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Sevilla

En el frente de la desdicha

  • Los atentados de París sorprenden a un equipo del Samu enviado desde Sevilla para reforzar la ayuda humanitaria en los campamentos de refugiados de Calais y Dunkerque

En medio de un barrizal repleto de tiendas de campaña, un grupo de refugiados kurdos se enzarza en una acalorada pelea. Hablan en su lengua materna y no es posible entender el motivo de la disputa. La tensión crece en el campamento de Dunkerque cuando otro grupo se acerca de forma agresiva portando palos en las manos. A menos de unos cien metros de aquí, en el punto médico de SAMU, el responsable del equipo, Borja González de Escalada, escucha un disparo que confunde en un primer momento con un petardo. Los acontecimientos se desarrollan con mucha rapidez, no hay tiempo para pensar.

Una mujer corre con la cara blanca pidiendo a gritos ayuda. "¡Han apuñalado a un hombre! ¡Rápido, todos con los guantes puestos!", grita el jefe del equipo del SAMU, que esta mañana decidió visitar el campamento de refugiados de Dunkerque, a unos 35 kilómetros de la ciudad portuaria de Calais, donde más de 1.500 personas viven en medio de un pequeño bosque. Al mismo tiempo y en el mismo punto médico, un cansado y demacrado Ahmed, que dos días antes había sido atendido por los sanitarios de la Fundación SAMU tras ser atropellado por un policía mientras dormía, según contó, se sienta con dificultad en el suelo mientras se toca el pecho. Está teniendo un ataque en el corazón pero con la tensión del momento y la barrera del idioma nadie se percata de su mal estado.

Entre los gritos aparece un hombre andando y aparentemente tranquilo pese a tener la cara ensangrentada, tiene un corte de unos cinco centímetros en el pómulo. Pero lo peor llega cuando se da la vuelta y tras su camiseta rota se ve una herida de unos 20 centímetros de longitud y otros cinco de profundidad. El médico Óscar Hugo Martín puede ver sus costillas.

Óscar, Blanca, Ignacio y Andrés, los sanitarios del Samu, intentan a toda costa cortar la hemorragia y presionar la piel con vendas en la clínica improvisada al aire libre bajo una loneta azul y un suelo lleno de piedras. No hay heridos de bala, todo hace pensar que fue un disparo al aire. Todo es confuso, no se conoce el motivo de la disputa y la Policía, que ni siquiera entra en el recinto, ni interroga ni detiene a nadie. Una ambulancia se lleva al herido al hospital y es entonces cuando los médicos se percatan del mal estado de Ahmed, tirado en el suelo, al que consiguen atender a tiempo.

A diferencia del campamento de Calais, que cuenta con la presencia de Médicos del Mundo y Médicos Sin Fronteras, en Dunkerque no hay un punto de primeros auxilios. En cinco horas, el servicio andaluz del Samu atendió a unas 70 personas, la mayoría con infecciones respiratorias, diarrea y traumatismos provocados, según aseguran los propios refugiados, por las agresiones policiales. "Si no hubiéramos estado aquí, el del infarto se muere", señala el doctor Martín al finalizar la jornada.

Desde el 9 de noviembre, un equipo del Samu, con sede en Sevilla, trabaja en el campamento de refugiados de Calais junto a la fundación británica Bridge 2 y gracias a la financiación de un grupo de médicos portugueses y de la Obra Social La Caixa, que también colaboró con ellos en la misión de Nepal. Los atentados de París sorprendieron a los sanitarios en plena ayuda humanitaria en Calais, donde estos días se vive una inquietante calma.

Durante estos ocho días, el equipo del SAMU, formado por seis personas, ha atendido a una media de 50 refugiados diarios en Calais y Dunkerque, a las puertas de la frontera con Inglaterra. Algunos ya tienen experiencia en otras misiones como Borja González de Escalada y Óscar Hugo Martín, que estuvieron en Haití, Filipinas y Nepal. "Cuando te dedicas a la ayuda humanitaria, sabes que las situaciones de miseria se dan tras una catástrofe natural o en los conflictos bélicos. Lo que me llama la atención es encontrarme esto en Europa", apunta el médico Óscar Hugo Martín.

En el campamento de Calais viven hacinadas unas 6.000 personas en tiendas de campañas y en condiciones infrahumanas. Duermen rodeados de basura y de comida en descomposición. Las escasas letrinas huelen a putrefacción y en algunas tuberías el agua está contaminada. "Alguien tiene que empezar a tomar medidas sanitarias ya. Tal como viven no es extraño que surja algún brote de algo", apunta el médico. "El agua no es potable y nadie les informa de que deberían hervirla".

La comunidad siria cede al equipo médico durante su estancia la carpa que ellos utilizan como mezquita para el desarrollo de su labor. En Dunkerque es distinto, la asistencia sanitaria se hace al aire libre, sin techo que proteja del frío y con tres pequeños focos que funcionan gracias a un generador. Los traumatismos son frecuentes, ya que cada noche centenares de personas intentan saltar una valla de cuatro metros y lanzarse al tren en marcha que cruza el Canal de la Mancha, todo ello huyendo de la Policía francesa. Un éxodo sin control.

Josef se rompió la pierna hace varios días y ahora camina con unas muletas muy pequeñas para su altura. El enfermero costarricense Andrés Rodríguez le recomienda que no apoye el pie, no puede andar, idea que a Josef no le agrada: quiere cruzar a Inglaterra cuanto antes. Este palestino pidió asilo en Siria hace cuatro años huyendo del conflicto árabe-israelí, pero tras el estallido de la guerra, lo expulsaron del país. "Me echaron de Siria y perdí mi pasaporte y toda mi documentación", relata.

"Me sorprende que con la mochila que tienen de dramas personales, cualquier persona en España estaría con antidrepresivos, y aquí no aprecio ansiedad, algo muy común en otras misiones, sobre todo en las catástrofes", apunta el doctor Martín. "Yo les veo contentos, motivados. Creo que no saben que esto va a ser un campamento de vida. Todos sueñan con saltar pero muy pocos lo consiguen". El enfermero Andrés Rodríguez lo define como "una catástrofe en potencia".

El día antes de los atentados de París, el equipo viajó a la capital francesa alertado por la presencia de un grupo de refugiados afganos que malvivían entre cartones y lonetas de plástico. En poco más de cuatro horas, el Samu atendió a cerca de un centenar de indocumentados que estaban acampados en la céntrica Plaza de la República, entre ellos una mujer de 19 años embarazada de dos meses. La sarna había comenzado a expandirse por el campamento y una decena de ellos ya manifestaban síntomas. Muchos no disponían de colchones ni sacos de dormir, pasaban la noche en mantas sobre el suelo y comían de las donaciones que algunos parisinos de manera individual les ofrecían. Esa misma noche, la Policía los echó de allí por segunda vez en un mes.

"Los atentados van a afectar muy negativamente a los refugiados. La mayoría profesan el Islam y, como tendemos a generalizar, todos van a ser igualmente crucificados y tachados de terroristas, como ocurrió en Madrid", apunta la médico Blanca Micheo, que debuta en este viaje como cooperante junto con el enfermero Ignacio Guerrero. "Si se demuestra que entre los autores del atentado hay gente que ha llegado a Europa como refugiados, esto puede ser un gran problema para ellos. Cualquier indocumentado con rasgos árabes será sospechoso", completa el responsable del equipo, Borja González de Escalada Álvarez.

Los atentados de París no son noticia en el campamento de Calais. Sus preocupaciones se centran más en buscar pan y ropa de abrigo. Su único objetivo es cruzar la frontera, no piensan en nada más. Mahmud, que ha ayudado durante toda la semana al equipo del Samu como traductor, confiesa que tiene miedo a posibles represalias. Como él, muchos de los sirios que viven en La Jungla huyeron de su país después de que el Estado Islámico los amenazara con hacer daño a su familia si no se alistaban en su ejército.

El joven de 28 años cuenta con resignación que cree que sus dos hermanos mayores están muertos después de que miembros del ISIS los secuestraran al negarse a alistarse. Semanas después, cuando el ejército volvió para obligar a su hermano pequeño y a él mismo a que se alistaran, ambos huyeron, dejando a sus padres y a sus cinco hermanas en Damasco. Cabizbajo, explica en un perfecto inglés que desconoce el paradero de su familia. Su único objetivo ahora es llegar a Londres, donde vive su hermano pequeño, al que perdió tras una carga policial en Alemania hace dos meses. Mahmud habla como si ésta fuera una historia ajena a él, sólo una pesadilla. Su rostro no muestra ninguna emoción, sólo cansancio, resignación y aceptación.

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