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Manuel garcía fernández. Catedrático de historia medieval de la hispalense

"En el ámbito de las cofradías, Mateo Alemán era un trepa del siglo XVI"

  • Ha dedicado gran parte de su carrera al estudio de la antigua frontera con el Islam, la llamada 'banda morisca', al monarca Alfonso XI y a la historia de la Semana Santa de Sevilla

Manuel García Fernández (1959) es uno de los responsables de que Carrión de los Céspedes sea una de las localidades españolas con mayor proporción de historiadores. De hecho, hubo un momento en que llegó a tener simultáneamente 21 alumnos de su localidad en la Real Fábrica de Tabacos. El lobby de Carrión llegó a ser tal en la Facultad de Historia que un alumno, resentido y vengativo, escribió en la pizarra: "El profesor Manuel García sólo aprueba a los de su pueblo". En agradecimiento, sus antiguos pupilos le han concedido todas las distinciones que podían: Hijo Predilecto, calle propia y el título de cronista. No hay duda de que este hermano del Silencio es profeta en su tierra y de que se lo merece. La cita es en el bar americano del hotel Alfonso XIII, cuyos murmullos son de inmediato apagados por la voz vibrante y erudita -entrañablemente antigua- de este profesor que ha dedicado lo mejor de sus días a estudiar la figura de Alfonso XI (muy desconocida por los sevillanos), la historia de los municipios de la llamada banda morisca sevillana (Morón, Osuna, Marchena, Écija, etcétera), y de su querida Semana Santa, entre otros muchos asuntos. Su bonhomía está a prueba de bomba. No hay que ser muy listo para darse cuenta, sólo bastan dos minutos de charla.

-En Sevilla se conoce mucho a Fernando III, a Alfonso X, a Pedro I... Pero Alfonso XI es un desconocido para el gran público. ¿De dónde le viene su interés por esta figura?

-Mi tesis doctoral fue sobre la Andalucía de Alfonso XI. ¿Por qué? Pues porque a finales de los 80 era uno de los reyes olvidados de la historia medieval de España, quizás debido a que era un monarca embutido entre los reyes que habían conformado el territorio andaluz: Fernando III, Alfonso X y Pedro I. Además, por aquellos tiempos había fallecido Salvador de Moxó, uno de los medievalistas que habían trabajado sobre Alfonso XI, y había dejado un vacío muy importante.

-¿Cuál fue la importancia de este rey castellano?

-Alfonso XI tuvo uno de los reinados más largos de la Historia de España, desde 1312 a 1350. Comenzó a reinar siendo un niño de apenas un año y su reinado se dividió, fundamentalmente, en dos partes: la de su minoría de edad, que fue una etapa de dificultades, de banderías políticas, de luchas por la tutoría del rey, dominada por su abuela paterna María de Molina; y la de la mayoría de edad, que fue una etapa de consolidación de la institución monárquica y de liquidación de la Guerra del Estrecho. Fue el monarca que en Andalucía significó el tránsito de la época de la conquista y los repartimientos a los inicios del Estado moderno. Las bases económica, sociales y demográficas de la Andalucía que conocemos hoy deben mucho al reinado de Alfonso XI.

-¿Fue a él, entonces, al que tenemos que echarle la culpa?

-Sí, de muchas cosas: del régimen señorial, de la organización de los ayuntamientos... Fue un monarca de su tiempo y, sobre todo, con él se acaba la etapa de las grandes conquistas. Tomó Algeciras, en 1344; Alcalá la Real, en 1341; Cañete la Real, en 1330; Olvera, en 1328... Con esto queda prácticamente establecida la frontera con el Reino de Granada hasta los Reyes Católicos.

-¿Y su relación con Sevilla?

-Él no fue un monarca sevillano como San Fernando, Alfonso X o Pedro I, que están enterrados en la Catedral y que manifestaron su amor y vivieron largas temporadas en esta ciudad. Alfonso XI, como su padre, Fernando IV, fue sobre todo cordobés y está enterrado en la Iglesia de San Hipólito el Real, que él mismo fundó.

-¿Y por qué se trasladaron a Córdoba estos monarcas?

-Porque Córdoba era una ciudad a mitad de camino entre Castilla, Toledo y Andalucía. Era una base muy importante para las expediciones militares por el medio y alto Guadalquivir. Ahora bien, Alfonso XI también tuvo gran admiración por Sevilla y, sobre todo, por una sevillana de fama universal, doña Leonor de Guzmán, la amante regia que le dio diez hijos, entre ellos el futuro Enrique II, el hermano de padre de Pedro I.

-Ya se sabe que las mujeres siempre tiran mucho.

-Sí, ella acercó mucho Sevilla a Alfonso XI. Dicen las crónicas que "en fermosura" era la mujer más apuesta del reino. Gracias a doña Leonor el monarca vivió en el Alcázar un tiempo y levantó el llamado Palacio Gótico o del Caracol, aunque sus preferencias siempre fueron cordobesas. Nunca olvide que la ópera de Donizzeti La favorita transcurre en gran parte en el Alcázar. También es importante que aquí, concretamente en el Monasterio de San Clemente, está enterrada su mujer legítima, María de Portugal, quien apenas sabía hablar castellano y que nunca tuvo feeling con Alfonso XI.

-La relación de María de Portugal con Leonor de Guzmán sería difícil.

-Tenga en cuenta que la Guzmán actuaba casi como la reina de Castilla, incluso recibía embajadores. Alfonso XI estaba muy enamorado de ella y no tuvo otras amantes. Ella vino a parir a Sevilla a sus primeros hijos.

-¿Y cómo era Alfonso XI como persona?

-Como casi todos los reyes castellanos. De estatura media, rubio, de ojos claros, muy prudente en la comida y la bebida y un gran aficionado a la caza y todo lo que generaba: las caballerías, los perros... De hecho, mandó escribir el Libro de la Montería. Fue también un hombre muy amante de la justicia. Tanto es así que algunas fuentes románticas hablan del Alfonso XI el Justiciero.

-El justiciero también fue llamado el hijo de este monarca, Pedro I, un rey con una leyenda negra. ¿A qué se debe esta mala fama histórica?

-Hace un año hicimos un seminario sobre esta figura en la que participaron especialistas de toda la península ibérica. Después de estudiar mucho a Pedro I puedo decir que no era ni cruel ni justiciero, sino un hombre de su tiempo, ni más violento que su padre ni que su hermano Enrique II.

-¿Y por qué la mala fama?

-Es una leyenda fundamentada en la historiografía Trastámara -la dinastía que se inicia tras el asesinato del monarca en Montiel- del canciller Pedro López de Ayala. Es la historia contada por los vencedores, quienes no duraron en quitarle la legitimidad argumentando su violencia contra los miembros de su propia familia, como el infante don Fadrique, al que mató de un mazazo en el Alcázar. Pero ya desde finales del siglo XIV y comienzos del XV aparece cierta historia legitimista que favorece la figura del rey don Pedro, potenciando más su perfil justiciero, corriente que estuvo vinculada a personajes cercanos a una nieta de Pedro I, Catalina de Lancaster. Pero el verdadero promotor del rescate del rey don Pedro fue Felipe II tras su visita a Sevilla.

-Usted también ha investigado mucho sobre la frontera con el Reino de Granada, la llamada banda morisca, un mundo fascinante que ya ha salido aquí en algunas ocasiones, como cuando entrevisté a Rafael Sánchez Saus. A esa historia no le hemos sacado todavía toda la punta que tiene.

-La frontera define a Andalucía. Nos marcó en el pasado y nos sigue marcando ahora. ¿Qué es Andalucía hoy en día? Pues la frontera de Occidente, fíjese si no en las pateras. Efectivamente, la banda morisca fue un mundo fascinante, donde habitaban los héroes... Nos acordamos de los grandes nobles como los Guzmanes o los Ponce de León, pero no de esa caballería hidalga y popular que desgastó su vida y derramó su sangre en la frontera. Son gentes vinculadas a los concejos a los municipios, los que hicieron Andalucía.

-Siempre me ha resultado interesante el personaje del alfaqueque, alguien que vivía entre los dos mundos.

-El alfaqueque, término que en árabe significa el que cambia, era un personaje extraordinario cuya misión era el rescate de los cautivos fruto de las razias. Ya aparece regulado en las Partidas y los había que estaban en nómina de los Concejos. También existían alfaqueques privados o religiosos, como los mercederarios, y la Alfaquequería Mayor de Castilla, que se encargaba del rescate de grandes nobles. El alfaqueque era un personaje que tenía un reconocimiento mutuo a ambos lados de la frontera. Por supuesto hablaba árabe y usaba signos distintivos de su inmunidad, cartas de seguro y de protección. En algunos casos, usaba sus buenas artes para espiar o para comerciar. En el México actual todavía se llama alfaqueque a las personas que trafican con tabaco u otras mercancías a un lado y otro de la frontera.

-Últimamente también está enseñando en el Grado de Estudios de Asia Oriental de la Universidad de Sevilla. ¿Qué pinta allí un medievalista?

-Estoy dando la asignatura Historia Premoderna de Asia Oriental, desde el siglo V hasta el XV, en China, Japón y Corea.

-Una época en la que hubo muy poco contacto entre Oriente y Occidente. Los que poco sabemos de la materia apenas conocemos la figura de Marco Polo, pero ¿hubo algún personaje español destacable?

-Sí, por ejemplo Pedro Tafur o Ruy González de Clavijo, en tiempos de Enrique III de Castilla, en el siglo XV, en busca de Tamerlán, de los tártaros, con los que se pretendía llegar a alianzas para presionar a los musulmanes . No llegaron a China, sino a la zona de lo que hoy sería Irán o Iraq, en torno a Samarcanda. Eran expediciones pequeñas, pero que abrieron rutas, dieron a conocer nuevas culturas y, probablemente, trajeron mercancías desconocidas.

-Hoy es Domingo de Ramos y usted es un gran conocedor de la Semana Santa, cuyo canon es evidentemente barroco. Sin embargo, me gustaría que hablase de sus orígenes medievales.

-Como usted dice, la Semana Santa que conocemos hoy es barroca y no hay que darle más vueltas. Ahora bien, eso no significa que no hubiese una Semana Santa anterior, aunque muy rudimentaria. Las cofradías penitenciales sevillanas no comenzaron a aparecer hasta finales del siglo XIII o comienzos del XIV. Eran cofradías muy pequeñas que realizaban estaciones de penitencia el Jueves y el Viernes Santo y que estaban vinculadas al culto de la Santa Cruz o la Sangre de Cristo, como el Santo Crucificado de San Agustín, la hermandad de Vera-Cruz o la Primitiva Hermandad de los Nazarenos (el Silencio). Eran hermandades que procesionaban a humilladeros: la de San Agustín iba a la Cruz del Campo y la de Jesús Nazareno salía de Omnium Sanctorum hasta el Hospital de San Lázaro, por el campo de la Resolana, también llamado el campo de las Cruces. Todo eso cambiará con el Concilio de Trento y la conversión de las cofradías hospitalarias en las barrocas que hoy conocemos.

-¿Y cómo eran esas procesiones, con flagelantes?

-No, eran de luz, de cera. Otra muy antigua que iba al humilladero de la Cruz del Campo era la Hermandad de los Negritos. No eran hermandades de flagelación, de sangre, aunque me consta que en algunos pueblos de la provincia sí se intercalaba cada dos o tres hermanos de luz algún flagelante.

-Los Negritos... Hay un viejo pleito con el Silencio sobre cuál es la más antigua. ¿Su opinión?

-Eso son cosas que carecen de importancia, porque lo relevante en una institución religiosa es ser la primera en caridad, en atención a los hermanos... Ahora bien, dicho esto, documentalmente sabemos que la Hermandad de Jesús Nazareno tiene unos estatutos redactados en 1356 y aprobados por el Arzobispo don Nuño de Fuente. Se han perdido, pero hay documentación notarial del siglo XVIII que da veracidad de que ésta es, hoy por hoy, la hermandad más antigua de Sevilla.

-Aviso al lector de que usted es miembro del Silencio.

-[Risas]. Bueno, yo siempre voy a arrimar el ascua a mi sardina. Suelo decir de broma que los nuevos hermanos deberían jurar como dogma de fe que la hermandad fue fundada en 1340 y si no no los deberíamos admitir.

-Sigamos con el Silencio. Usted ha sido uno de los investigadores que han participado en la edición de las Obras Completas de Mateo Alemán, autor del Guzmán de Alfarache y, curiosamente, también de las reglas de esta hermandad, de la que llegó a ser hermano mayor. ¿Cómo llegó a este cargo?

-Mateo Alemán era un converso. Su abuelo había sido ajusticiado por la Inquisición y su padre era médico de la cárcel de Sevilla. Él quería limpiar su sangre en la Sevilla en la que triunfaba Trento y, para hacerlo, se buscó una hermandad pobre, medieval, ubicada extramuros, en el campo de la Resolana... Entró en 1572 y en 1574 ya traslada la hermandad al interior, al Hospital de los Convalecientes, en la calle Rioja, cerca de su domicilio familiar. Mateo Alemán utilizó a su hermandad, algo muy característico de los sevillanos... En el ámbito cofrade, Mateo Alemán era un trepa del siglo XVI.

-Pero no sólo se sirvió, también aportó, ¿no?

-Sí, es cierto. Consiguió tierras para construir una capilla, casas, hizo las nuevas reglas... Hoy, sin embargo, los trepas que se sirven de las hermandades para su promoción política y social dan muy poco a éstas.

-¿Y se nota mucho su pluma en las reglas?

-Sí, en la primera parte demuestra sus conocimientos en teología, en materia bíblica... Queda claro que es un hombre formado. Y, sobre todo, en la segunda parte, en la llamada Regla de los Presos, demuestra su auténtico espíritu cristiano.

-Personaje contradictorio...

-Sí, siendo hermano mayor del Silencio fue dos veces a la cárcel por asuntos de cuentas, porque metió la mano en la recaudación de impuestos y por no tratar a su mujer como debiera

-Igual que Cervantes.

-No coincidieron en la Cárcel Real de Sierpes de puro milagro. Mateo Alemán también concibió el Guzmán de Alfarache en la cárcel. Murió en 1614 muy pobre, en México, desconfiado de Dios. Sus últimas palabras fueron: "¿Dónde está Dios?".

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