LA rubia cerveza tiene el color de los girasoles. Es un posible puente para que Francisco Benítez Robles, admirador de Vincent van Gogh, camarero de la Cervecería Macarena, no estuviera este lunes tirando cerveza en este establecimiento por imperativo artístico: inauguró su exposición de pintura Sevilla Eterna en el Pabellón de Italia. Un desagravio de justicia poética para quien no puso los pies en la Expo porque todo el 92 se lo pasó trabajando de camarero en la olímpica Barcelona, en el bar Egipte, "en el corazón de las Ramblas".

No pisó la Expo, pero lleva seis años y medio yendo todos los días como un reloj a la Barqueta para tirar la cerveza más fresquita de toda Sevilla. Toda su vida laboral ha estado unida a la hostelería. "Empecé con 18 años en Casa Luis, en la barriada de Pío XII". Una dilatada trayectoria profesional con el único paréntesis del servicio militar. "Juré bandera en el campamento de Obejo, en Córdoba, la víspera del intento de golpe de Tejero".

Una treintena de cuadros de costumbrismo sevillano -"soy un enamorado de Sevilla a tiempo completo"- que firma como Benítez para recordar a su padre, un gitano que era pintor "pero de brocha gorda". El hombre que le inculcó el amor al trabajo, la devoción al Cristo de la Salud y la Virgen de las Angustias de la que fue costalero "hasta que me lesioné la rodilla el día de su coronación". Su progenitor le marcó la senda de la aventura migratoria, aunque en su caso quedó en intento. "En los años 60 se produjo un flujo de gente que iba a Australia. Mi padre preparó los papeles, pero mi abuela Pepa le quitó la idea de la cabeza", dice el mayor de sus cuatro hijos, primogénito de un cuarteto en el que le sigue Manuel. "Cuando se deja la barba, se parece a Camarón".

La vocación pictórica es más temprana que la laboral, si cabe. "Creo que fue decisivo tener de vecino, puerta con puerta, a Gustavo Bacarisas. Yo tendría 5 o 6 años, vivíamos en la calle Imperial, en la Puerta de Carmona. Lo recuerdo con su gabardina, siempre oliendo a óleo con un olor que no he vuelto a encontrar". Un fortuito maestro del costumbrismo que llegó a Sevilla desde Gibraltar. "A lo mejor por eso en vez de buenos días siempre decía good morning".

La del pabellón de Italia es su segunda exposición. Se estrenó en el bar Tarín, junto a la Casa de las Sirenas, el rincón de gastronomía poética que en su etapa de La Palma de Oro acogió a los tertulianos de Cuadernos de Roldán, poetas y pintores a partes iguales. Una pléyade de artistas que antes habían puesto el nido en Casa Joaquín, un bar de Jesús del Gran Poder de 1929 en el que también trabajó el pintor Benítez de camarero.

Cerveza y girasoles van unidos. "Un cliente de la cervecería, Laureano, que también es pintor, me sugirió lo del pabellón de Italia". Algunos camareros de la Cervecería Macarena, santuario de la mojama y los altramuces, tienen obra de su compañero. "Ahora estoy con tres encargos: una Macarena, una Esperanza de Triana y el puente de Triana. Uno para Sevilla, otro para Madrid y otro irá hasta Ibiza".

El modelo de las dos estampas taurinas es Morante de La Puebla. Uno de esos cuadros lo titula Trincherazo. "Nadie lo da como Morante". Lola, su esposa, Lola Espinosa de los Monteros y Girón de Velasco, sobrina-nieta del que fuera ministro de Trabajo, le hizo una foto a Morante entrando en la Maestranza. "En el capote lleva la imagen del Gran Poder". Una de las tres referencias cofrades que forman en el pabellón de Italia un tríptico de la Madrugada junto al Sentencia de la Macaren a y el Cristo de la Salud de los Gitanos. Las devociones respectivas del trabajo y la familia.

El vecino de Bacarisas -"una sobrina-nieta del pintor se casó con un tío mío"- se ha pasado las vacaciones pintando. Su mujer le ha traído de Lanjarón agua natural y dos obras de Washington Irving, Crónicas Moriscas, que está leyendo, y Cuentos de la Alhambra. "Me gusta mucho leer, elijo más por la temática sevillana que por los escritores. Si me pides autores, te diría Fernando Carrasco, Ken Follet y Arturo Pérez-Reverte por La piel del tambor".

Las pocas veces que vino a Sevilla en el 92 no tenía gana de bulla, jaleos y colas en los pabellones. "Por eso no puse los pies en la Cartuja, prefería perderme por el centro de la ciudad, los rincones que retrato en mis cuadros". Lo que sí hizo en Barcelona fue un mestizaje balompédico. "Era y sigo siendo bético, pero trabajando en las Ramblas llegó Johan Cruyff en la época del dream team y me hice del Barça". Aquel Betis de Segunda eliminó al Barcelona glamuroso de la Copa.

Paco y Lola, sevillana de Pío XII, tienen dos hijos. Francisco Javier, 29 años, está en el paro; Ángel, 28, en la hostelería, el gremio de su padre y de buena parte de la familia. Comparten las referencias cofrades. "El mayor es costalero y músico, toca la corneta en las Siete Palabras. Ángel es costalero en la cofradía del Polígono San Pablo".

La exposición Sevilla Eterna puede verse en la entrada del pabellón de Italia hasta el 29 de septiembre. 22 años después de los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla. Dos ciudades que conforman el universo laboral de Paco Benítez, el niño que fue vecino de Gustavo Bacarisas, cuya obra suele visitar en el Museo de Bellas Artes. "Le encantaban las palomas, en lo alto de su casa tenía un palomar".

El pintor que se hizo camarero en la barriada Pío XII nació en 1960, cuando al Pontífice lo sucedió en el Vaticano Juan XXIII. Dejó su impronta en la Taberna Cofrade Azahar y El Chiringuito, en la calle Huelva, Alfalfa. Ha perdido la cuenta de las cervezas que puede servir en estos días en los que la canícula dispara los grados del termómetro de la Barqueta, esa glorieta de autobuses, acceso a la Cartuja por la senda de Gambrinus, plaza rotulada con el nombre de Duquesa Cayetana de Alba, que comparte con el pintor su amor por Sevilla.