Calle Rioja

La mirada del otro

  • Literatura. La estación de trenes de Santa Justa como destino de un cruce de caminos entre un Nobel de Literatura y los efectos de los números premiados de una primitiva.

LE han tenido que dar el Nobel de Literatura a Patrick Modiano para que rebuscara por mi estantería y encontrara El libro de familia alineado junto a otros volúmenes de la misma colección de Alfaguara. En éste tuve la precaución de poner la ciudad y el año que adquirí el libro. Sevilla, 1985. Hace casi treinta años, mi libro de familia era completamente distinto al actual. No vivían las personas a las que más quiero en este mundo, mis tres hijos. Ni siquiera sabía que su madre, que ese año cumpliría los 18 años con los que se estrenó votando a Felipe, sería la que muchos años después ordenaría nuestra biblioteca. Vivían algunas de las personas que más me han querido y ya no viven: mi padre, mis abuelos, tampoco viven mis suegros, a los que tanto quise y quiero, pero todavía no nos había unido la intersección, ese concepto que aprendí en la teoría de conjuntos.

Que convivan la ausencia de esos seres queridos con la presencia de quienes tanto quiero es algo muy de Modiano. Perturba y emociona su capacidad de imaginarse testigo de cosas que no conoció. El libro de familia me acompañó en el equipaje del último viaje que he hecho a Málaga. Me reconfortó leer un artículo de Muñoz Molina titulado Octubre Modiano. En casi todos los relatos hay viajes en tren, con lo que resultaba muy oportuna esa lectura en la que sus escalas literarias en Biarritz, Niza, Lyon o París se ajustaban a paradas en las estaciones de Marchena, Estepa o Bobadilla.

El libro lo compré en Padilla cuando tenía la librería en la calle Laraña. En el viaje de regreso, terminé el libro justo cuando pasamos por Osuna. Dice Muñoz Molina que quien lee a Modiano ve el mundo con ojos distintos. Es verdad. Cerré el libro, lo dejé con la portada visible, y espié en los asientos adyacentes lo que leían dos chicas jóvenes. Nada de e-book ni esas pendejadas. La que iba sentada frente a mí leía un libro titulado En los zapatos de Valeria, de una tal Elisabeth Benavent. La autora nació en 1984. Tenía un año cuando yo compré el libro de Modiano en Padilla y por lo visto ha vendido 120.000 ejemplares de una serie de novelas protagonizadas por la tal Valeria. La autora trabaja en el departamento de comunicación de una multinacional.

Al otro lado del pasillo, junto a la ventana contraria, otra chica iba ensimismada con la lectura. Al autor le gustaría saber que incluso cuando llegamos a Santa Justa seguía leyendo el libro por el andén y en las escaleras mecánicas. Se trataba de La mirada del otro, novela con la que Fernando G. Delgado ganó en 1995 el premio Planeta y que llevó al cine Vicente Aranda. Cuatro años antes, dirigió Tele-Expo, el canal de la Exposición Universal de 1992 en la Cartuja.

No había leído una línea de Modiano. El libro de familia te atrapa. Son quince relatos. Ayer, en el desayuno, no conseguía olvidar esa especie de levitación que causó en mí como lector. El recuerdo vino al escuchar en la radio los números premiados de la primitiva. No es broma: 14, 36, 39, 42 y 45. Los afortunados habían elegido un ramillete de números que arrancaba con el año que empezó la Primera Guerra Mundial y terminaba con el que marcaba el final de la Segunda. Por medio, los tres años de la guerra civil española, del 36 al 39 en el que empezó la Segunda Guerra Mundial, y el 42, paso del rubicón de este conflicto asociado a la película de Robert Mulligan. ¿Por qué todas las guerras empiezan en verano?

Patrick Modiano nació en julio de 1945. El año que termina la Segunda Guerra Mundial. Dice que ese nombre era muy frecuente entre los niños de su quinta a causa de los soldados anglosajones que participaron en la liberación de París. Lo cuenta como si lo hubiera vivido. Presciencia, le llama Javier Marías a esa capacidad de intuición a deshora, novelista que llena el escaparate de libros de Santa Justa. El padre de Modiano era un judío perseguido por los nazis que se casó con una joven que trabajaba para una compañía de cines alemanes. Fue un hijo de la ocupación. Cuarenta años después compré su libro, que esperaba entre otros de Peter Handke, Benet y García Hortelano a que alguien lo sacara de la mazmorra. Hay veces que el Nobel tiene los efectos de una primitiva.

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