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Sevilla

"Me despedí de mi familia por 'whatsapp'. Creí que me moría"

  • Cristóbal González es un sevillano superviviente de la tragedia del tren Arriesgó su vida para salvar a los pasajeros que habían quedado atrapados en su convoy

Entre sus planes no estaba subirse al tren, pero un cambio de ruta hizo que acabara el 24 de julio auxiliando a muchos pasajeros a los que el accidente de Santiago estuvo a punto de costarles la vida, pese a poner en riesgo la suya propia. Es el relato de Cristóbal González Rabadán, un sevillano de 51 años que sobrevivió a este trágico suceso y que llegó a despedirse de su mujer e hijos al pensar que no volvería a verlos. "Adios, te quiero", fue el último whatsapp que les escribió a cada uno antes de que perder el conocimiento aquella fatídica tarde.

Este sevillano, residente en la urbanización Las Góndolas (Sevilla Este), hacía el camino de Santiago en bicicleta cuando la noche del 23 de julio la propietaria de un albergue en Zamora les aconsejó a Óscar Mateo, un compañero que había conocido en la peregrinación, y a él que acudieran a la capital gallega en vísperas de la onomástica del Apóstol, con el fin de que disfrutaran de las fiestas que esa noche se celebraban. La idea les convenció, por lo que a la mañana siguiente realizaron el trayecto en bici entre Zamora y La Puebla de Sanabria. Allí tomaron a las 18:09 el tren que les conduciría hasta Santiago.

Cristóbal González y su compañero de viaje iban sentados al final del primer convoy. Recuerda que el trayecto no hacía presagiar en ningún momento lo que luego se vivió. "Todo era una fiesta. Gente ansiosa por llegar a Santiago y celebrar el día del Patrón. Allí se escuchaba música, veíamos películas. Era todo felicidad", narra este sevillano que presenció cómo en pocos segundos aquel ambiente cambiaba drásticamente.

"Pocos minutos después de las 20:30 salíamos de un túnel, vimos la luz, luego llegó una curva. Le comenté a mi amigo que si no íbamos demasiado rápido. Apenas pudo responder. Al instante comprobé que el convoy se levantaba por su lateral izquierdo y se inclinaba por el derecho. Mi compañero decía que era imposible que ocurriese nada en un tren de Alta Velocidad", recuerda González. Pero sí podía ocurrir. Y ocurrió en unos instantes que han quedado grabados como los "flashes del pánico" para este padre de familia. "En apenas 14 segundos vimos cómo el equipaje de los pasajeros se disparaba sobre nosotros, que ocupábamos los asientos traseros. Eran auténticos proyectiles. Nos dimos cuenta de que el convoy había volcado sobre el lado derecho. Se hizo la oscuridad y un silencio que aún rechina en mis oídos cuando todo quedó paralizado. Ese silencio fue muy breve pero me generó el mayor miedo que he pasado nunca", recuerda este sevillano, cuyo cuerpo sirvió de "escudo" para proteger a su compañero.

Luego llegaron los gritos y los desgarros del dolor. Detrás de él se había abierto un boquete. Por ahí lograron salir. Una vez fuera se percataron de que había mucha gente atrapada en el interior del tren, por lo que no dudó en acudir de nuevo al interior del convoy. Lo hizo, además, consciente de la herida que había abierto su cabeza. Sangraba bastante, pero en ese momento sólo le importaba la vida de los que aún estaban dentro. "Aprovechamos algunos de los elementos del tren que se habían desprendido para usarlos como camilla y así sacar a los pasajeros que no podían hacerlo por su pie", añade González, que recuerda la imagen de las mantas de colores que cubrían los cuerpos de los fallecidos. "No me quería marchar hasta que desalojaran el vagón, pero la Policía y los Bomberos me recomendaron que me fuera a la zona habilitada para los heridos. Estaba sangrando mucho. Me sentía la costillas rotas. Fue entonces cuando empecé a perder la visión. Pensé que la vida tocaba a su fin, por lo que aún con cierta lucidez decidí enviar un whatsapp a mi mujer y mis dos hijos con el mismo mensaje a cada uno: Adiós, te quiero".

González volvió a abrir los ojos en el Hospital La Rosaleda, en Santiago de Compostela, cuando ya su vida había dejado de correr peligro. Le habían sacado de la cabeza todas las incrustraciones metálicas que le causó el accidente. Lo primero que hizo fue pedirle al médico que comunicara con su familia para decirle que se había salvado. Lo que menos podían pensar su mujer e hijos es que hubiera cogido aquel tren, ya que su viaje a Galicia descartaba cualquier transporte que no fuera la bici. Aquella misma noche se trasladaron en coche desde Sanlúcar de Barrameda -lugar de veraneo de la familia- hasta Santiago, donde llegaron al día siguiente.

Desde entonces este militar retirado no ha dejado de recibir llamadas agradeciéndole que en su estado físico prestara ayuda a los heridos que quedaron atrapados. "Ese reconocimiento es mi mejor bálsamo, pues está evitando que mi estado anímico se venga abajo al recordar las dantescas imágenes", confiesa González. Entre esas muestras destaca la de un señor que le identifica como "el ciclista cuyo hombro le salvó", o la de una gallega que sin tener familiares en el accidente le ha llevado un ramo de flores "por la colaboración mostrada con sus paisanos". "Si no fuera por estos detalles, estaría ahora sumido en una profunda depresión. Están siendo mi cura".

Este sevillano recibirá hoy el alta del hospital gallego. Cuando regrese tendrá que ponerse en manos de unos médicos para que controlen su evolución los próximos días. Mantiene la promesa realizada a su compañero de camino -que apenas resultó herido- de que volverán a retomar la peregrinación. Será quizás la mejor manera de sanar el dolor que ahora no cicatriza por el insistente recuerdo.

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