El rastro de la fama. Mª Fernanda Morón de castro

"El patrimonio de la Hispalense está a la altura de algunos grandes museos"

  • Experta en peritaje y valoración de obras de arte, esta Profesora de la facultad de bellas artes es también una profunda conocedora del patrimonio histórico. Fue la primera conservadora de la Universidad de Sevilla.

Perfil: El engaño de la fragilidad. El plumilla ya escribió alguna vez que la apariencia de María Fernanda Morón de Castro engaña. Su apecto menudo y su voz frágil, casi quebrada, dan una primera impresión de mujer desvalida. Sin embargo, sólo hace falta hablar con ella unos minutos para caer en la cuenta de que estamos ante todo un carácter, ante una universitaria que no especula ni murmura, sino que emite sus opiniones con responsabilidad, pero sin miedos ni autocensura. Tiene ese don tan hermoso que son las buenas maneras, el donaire en la gesticulación. Esta historiadora del Arte y profesora en la Facultad de Bellas Artes fue conservadora de la Universidad de Sevilla durante el periodo Luque, época en la que realizó un fructífero trabajo sobre un patrimonio que, hasta el momento, había sido ignorado por la institución. Durante la conversación, a veces mira al infinito que se abre tras las ventanas que dan a la calle Laraña. Es entonces cuando la sus palabras se vuelven más íntimas y evoca el recuerdo de su abuela paterna, narradora fabulosa y popular que le contaba las historias de la antigua sede de la Universidad de Sevilla, sobre cuyas ruinas se levantó posteriormente la actual Facultad de Bellas Artes. Hay un momento en que mira al plumilla y le dice riéndose, casi avergonzada: "¿Sabe? Esto es una confesión. A veces cruzo el patio y hablo con ella. Le digo: 'abuela estoy aquí". Como ella advierte varias veces en la entrevista, el amor al patrimonio no se improvisa.

-Es una paradoja el que esta entrevista, cuyo principal tema va a ser el patrimonio histórico, se desarrolle aquí, en la Facultad de Bellas Artes, construida sobre uno de los edificios mártires de la picota sevillana, la antigua casa profesa de la Compañía de Jesús y sede durante años de la Universidad de Sevilla.

-Sí, el edificio histórico se demolió en los años 60, una de las muchas consecuencias del desarrollismo. Lo más lamentable a mi entender es que en esa época el alcalde de Sevilla era un historiador del Arte, José Hernández Díaz. No entiendo cómo ahora se le ha puesto su nombre a la biblioteca del Laboratorio de Arte. En fin, su actuación no fue muy adecuada.

-El patrimonio histórico también ha sido una de las grandes víctimas de los últimos años del exceso, ya en democracia. Quizás no tanto los grandes monumentos, que ya están protegidos, como sus entornos urbanos. En los pueblos, por ejemplo, se han hecho barbaridades.

-Sin ir más lejos, Morón de la Frontera, de donde soy. Siempre ha sido un pueblo muy industrial, lo que ha provocado que una gran parte de su patrimonio haya desaparecido: las casas palacio, algunas partes de las iglesias... ¿Qué haces ante eso? Creo que hoy en día la voz del patrimonio tiene que ser una voz social, no puede ser exclusivamente individual. Realmente hay una colectividad que está preocupada y, sobre todo, formada para entender qué es el patrimonio, cuya destrucción no es un fenómeno nuevo. Por ejemplo, la Revolución Francesa se cargó el 80% del patrimonio de París y ésa fue una de las causas del nacimiento de los museos.

-Estoy pensando también en el caso de Écija, una de las grandes ciudades patrimoniales de Andalucía, y la polémica remodelación del Salón.

-Horroroso... Y lo peor es que lo hicieron arquitectos contemporáneos. En el caso de Morón fue Vázquez Consuegra, quien, desde mi punto de vista, actuó en contra de la escala urbana, del concepto de pueblo como tal. Por ejemplo, en la biblioteca pública se pusieron unas planchas de mármol tapando todos los huecos de un palacio del siglo XVIII precioso y al que se le quitó la luz sin entender la voz del edificio. Muchas veces, los arquitectos no entienden los lenguajes de los inmuebles antiguos sobre los que intervienen. Es necesario que respeten el lenguaje previo, que sepan captar el aire del edificio, para lo que deberían tener una formación en restauración y conservación. Eso sí, siempre he respetado que los arquitectos son artistas y se tienen que expresar con el lenguaje de su momento.

-Es un debate antiguo, ¿deben los arquitectos intervenir sin complejos sobre lo anterior o deben ser sumisos a los dictados de la historia?

-No creo que deban ser sumisos, sino respetuosos. Usted puede hablar con otra persona en otro idioma, pero no tiene por qué chillarle. Ahí está, por ejemplo, el edificio de Previsión Española de Rafael Moneo, junto a la Torre del Oro. Es un lenguaje contemporáneo pero muy respetuoso con su entorno, utilizando elementos propios de la arquitectura andaluza, como el ladrillo, la madera, el mármol... Ahora lo han estropeado un poco. Lo contrario son las setas, por mucho que hayan sido ya asumidas por el pueblo sevillano y sean un punto de encuentro, pero... Sería importante que en todos los órganos de los que depende el patrimonio hubiese profesionales en la materia, personas que, por supuesto, conozcan la normativa y la legislación, pero, sobre todo, que tengan la sensibilidad para comprender que el patrimonio es un crisol de valores que hay que preservar.

-Actualmente, los políticos no paran de hablar de la rentabilidad turística del patrimonio. Sin embargo, muchas veces olvidan que el patrimonio es también un lugar vivido por los ciudadanos. Ahí está, por ejemplo, el proyecto de hacer un centro de visitantes en lo que ahora es la guardería del Alcázar. Estiman que el monumento es mucho lujo para unos mocosos nativos.

-Tiene razón, el principal argumento que usan ahora los políticos es que el patrimonio ayuda a atraer el turismo, que es uno de los principales factores del crecimiento del PIB. Todo esto está bien, pero ¿qué factura pagamos? Es importante que el niño conozca desde pequeño cuál es su entorno, por qué algo es valioso, por qué su padre lo lleva a una iglesia y no a otra...

-Usted fue conservadora de la Universidad de Sevilla en los tiempos del rector Joaquín Luque. ¿Qué opina de la anunciada retirada del escudo preconstitucional que corona la puerta de Filología?

-Yo hice un informe en su día sobre los símbolos franquistas que aún perduran en la Universidad y dejé claro que no me parecía bien que se quitase ese escudo en concreto. Entre otras cosas porque no me parecía que estuviese en un lugar muy ostentoso, de hecho mucha gente ni siquiera sabía que existía. La historia, al igual que se escribe, también se talla, se modela, se pinta... Si fuésemos tan exquisitos con todo no tendríamos patrimonio, no sabríamos cómo era la cara de Calígula. Es verdad que el arte se carga de simbología y, sobre todo, de simbología política, y eso es lo a mí me da miedo. Como he dicho antes, la Revolución Francesa se cargó el 80% del patrimonio parisino, y lo hizo porque el arte simboliza el poder... No conozco una revuelta política en la que el patrimonio no haya sufrido. No sé como se tomará la retirada del escudo Carmen Jiménez, su autora junto a su marido ya fallecido, Antonio Cano... Para realizar esa portada se formó un equipo muy bueno en el que también estaba Balbontín y Vasallo y que hizo un trabajo extraordinario.

-¿Y qué le parece la idea de sustituir el águila por el sello de la Hispalense?

-Eso es un pastiche. ¿Quién lo hace? ¿Cómo lo hace? Esa obra ya estaba cohesionada...

-El patrimonio de la Universidad de Sevilla sigue siendo un gran desconocido para los sevillanos.

-Sí, y eso que es riquísimo, compuesto por unas 6.000 piezas, a la altura de algunos de los grandes museos. Se puede ver en una web en la que trabajé diez años y en la que puse toda mi ciencia para que respondiera a las tres líneas de la Ley de Patrimonio Histórico: documentación, conservación y difusión. Yo intenté sacar ese patrimonio de los despachos para llevarlo a las zonas comunes, luchar contra el decorativismo. Por ejemplo, llevar a la biblioteca la colección de retratos de personajes ilustres. El problema es que ese patrimonio universitario no está gestionado... Requiere de profesionalización, de un equipo estable de conservadores, de documentalistas y de gente dedicada a la difusión.

-Cambiemos de tercio. Usted investiga y enseña sobre peritaje y tasación de obras de arte. Un tema complicado y polémico.

-Después de más de 27 años dando clases sobre este tema considero que peritar una obra es muy difícil. La Historia del Arte se ha montado con muy pocas obras auténticas a ciencia cierta, el resto son atribuciones que emiten los expertos, juicios de valor que hay que poner en cuarentena. A mis alumnos siempre les digo que, por mucho que lo diga un experto, hay que tener en cuenta que estamos ante un juicio subjetivo y, muchas veces, probablemente equivocado. Ahora, algunos creen que los métodos de análisis científico son la panacea, algo que no es así. Es como diagnosticar una enfermedad: el médico puede mandar muchas pruebas y análisis, pero luego hay que saber interpretarlos y acertar. Ya nos estamos dando cuenta de que ni todo son pruebas científicas ni todo documentos históricos... Lo importante es saber interpretar las dos patas.

-También está el buen ojo.

-Sí, pero el ojo del experto también falla. ¿Cuántas atribuciones hemos visto publicadas y cuando se va a restaurar la obra aparece una firma totalmente inesperado? Insisto, yo pongo todo en cuarentena.

-Muchas atribuciones también son armas arrojadizas entre historiadores del Arte y sirven para continuar espúreas guerras académicas.

-Sí y todo sin apenas dar argumentos. Fíjese en lo que pasó con la Inmaculada de Focus: primero fue Velázquez, después fue Cano, ahora otra vez Velázquez...

-También le interesa mucho, según se desprende de su actividad en Facebook, el mercado del arte y las subastas.

-Me interesan las subastas porque reflejan el valor que hoy le da la sociedad al arte... El arte se ha convertido en una manera de especulación, de ganar dinero. Yo me pregunto si merece la pena pagar esas cantidades astronómicas que se pagan por algunos cuadros en vez de dedicar el dinero a la lucha contra el hambre...

-Hablemos del Giraldillo, al que usted ha dedicado algún trabajo. ¿Fue acertada la decisión de volver a subirlo a la Giralda?

-La Carta de Venecia hace mucho hincapié en que a los edificios no se les prive de sus esculturas. Yo estuve de acuerdo con que se subiese el Giraldillo. El problema, en mi opinión, es que cada vez que se ha intervenido se ha hecho mal y la veleta ha empeorado. ¿Por qué? Porque la mirada ha sido la de los ingenieros y los arquitectos y no de escultores y restauradores. Por ejemplo, no me gusta esa estación meteorológica que se le ha añadido, es una especie de corona en la parte inferior que atenta contra la autenticidad de la pieza.

-Mucho se habla del expolio del patrimonio sevillano y español por parte de las tropas napoleónicas pero poco del autoexpolio realizado por los propios nativos durante siglos...

-España e Italia han sido países que han sufrido un gran expolio, por eso son los dos únicos países europeos que tienen una ley que protege el patrimonio (en el resto de los países sólo hay recomendaciones). Todo se ha debido fundamentalmente a un tema económico y a una falta de formación. Me quedé sorprendida cuando entré en el Metropolitan de Nueva York y vi el claustro del Castillo de los Vélez, una de las entradas del Renacimiento en España. El peor expolio es el desconocimiento. Si los ciudadanos no conocen el valor de su patrimonio, no lo protegen y lo venden por diez duros. En España ha vendido todo el mundo: la Iglesia, las instituciones, los privados. Hay que enseñar a la gente que tiene la obligación de pasar el patrimonio a la siguiente generación.

-También habría que hacer una reflexión sobre los museos. En muchos casos han recogido los restos de algunos naufragios, pero también han servido como agentes de expolio exterior e interior... Son instituciones muy celosas. Por ejemplo, a veces da la impresión de que el Prado está más pendiente de sí mismo que de servir al patrimonio español.

-Es cierto que los museos son espacios donde se descontextualizan las piezas. Nadie, excepto los autores contemporáneos, pintaba para los museos. El que los museos de todo el mundo, como el British o el Louvre, devolviesen a su sitio muchas de las piezas que exhiben sería una utopía. El único caso de devolución que conozco es el de las obras de los judíos que fueron robadas por los nazis. Sin embargo, quiero decir que El Prado es un museo muy legítimo, formado por colecciones que se han ido comprando o heredando, porque hemos tenido la suerte de que a nuestra monarquía le ha gustado el arte. Sólo una parte que apenas supone un 1% procede de la desamortización. No pueden decir lo mismo ni los ingleses ni los franceses.

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