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Un Groucho con dos Harpos

  • Pequeño comercio. Mansilla, Navarro y Mora terminaron en La Imperdible sus tres entregas de 'Ultramarinos', defensa de la tienda en el corazón de los grandes almacenes.

POCO después de que se bajara el telón con la canción de Ultramarinos Contreras, empezarían a llegar los camiones con las provisiones para El Corte Inglés. Mansilla, Navarro y Mora, que tienen apellidos de concesionario de buques, terminaron anoche sus representaciones en el teatro La Imperdible. Está en el edificio de Comisiones, aunque las comisiones de las que habla el rapsoda de este mundo que se desvanece son de otro tipo.

Es Mansilla un renacentista de nuestros días: poeta, dramaturgo, histrión, agitador social, un Bertolt Brecht disfrazado de Carpanta, un Nosferatu trazado por Jardiel Poncela, exégeta de los botones y de los Sacarinos. En su arca de Noé caben todos los ultrapelmazos del botellín helado, que es el icono de la dramaturgia y de la narrativa. El acompañamiento musical de Navarro y Mora convierten el escenario en un garito, que en realidad es el pequeño comercio de la esquina, la mercería, la droguería, la carbonería, con Luis Astola, carbonero de la calle Parras, en el patio de butacas.

La pequeña tienda que es un microcosmos donde siempre llega alguien dispuesto a contarte su vida. Mansilla es paseante cotidiano de la Alameda y calles colindantes, de sus bares y cajeros. Larga vida al relato corto y a las tiendas para el desavío, como la de Clementina en Peris Mencheta, con exquisiteces extremeñas, bocadillos a la carta y sin remite y vinos de pitarra.

Mansilla es el D'Artagnan de estos tres mosqueteros. La crisis es su lady por la que emergen las nuevas víctimas, chivos expiatorios de la fauna de las "hipopótecas". Canta por los hijos del psicoanálisis en un diván que es silla de enea en la que se sienta la anciana Isabel a ver pasar a los perocómos. "Pero cómo me ha podido pasar esto a mí".

Buenos padrinos culturales: una canción de Bob Dylan, un poema de Luis de Góngora con ecos de Espronceda y el gol de Iniesta, que también salía en la novela del griego Petros Márkaris Con el agua al cuello. Entre el público, Pepe Roca, el fundador de este teatro La Imperdible que antes de llegar al Duque pasó por el solar de San Antonio de Padua donde ensayaron ilustres teatreros como José Luis Castro cuando dirigía el teatro El Globo o Pepe Rubianes mientras representaba monólogos insuperables como la riña de gatos en La Habana, el diálogo de tapas en un bar del Duque precisamente (el bar Victoria) o el Prendimiento.

El juglar se transforma en gorrilla, metamorfosis muy conseguida, y en anciana Isabel. Este Groucho vernáculo se hace acompañar de dos Harpos que le acompañan con saxo, guitarra eléctrica y batería. Es Mansilla un sochantre laico que recuperó a Álvaro Cunqueiro en el teatro Central. Luce un sombrero de entierro de Joselito que cambia por la gorra del gorrilla cuando decide aparcarse a sí mismo. La crisis con humor, ahora que el humor, para disimular su crisis, se profana en vulgaridades.

Hoy es lunes y ya abre El Corte Inglés, el ilustre vecino de La Imperdible con sus camiones de Alcoy y de muchos otros sitios, pero mi hijo piensa que todos vienen de la ciudad de la balompédica moral porque de allí era el primero que vio entrar por la Alameda al Duque. La patria chica del ingeniero Javier Aracil y del futbolista Jorge Molina, que marcaba en Anoeta cuando apuraba la prórroga la delantera Mansilla, Mavarro, Mora.

El alcalde de la ciudad, al que nombran sin nombrarlo, debería hacer suya una de las propuestas de la obra: una excursión desde el centro hasta el Polígono Norte con paradas en Casa Mariano, en el Pumarejo, y en Ultramarinos Contreras, en San Jerónimo. Hablan de los chinos sin artes marciales y de los nuevos ricos descapitalizados, a los que se les ve más en el Capitol que en El Capital. Mansilla habla y dice, verbos que no son sinónimos. Es amigo de la palabra en tiempos de hombres sin palabra. Como a Juan Pardo, le gusta jugar con las esdrújulas, aunque el único cantante mencionado fuera Bertín Osborne.

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