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Calle rioja

Veinte sonetos de amor y una elegía desesperada

  • Recital en el Ateneo. El jerezano Federico Rivelott, acompañado al piano por el cordobés Fernando Amo, ofreció un emotivo homenaje a la poesía de Miguel Hernández.

TEMPRANO madrugó la madrugada. En la calle el termómetro superaba los 40 grados, pero el salón de actos del Ateneo estaba completamente lleno. Dos viejos amigos, que no amigos viejos, ofrecían una interpretación única: veinte sonetos de Miguel Hernández y una elegía, así se anunciaba en el programa de mano, recitados por Federico Rivelott (Jerez, 1937) y acompañados al piano por Fernando Amo (Córdoba, 1943).

Los veinte sonetos son poco conocidos del público. Desde "Gozar y no morirse de contento…" a "La muerte toda llena de agujeros…", como empiezan el primero y el último de los sonetos interpretados. La elegía a Ramón Sijé es sin embargo una de las joyas de la poesía española, una de las piezas más conocidas, más veces interpretada, más leída y estudiada en los colegios, más conmovedora y palpitante. Pocos homenajes más sentidos a la pérdida de un amigo, preludio y metáfora de la pérdida trágica, después de su detención y cruel encarcelamiento, del propio poeta.

Podían haber titulado el recital, con préstamo de Pablo Neruda, "Veinte poemas de amor y una canción desesperada". Porque era el amor, y su ausencia, el hilo conductor de casi todos los sonetos ("Me tiraste un limón y tan amargo…"), y es desesperación lo que prima en la elegía a Ramón Sijé, donde el poeta siente "más tu muerte que mi vida". Dos amigos de Orihuela, "tu pueblo y el mío".

Sevilla es la media geográfica de las ciudades de procedencia de Federico Rivelott y Fernando Amo. Dos artistas versátiles y polifacéticos. El primero, antes que actor, fue decorador "y antes profesor mercantil". Acompañó a María José Cantudo en algunos de sus éxitos más sonados en los escenarios, como La Ventolera, inspirada en una obra de los hermanos Álvarez Quintero.

Fernando Amo, cordobés, trabajó muchos años en el departamento de recursos humanos de Telefónica. Es padre de Esther Amo, la prestigiosa diseñadora y autora de innovadoras líneas de estilismo. Es músico autodidacta. "Mi madre, Pilar Muñoz, era profesora de Piano en el Conservatorio de Córdoba. Lo que sé lo aprendí de ella". Con sus introitos musicales, casi todos creación suya, ayudaba al rapsoda a arrancar cada uno de los sonetos, 280 versos de memoria, sin un papel. Además, interpretó fragmentos de Alfonsina y el mar y El concierto de Aranjuez. "Lo mío es el piano flamenco, la música de Albéniz, Falla, Felipe Campuzano".

El Ateneo está hermanado con la poesía y con la famosa foto de la generación del 27. Miguel Hernández no pertenecía a ese grupo, pero tenía en él a grandes amigos y admiradores como Federico García Lorca o el más allegado, el sevillano Vicente Aleixandre, a cuya casa llegó como un rayo la noticia de la muerte del poeta, compañero de partidas de ajedrez de Antonio Buero Vallejo en la cárcel de Alicante. Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Volviendo a Neruda, el poeta chileno lo esperaba en el puerto de Lisboa para que Miguel Hernández se embarcara en un navío de refugiados con destino a Chile. Nunca llegó a la cita porque fue detenido en Rosal de la Frontera, pueblo de la provincia de Huelva limítrofe con Vilaverde de Ficalho. Las prisiones de Huelva y Alicante fueron las escalas de su corta vida, ahora recordada con su larga obra por estos amigos que ya hicieron algo parecido con los poemas de Manuel Benítez Carrasco.

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