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Sevilla

Entreacto en el Guadalquivir

  • En Sevilla hay familias que residen en barcos en el río aprovechando sus ventajas, entre otras, económicas Una pareja americana relata su vivencia

Año 1975. Estados Unidos sufría ante la mirada del mundo entero por la caída de Saigón, finalizando así la guerra de Vietnam. Y bajo toda esta confusión Eduardo y Ellen Zacko, músicos neoyorquinos, se enamoraron bajo la luz de los carteles de los teatros de Broadway, donde trabajaban. Como si de una película de Orson Welles se tratara, el romance de esta pareja estadounidense con la ciudad Sevilla comenzó con una muerte. Una amiga común llamada Dolores Muñoz, quien nunca había nombrado anteriormente la ciudad hispalense, ni siquiera alguna española, expresó en su lecho de muerte una última palabra: "Sevilla". Y expiró.

Ni Eduard ni Ellen sabían a qué se refería. El nombre de la capital andaluza no les resultaba familiar, apenas el país donde se encontraba, España. Pero el nombre no se les borró de la memoria. Tras algunas averiguaciones, en 1982 decidieron emprender un viaje a través del Atlántico para conocer la ciudad que había nombrado en una última voluntad su amiga. Compraron un velero llamado Entre'acte (intermedio entre dos actos de una obra de teatro). Alrededor de cuarenta días tardaron en cruzar el océano. Al llegar a Sevilla volvieron a enamorarse. La ciudad andaluza fue para ellos un descubrimiento, no sólo turístico sino también espiritual. "Las personas, la forma de vida y sus fiestas (Semana Santa y Feria, básicamente) fueron los elementos más hermosos que me cautivaron", explica la estadounidense, quien añade que no ha conocido cosa igual en todos los viajes que han realizado alrededor del mundo.

Tanto es así que han decidido instalarse en la capital por largas temporadas. Entreactos. ¿Dónde? En su casa, su barco. Un total de 15 veces han repetido esta experiencia en Sevilla. Su domicilio está en el Club Náutico, donde tienen amarrado su velero. Y se sienten vecinos en Sevilla. Tal es la devoción de estos extranjeros por la ciudad que ya han comprado los billetes de avión para ver la Semana Santa de Sevilla, a donde regresarán en marzo. Estos trotamundos tienen su casa en Arizona, pero ni siquiera allí faltan las alusiones sevillanas. El jardín tiene como nombre El Patio de San Gonzalo y su casa se llama Los Duendes, en relación a una famosa caseta que de la Feria.

En Sevilla, en el Náutico, no son los únicos que viven en un barco. Navegar sobre la propia casa, cocinar pescado fresco cada mañana o dormir cada semana en un sitio distinto son algunas de las experiencias que buscan a diario aquellos navegantes que prefieren vivir a bordo de su propio barco. Y cada día hay más personas que se suman a la idea de vivir en una embarcación no sólo por la aventura, sino también por el ahorro económico que supone. Para quienes no tienen barco, hay ya empresas sevillanas que los alquilan, como Sun Sails, para que quien lo desee pueda vivir esta experiencia en el Guadalquivir.

El coste de vivir en el club varía según la eslora que tenga el barco y la manga, así como la duración del amarre. Según esta pareja norteamericana, cada noche supone alrededor de veinte euros por un contrato de atraque de seis meses entre los que se incluyen las tasas portuarias y las distintas instalaciones del club. Un hotel económico que, además, les hace sentir como en su propia casa. Aseguran que tampoco la embarcación necesita mucho mantenimiento, ni trabajo. "El barco requiere algunas reparaciones, pero mi esposo es capaz de arreglarlas", explica Ellen Zacko, quien añade que para la vida diaria cuentan con máquinas solares que les proveen de electricidad suficiente así como desalinizadoras de agua.

No están solos. Los americanos tienen como vecinos en el Náutico a Eduard Niwes, un joven francés,de 27 años que heredó la pasión familiar de navegar los mares. El sexto barco que posee la familia, de nombre Pleamar, tiene una longitud de 18 metros y requiere una media de 2.500 euros en mantenimiento. Esta embarcación ha recorrido durante 28 años aguas danesas, alemanas y toda la costa española. Una experiencia en alta mar que anualmente repite junto a su padre con parada obligatoria en Sevilla. Un intrépido que no tienen nada que envidiar al mismísimo Sterling Hayden, pues tiene en mente dar más de una vuelta al mundo.

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