El rastro de la fama · Alberto González Troyano

"Los toros se convertirán en algo parecido a los espectáculos de Távora"

  • Culto, vitalista, cosmopolita y experto en tauromaquia y literatura española del XVIII y XIX. Charlar con él es realizar un divertido viaje por las ideas, ciudades y libros que jalonan su vida.

-La fiesta de los toros es uno de sus grandes temas de investigación. ¿Cómo se hizo aficionado?

-Por herencia, por tradición familiar. Eran momentos muy buenos en los que estaban en los ruedos figuras como Antonio Ordóñez, Paco Camino, Julio Aparicio, Rafael Ortega... Toreros de los que hacen afición.

-¿Cree que se está perdiendo la Fiesta como espectáculo popular de masas?

-Absolutamente. Es algo que debemos ir aceptando. Los toros exigen una sensibilidad muy distinta a la contemporánea. En la actualidad, la gente ve en el toro una prolongación del perro y el gato, de los animales de compañía y claro... Los toros son propios de una sociedad agraria, campesina; cuando se van urbanizando la cosa empieza a chirriar. Demasiado han durado.

-Le veo pesimista. ¿Piensa que los toros están históricamente abocados a desaparecer?

-Sí, creo que sí. Aún pueden durar quince, veinte, veinticinco años... Yo he dado clases en la Universidad de Sevilla diez años en aulas con unos cien alumnos y en todo este tiempo no he visto a ningún estudiante interesado por la tauromaquia... En Sevilla. Puede que los toros no desaparezcan, pero se convertirán en un espectáculo que nada tiene que ver con la Fiesta, como los de Távora en la Feria del Toro, la Morente cantando, el Conde haciendo toreo de salón... Ya hay aficionados que aceptan la corrida sin muerte, a la portuguesa.

-¿Hay responsables?

-Responsables no sé, pero tampoco los taurinos están colaborando demasiado. Lo de Cataluña ha puesto en evidencia la falta de entusiasmo que viven los aficionados. Lo que se está ofreciendo en las plazas no puede producir ningún entusiasmo. Hay toreros que están haciendo las cosas bien, pero el toro ha desaparecido.

-¿La culpa es de los ganaderos?

-No, la culpa es de los toreros que han impuesto el toro que les interesa, el que no les supone ningún peligro. Se ha buscado la facilidad, porque el público ha dejado de exigir y entender. El ganadero no tiene poder para, como antes, imponer el toro que él quiere.

-¿No hay ninguna figura del toreo que le interese en la actualidad?

-No. Los grandes toreros ya desaparecieron. La Fiesta es hoy en día un aburrimiento y un sufrimiento.

-¿Y no hay ninguna posibilidad de que remonte?

-La Fiesta necesitaría otro tipos de ayudas. En el sur de Francia hay una auténtica apuesta intelectual a favor de la tauromaquia. Los escaparates llenos de libros sobre la materia, la gente joven abarrotando en Nimes el bar Napoleón, el lugar al que se acude después de las corridas... Aquí eso no se ha sabido hacer.

-Sin embargo, usted pertenece a la Fundación de Estudios Taurinos, una iniciativa que aglutina a destacados personajes de la cultura sevillana: Jacobo Cortines, Perico Romero de Solís, el ya fallecido Antonio García-Baquero, Rogelio Reyes...

-Sí, pero es una labor callada de recuperación de textos y estudio que debería complementarse con otras iniciativas que puedan dar otra imagen de la Fiesta, algo para explicar al público que una corrida no se queda en el efecto inmediato de la sangre corriendo por el cuerpo del toro.

-Algeciras, Barcelona, París, Fez, Cádiz, Sevilla, Sanlúcar de Barrameda... Todas son ciudades importantes en su vida. Es usted un auténtico judío errante. ¿Se siente de alguna parte?

-Lo primero que yo escribí fue un artículo en el que hacía una contraposición entre el nómada y el sedentario. Fue premonitorio. El nómada es aquel que puede ir haciendo suyo todos los lugares que visita, pero sin las servidumbres de cada sitio. Hay una posibilidad de no dejarte monopolizar por una opción. Como en otros aspectos de la vida, no hay por qué elegir una sola opción. Un cierto nomadismo es extraordinariamente creativo, porque te permite cambiar de identidad.

-Ahora vive en Sevilla.

-Sí. La elegí porque me parece una ciudad que te permite muchas opciones. El problema es cuando una de esas opciones se quiere convertir en excluyente. También hay un nacionalismo sevillano: éstas son mis tradiciones, éstos son mis valores... Lo que me preocupa de Sevilla es la articulación entre la tradición y lo moderno, cómo las tradiciones puede ahogar la posibilidad de que se estén creando otras cosas. Al igual que en Andalucía, los intelectuales no han sabido articular la unión de la tradición con la modernidad, como sí se ha hecho, por ejemplo, en las ciudades francesas del aire de Sevilla, como Burdeos.

-¿El paraíso se parece a Sanlúcar de Barrameda?

-Me compré una casa en la Jara porque el paisaje humano y geográfico estaban llenos de alicientes para mí. Por lo que conocía de Sanlúcar, estimé que era una ciudad que había sabido conservar su pasado. Además, los amigos sanluqueños que tenía eran un tanto especiales, tenían una singuralidad que los hacía muy especiales.

-Como Toto Barbadillo, toda una leyenda.

-Ha sido uno de mis grandes amigos. Lo conocí en un seminario universitario y me pareció un personaje fascinante... Esa forma de aglutinar intereses tan distintos... fue el último gran bodeguero del marco del Jerez, pero también fue un hombre de cultura, un amigo inmejorable en la barra, una persona de una gran amenidad. Yo me decidí por Sanlúcar cuando lo conocí.

-Algo tendría también que ver la manzanilla...

-Curiosamente yo iba en Barcelona a un lugar que se llamaba el Pasaje Sanlúcar, donde los amigos elaboramos la teoría de que la manzanilla era el vino de la izquierda mientras que el jerez era el vino de los señoritos. Yo siempre he seguido cultivando esta teoría evidentemente falsa. Toto Barbadillo recogió la idea y escribió un librito en el que decía que la Manzanilla es el vino de la libertad, porque surge en la época de las Cortes de Cádiz y resurge tras la muerte de Franco. Por esas cosas, me encanta Sanlúcar.

-¿Tuvo algo que ver en su condición de nómada el haber nacido en un lugar de tránsito como es el Estrecho?

-De mis años de infancia recuerdo la complicidad que entonces teníamos con Gibraltar, un sitio por el que podíamos llegar a Europa: beber coca-cola, comprar plumas estilográficas... Una especie de refugio, una zona liberada para lo que era la España franquista. Ya desde el principio yo buscaba una vida más cosmopolita.

-No deja de llamar la atención que un joven de Algeciras de la posguerra escogiese Barcelona para cursar sus estudios en Filología. Lo normal hubiese sido ir a Madrid o a Sevilla.

-Tanto yo como mis padres, que eran muy liberales, pensamos que Barcelona era en aquellos momentos la ciudad más liberal y abierta de España. Fue un acierto. Al poco de llegar ya había oído hablar de Kafka, de Joyce, de Faulkner. Yo no sospechaba que podía existir una novela como el Ulises. Era una ciudad con muchos horizontes y expectativas para el mundo literario, que era el que a mí me gustaba. Allí viví desde principios de los sesenta hasta finales de los setenta.

-Un largo periodo.

-Tuve la suerte de caer en un grupo de amigos que fueron extraordinariamente hospitalarios. Este grupo tenía una conciencia antifranquista muy acentuada pero, que sobre todo, tenía un mundo literario muy sugestivo. Es un grupo por el que siento una gran nostalgia: Víctor Gómez Pin, Javier Fernández de Castro, Eugenio Trías, Félix de Azúa, Ferrán Lobo.

-Está hablando de palabras mayores...

-Sí. Compartíamos con matices la situación política, la filosofía... Para nosotros fue muy importante el descubrimiento de Nietzsche como modelo de pensamiento una vez que nos desengañamos del marxismo. Todo ese pensamiento francés-nietzscheano nos vino estupendamente, nos ayudó a ver el mundo con otros ojos.

-¿Y cuáles eran las claves de ese pensamiento?

-Lo primero una postura antiautoritaria, la oposición a las jerarquías, al mundo social establecido. Luego la transformación profunda de las relaciones de tipo personal: poner en duda el matrimonio y los amores tradicionales. Para nosotros fue importante esa especie de compaginación de ideas políticas, filosóficas y morales con una manera de ser en la vida privada... huir de los hijos, de la familia. Todo esto estaba muy vinculado al pensamiento de Agustín García Calvo. Cuando él estaba exiliado en París, nosotros íbamos en peregrinación a verlo regularmente. Su pedagogía, una palabra que a él no le gustaría, fue muy importante. Leíamos a Bataille, Foucault, Levi Strauss...

-Sin embargo, todo ese pensamiento de los sesenta y setenta, con el estructuralismo a la cabeza, está considerado hoy por muchos como mera palabrería.

-Puede, pero fue especialmente rico como metodología. A mí me dio un esquema que poder aplicar, por ejemplo, a mis estudios sobre los toros, un tema que siempre había sido analizado desde un punto de vista muy tradicional y convencional. Cuando ese esquema lo aplicabas a la novela o a la vida amorosa resultaba extraordinariamente creador. Además, nos permitía salir de ese nihilismo en el que nos encontrábamos tras el desengaño del comunismo en el que habíamos militado con anterioridad.

-En cualquier caso, ¿la salvación estaba en los libros?.

-Los libros te liberan mucho cuando estás desamparado. También el convencimiento de que nuestra pluralidad como personas no la puede encauzar una sola idea o una sola militancia. El yo necesita muchas opciones para poder realizarse. Fue muy importante reconocer que el yo es plural y que un día puedes necesitar ser una cosa y al siguiente otra. Es decir, el hacer compatibles muchos mundos diferentes en un solo yo, que es lo mismo que hacer que desaparezca el pretendido yo monolítico.

-Volviendo a la capital catalana, Mario Vargas Llosa afirma que la Barcelona que él conoció en aquellos años del tardofranquismo era una ciudad pobre y cosmopolita, mientras que la Barcelona de hoy es rica y cateta. ¿Comparte esta opinión?

-Sí. El problema es que el nacionalismo ha sido extraordinariamente embrutecedor. Parece mentira que una ciudad que había tenido esa ambición cosmopolita haya hecho la apuesta tan cateta de entusiasmarse por las cosas identitarias. La utilización política de los sentimientos nacionalistas para tener a la gente instrumentalizada y sometida me parece tristísimo. Más triste es que la gran mayoría de las personas vinculadas a la universidad y a la cultura hayan sucumbido a este discurso. Los que no lo han hecho se han tenido que ir, como Félix de Azúa, Albert Boadella, Arcadi Espada...

-Y usted, ¿por qué decidió dejar Barcelona?

-Fue en el 78. Tuve una premonición de lo que iba a venir tras una conversación con Marie Aurèlia Capmany, que era amiga mía y tenía mucho peso en la política cultural catalana. Ella fue una de las primeras mujeres que me habló de la cultura cosmopolita, de Joyce y de Faulkner, pero se estaba reconvirtiendo en una especie de adalid de todo lo que ha venido después, del nacionalismo cultural. Decidí marcharme a trabajar en la Universidad de Fez, donde estuve dos años hasta que se abrió la Universidad de Cádiz.

-Como universitario usted ha estudiado, especialmente, la literatura de los siglos XVIII y XIX, una época en la que se forjan definitivamente dos personajes determinantes en la imagen que España ha proyectado al exterior: Carmen y Don Juan. ¿Qué hay de verdad y qué de tópico?

-Cuando Mérimée concibe el personaje de Carmen, una mujer liberada sexualmente, no es verosímil en Andalucía, pero sí en París. Andalucía le presta a la obra un escenario, algo que evidentemente es artificial, pero verosímil para los lectores franceses. El éxito de Carmen es que responde a un personaje que la gente estaba esperando. Es una necesidad. Tanto Mérimée como las lectoras francesas quieren que las mujeres sean así. Es un personaje que abre nuevos horizontes. Don Juan no es una réplica a Carmen. A diferencia de ésta, Don Juan no se enamora, impone su deseo, tiene una sexualidad depredadora, instrumentalizadora del otro. Los otros sucumben a la propia imagen de seductor que tiene don Juan, quien conquista no porque sea más guapo, sino porque su fama ya predispone a las mujeres para dejarse seducir.

-¿A las mujeres le gustan los canallas?

-Bueno, a todos nos gusta tener un lado canalla.

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