutible para Rosa García Perea, que ve cómo en los supermercados van sacando de los carros los productos que añaden sus maridos y que no son una prioridad. Las mujeres, según ella, son Dianas cazadoras. "Una viuda con cinco hijos sale adelante y le da carreras, un viudo es otra cosa...", apunta Margarita Bustamante. Para Concha Yoldi, medalla de Andalucía, una sociedad dirigida por mujeres sería utópica, pero seguro que sería más práctica. Margarita Bustamante recuerda como un ejemplo de buena administración a la única alcaldesa de Sevilla, Soledad Becerril.

En política cada vez hay más mujeres, en parte, por la imposición que suponen las cuotas. A Concha Yoldi y a Pilar Serrano no les parece del todo mal para abrir el camino a una oportunidad que se les ha negado durante siglos. "Pero una Sevilla dirigida sólo por mujeres sería mejor o peor en función de la capacidad y el compromiso de ellas en cuestión", matiza Adela Muñoz. Para Sol Cruz-Guzmán, comprometida con la política local y el actual Ayuntamiento, el problema es el arraigo de las tradiciones. Concha Yoldi asegura abiertamente que es una sociedad machista, un machismo velado que para Margarita Bustamante ejercen los lobbys masculinos, "pero la mujer es menos de lobbys". No por ello ejercen menos influencia. A veces de forma premeditada. Hay un poder femenino a la sombra y ésta es cada vez más alargada.

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