Manuel ramón alarcón. magistrado de la sala de lo social del tribunal supremo

"Plantear la reforma de las pensiones en plena crisis es una zafiedad"

  • Catedrático de Derecho del Trabajo, disciplina que considera fundamental en la corrección de la desigualdad, ha desempeñado cargos de responsabilidad universitaria en Cataluña y Andalucía.

El amante de la Semana Santa que quitó los crucifijos. Manuel Ramón Alarcón pertenece a esa vieja estirpe de progres sevillanos a la que le gustan los toros y la Semana Santa, un tipo humano difícilmente imaginable en otras latitudes. Sin embargo, eso no impidió que fuese el decano que, ya mediada la década de los 90, retirase los crucifijos de las aulas de la Facultad de Derecho de Sevilla. Eso sí, lo hizo de una manera discreta, evitando el conflicto, como es él. Mandó  pintar la antigua facultad de la Fábrica de Tabacos y después ya nadie preguntó. Este magistrado del Supremo con perfil de rey de Taifa es una persona sumamente amable que todavía salpica su discurso con algunos conceptos marxistas que ya suenan un poco demodé. Se declara amante de los toros, en especial de Morante de la Puebla y de José Tomás, en cuya reaparición en la Plaza de Barcelona decidió él mismo lanzarse al ruedo del Tribunal Supremo. Cuando va tomando confianza con el entrevistador se permite momentos de apasionamiento y llega a levantar la voz ante situaciones que él considera auténticas injusticias. Pudo quedarse en Barcelona, donde tenía una brillante carrera universitaria, pero prefirió volver a su tierra. Su fracaso como candidato a rector de la Hispalense y la aplicación del Plan Bolonia lo retiraron de la universidad.

-Usted tiene fama de izquierdista irredento. ¿Se siente identificado con esa etiqueta?

-Absolutamente. Sin embargo, en contra de lo que piensa mucha gente, nunca pertenecí al Partido Comunista de España. Sólo milité hace muchísimo tiempo en un grupo que se llamaba Acción Comunista, cuya máxima era "dictadura, ni la del proletariado", algo que sigo pensando. Me siento profundamente demócrata.

-También tiene fama de persona asequible y cercana.

-Mire, nací el 2 de septiembre de 1945, justo en el momento en el se firmaba el final de la II Guerra Mundial en el Pacífico a bordo del acorazado Missouri, acto que mi padre estaba escuchando en directo por la radio. Soy, quizás por eso, un hombre de paz que tiene muchos amigos en la derecha y la izquierda y que sabe distinguir entre la persona y su ideología.

-¿Nunca le ha interesado dar el salto a la política?

-Poco antes de la muerte de Franco yo le hacía notar a Rafael Escuredo las pocas posibilidades que tendría el PSOE en el escenario democrático, ya que la oposición al franquismo la lideraba el PCE. Sin embargo, él me insistía en que contaban con las siglas históricas de Pablo Iglesias y con el apoyo de Willy Brandt y sus marcos alemanes. "Lo vamos a inundar todo de carteles", me decía. Así fue. Me salí de la política activa porque lo que yo quería hacer era la revolución, algo que no permitían las condiciones objetivas. Pese a todo, la política me sigue apasionando.

-¿Era amigo de Escuredo?

-Mucho, y alguna vez creo que me tiró un poco los tejos políticos. Con él hice un viaje inolvidable a Estados Unidos organizado por la CIA.

-¿La CIA...?

-Me explico. Antes de la muerte de Franco los americanos organizaron una serie de viajes a los que invitaban a grupos de personas muy jóvenes que ellos pensaban que podrían tener alguna influencia política cuando acabase la Dictadura. La idea era vender el modelo americano en aquel contexto de Guerra Fría. En mi viaje, además de con Escuredo, coincidí también con Cipriano Ciscar... En otro viaje estuvo Manuel Chaves... En general, menos conmigo, los americanos acertaron.

-¿Y cómo fue el viaje?

-Dimos tal rollo con nuestras denuncias del imperialismo y todas esas cosas que acabamos con el programa y ya no se convocaron más viajes. Por ejemplo, desde que llegamos dijimos que queríamos ir a Harlem y entrevistarnos con los Panteras Negras, y lo conseguimos. Recuerdo dos momentos muy importantes. El primero fue en el Congreso, durante una intervención de Earl Warren, que fue quien realizó el informe sobre el asesinato de J. F. K. Kennedy. Cuando acabó yo le pregunté con mi típica impertinencia de entonces si no sabía que su informe tenía en Europa muy poca credibilidad y le fui enumerando las objeciones. A medida que yo iba hablando a él se le iban hinchando las venas del cuello, hasta que, sin decir nada, se dio la media vuelta y se marchó sin contestar nada.

-¿Y la segunda?

-Fue un encuentro con Robert F. Kennedy, que era mucho mejor que su hermano. Lo vimos en la calle y el diplomático americano que nos acompañaba le propuso un encuentro improvisado. Bobby se sentó en el capó de un coche y nos dejó preguntarle lo que quisiéramos, incluso sobre el Che Guevara, del que dijo encontrarse en las antípodas ideológicas, pero no compartir el modo en el que había sido asesinado. Se notaba que era una persona que creía en lo que decía y quizás por eso lo mataron. Tenía una foto de ese encuentro, pero la perdí en una mudanza. Fue un momento francamente bonito.

-Usted fue de los que estuvo en París aquel mayo del 68.

-Yo terminé la carrera en el 67 y como no me apetecía ejercer la abogacía decidí prolongar mi vida académica. Me dieron una beca para el Centro Europeo Universitario de Nancy (Francia) para un curso sobre libertades fundamentales en el mundo contemporáneo. Allí había gente de todos lados, también de los países del Este, sobre todo yugoslavos. Llamaba la atención que ninguno era nacionalista, ninguno se reivindicaba como croata, serbio... Y después fíjese lo que pasó...

-Quizás no expresaban sus pasiones nacionales por miedo a la represión comunista...

-No creo, Yugoslavia no era la Unión Soviética. Le voy a contar una anécdota. Cuando yo era decano de la Facultad de Derecho me llamó el embajador de Croacia con motivo de la inauguración del mal llamado Estadio Olímpico, que daba la casualidad que había sido un buen compañero y amigo en Nancy. Quedamos para cenar en Oriza y me contó que, siendo embajador de Yugoslavia en Chile, le llamaron y le dijeron: -"¿Usted quiere seguir siendo embajador?"- Y mi amigo contestó que sí. - "¿Usted nació en Zagreb, verdad? Pues a partir de ahora es embajador de Croacia y si no le gusta se va a la calle"-, le dijeron. Su hija era serbia y durante la guerra le llamaba para quejarse de que los croatas estaban bombardeando su casa... Me dijo que el nacionalismo era un demonio que cuando se lanza ya nadie lo para.

-Quizás el apoyo al nacionalismo catalán y vasco ha sido uno de los grandes pecados de la izquierda española...

-El pecado de la Transición fue el café para todos. Aquello fue un gran error. La Constitución establecía claramente una diferencia entre nacionalidades y regiones, matiz que no se respetó con el famoso referéndum del 28 de Febrero del que algunos tanto presumen. Al final hicimos un federalismo simétrico en vez de uno asimétrico... Al igual que dijo Pérez Royo en estas páginas, creo que quizás ya es tarde para arreglarlo. A estas alturas, probablemente la única solución que aceptaría Cataluña sería la confederal.

-¿El 28-F, parte fundamental de la mitología política andaluza actual, fue un error?

-Fue una buena apuesta para Andalucía, pero a la larga sus consecuencias han sido malas para el funcionamiento del modelo en su conjunto, que treinta años después parece agotado, hasta el punto de que es casi inevitable una reforma constitucional en profundidad.

-Volvamos a mayo del 68...

-Todo estalló porque no dejaban entrar a los chicos en las residencias de las chicas. A partir de esa chispa se desencadenó todo... Un grupo de Nancy escuchábamos por la radio lo que estaba ocurriendo en París y decidimos ir para allá. Estuvimos en el Barrio Latino la famosa noche de los adoquines, corrimos delante de los guardias... Aparte de lo que aquello tuvo de aventura juvenil, es verdad que creíamos que íbamos a conseguir hacer la revolución.

-¿Demasiada ingenuidad?

-No, cuando la clase obrera hizo aquella huelga general creíamos que se iba a dar lo que Carrillo llamó luego la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura. Aquello fracasó porque el Partido Comunista de Francia estuvo totalmente en contra del Mayo del 68 y nos caricaturizaron diciendo que éramos unos pequeños burgueses irritados. Eso sí, gracias a esta movilización consiguieron los Acuerdos de Grenelle, que supusieron una mejora muy importante en las condiciones laborales de la clase obrera francesa... Se contentaron con las migajas del capitalismo. Aquello me disuadió de cualquier acercamiento al PCE.

-¿Cuál fue la herencia del 68?

-Todavía vivimos de aquello. Es verdad que no cambiaron las relaciones de poder, pero sí la cultura y el estilo de vida. Pasamos de una sociedad gris a otra en tecnicolor. El capitalismo es muy listo y sabe metabolizar sus amenazas: el Che, los hippies... Incluso los más filosoviéticos se quedaban sorprendidos cuando viajaban al Este y comprobaban su grisura.

-¿Por qué decidió dedicarse al Derecho del Trabajo?

-Cuando terminé la mili obtuve una Beca March para hacer una tesis doctoral sobre el derecho de asociación obrera en España. Me dediqué al Derecho del Trabajo porque era una buena herramienta para defender a la clase obrera.

-Me imagino que su estancia de siete años como profesor en Cataluña, primero en la Universidad Autónoma de Barcelona y después en la Pompeu Fabra, tuvo que ser muy importante.

-Muy importante. Yo admiro de los catalanes el que sobre todo valoran el trabajo bien hecho. A ellos les da igual de donde venga uno si funciona bien. Yo fui vicerrector en la Autónoma y decano en la Pompeu Fabra. ¿Por qué? Porque pensaban que a mí se me daba bien la gestión universitaria y me eligieron sin ningún problema. Aquí no se valora tanto el trabajo de la gente; más bien se tiende a envidiar el éxito.

-¿Y cómo llegó a ser magistrado de la Sala de lo Social del Tribunal Supremo?

-Después de presentarme a rector de la Universidad de Sevilla sin conseguirlo me di cuenta de que mi carrera universitaria estaba prácticamente concluida, además de estar en total desacuerdo en cómo se estaba implantando el Plan Bolonia. Un día, en la reaparición de José Tomás en la plaza de toros de Barcelona, coincidí con Antonio Martín Valverde, que fue mi director de tesis y en esos momentos estaba de magistrado de lo Social en el Supremo por el llamado quinto turno. Allí me comentó que, al cumplir 70 años, su plaza iba a quedar vacante. Decidí mandar mi currículum al Consejo General del Poder Judicial y éste me eligió finalmente.

-Pero todos sabemos que el CGPJ está claramente politizado. ¿Cuáles fueron sus apoyos?

-Yo iba apoyado por la izquierda, pero es importante resaltar que entonces había que sacar como mínimo 13 votos de los 21 posibles. Yo logré 17 votos porque, aparte de la izquierda, que sólo contaba con nueve vocales, me apoyaron vocales que habían sido propuestos en su momento por otros grupos políticos: CiU, PNV y PP.

-Entremos en territorio minado, ¿qué le parece la reforma laboral?

-No me gusta. Nosotros partimos del Estatuto de los Trabajadores de 1980, con la Democracia recién estrenada y con un gran ímpetu para construir una sociedad más igualitaria. Pero en esos momentos es también cuando empieza en el mundo la gran oleada neoliberal que aún continúa: Thatcher, Reagan, los Chicago Boys..., lo que en el Derecho del Trabajo se manifiesta con un gran reflujo de los avances logrados. El neoliberalismo ataca al Derecho del Trabajo por su condición de mecanismo compensador de la desigualdad. Desde el principio del Estatuto comenzaron las reformas, y ya van más de 50, la inmensa mayoría para reforzar el poder empresarial. Esto ocurre también con la reforma de Zapatero de 2010, que ya posee determinados elementos que se exageran en la reforma de Rajoy de 2012, que, entre otras muchas cosas, supone meter una barrena al sistema de negociación colectiva al primar los convenios de empresa sobre los sectoriales. También es muy llamativo ese mecanismo diabólico en virtud del cual las empresas pueden plantearle a los trabajadores aceptar o una rebaja sustancial de los salarios o un despido masivo, como ha ocurrido recientemente en la huelga de limpieza de Madrid.

-La Seguridad Social ha sido una de las grandes construcciones del Estado Español en el que todos hemos invertido mucho dinero y esfuerzos. ¿Corre peligro?

-El programa de desarrollo de los Seguros Sociales estaba ya prefigurado en el artículo 46 de la Constitución de 1931. Largo Caballero dejó en un cajón del Ministerio de Trabajo un plan de cumplimiento de ese mandato constitucional que la Guerra Civil truncó y se retrasó todo bastantes años. Finalmente, cuando habíamos conseguido un Estado de bienestar medianamente aceptable, éste sufre los ataques más furibundos. Pero esto no es nuevo. El pensamiento neoliberal siempre ha vaticinado la ruina del Estado de bienestar, cuando en verdad éste ha ayudado a la supervivencia del capitalismo, porque le ha obligado a mejorar los medios de producción para ser más competitivo. Ahora, los detractores de las pensiones han encontrado un buen aliado en las pirámides demográficas para vaticinar que dentro de 40 o 50 años no habrá ingresos para mantener este sistema. No tienen en cuenta que estamos en una crisis cíclica del capitalismo que, como todas, será superada, y que, desde tiempo inmemorial, en los largos periodos de tiempo se produce un crecimiento acumulativo. Es decir, que la tarta del PIB a repartir va a ser mayor con un crecimiento demográfico negativo, lo que supone menos comensales en la mesa. Objetivamente no hay problema. Será muy importante que aumente la tasa de actividad de sectores como el femenino, que aún no se ha incorporado plenamente al mundo laboral. Un sociólogo sueco, Esping-Andersen, dice que la solución de las pensiones está en los jardines de infancia. Plantear la reforma de las pensiones en plena crisis es una zafiedad.

-¿Podemos llegar a un escenario en el que desaparezca el Derecho del Trabajo?

-Es el sueño secreto y no tan secreto de algunos que ya han dicho que el contrato de trabajo no debe ser distinto de cualquier otro y, por lo tanto, que el legislador no tiene por qué compensar la desigualdad entre las partes. Si eso ocurriera algún día, habría desaparecido el Derecho del Trabajo. Pero algunos muchos pretendemos evitar que así sea.

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