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Sevilla

La burundanga, la droga de moda en los burdeles

Puede que tenga mucho más de mito que de realidad, pero lo cierto es que la entrada de burundanga en España empieza a preocupar. En la provincia de Sevilla se han registrado al menos cuatro casos en los últimos tres años, todos ellos en burdeles, pero es muy posible que haya muchos más y no se denuncien por vergüenza o miedo. Este potente narcótico tampoco deja restos en el organismo que lo ingiere, por lo que las Fuerzas de Seguridad tampoco pueden confirmar a ciencia cierta su presencia en todos los casos de personas que han sido drogadas y robadas.

El exótico nombre de burundanga responde en realidad al principio activo de la escopolamina, un alcaloide que se encuentra en un arbusto llamado belladona. Esta sustancia tiene algunos usos médicos, como sedante o dilatador de pupilas en estudios oftalmológicos, así como para el tratamiento de enfermedades nerviosas como el parkinson o para combatir los espasmos. Sin embargo, fuera de control, puede convertirse en un potente narcótico capaz de anular la voluntad de quien lo toma, que queda a merced de la persona que se lo ha administrado.

Puede sonar como aquel consejo de madres y abuelas de "niño, ten cuidado con lo que te echan en la bebida cuando vayas a una discoteca", un consejo que, a la vista de los casos que se han detectado últimamente, no iban muy desencaminados.

La burundanga es una droga que lleva años utilizándose en Iberoamérica. La emplean ladrones y violadores para reducir la resistencia de sus víctimas. En España puede comprarse por internet sin demasiadas dificultades y cada dosis puede costar entre diez y doce dólares. Los envíos generalmente vienen casi todos de Colombia por correo ordinario. Es, por tanto, muy difícil de combatir para la Policía y la Guardia Civil, puesto que la planta no se cultiva -al menos con fines criminales- en España ni, que se sepa, se ha detectado la existencia de ninguna red organizada en el país dedicada a la distribución de venta de la escopolamina. Entre otras cosas porque, si la dosis cuesta diez dólares, es tan barata que no merece la pena montar una infraestructura de venta, que apenas resultaría rentable para los traficantes.

De esta forma, sólo es posible luchar contra los compradores puntuales del producto, que generalmente lo adquieren con intenciones criminales. Los cuatro casos registrados en Sevilla ocurrieron en burdeles. El último, el pasado mes de julio, fue un robo de 12.000 euros a un cliente de un prostíbulo de Camas. La víctima, un hombre de 47 años, pasó la noche con dos mujeres en el burdel. Al día siguiente, ya drogado, las dos mujeres y un taxista que estaba en el ajo lo llevaron a un centro comercial, donde hicieron compras por valor de 12.000 euros.

La droga anula totalmente la voluntad de quien la consume. En el centro comercial, pasaron por dos parejas formadas por el taxista y la víctima y las dos prostitutas. Así no levantaban las sospechas de los empleados de las tiendas. Realizaron numerosas compras, todas ellas pagadas con la tarjeta de crédito de la víctima.

Una vez terminada la excursión al centro comercial, el taxista llevó al cliente al hotel, donde lo dejó en su habitación tras cobrarle 150 euros por el trayecto. En el hotel lo encontraron al día siguiente sus amigos, que se habían preocupado por su ausencia y solicitaron a la recepción que les abrieran la habitación. Dentro hallaron al hombre desnudo y desorientado.

La Policía inició una investigación y detuvo a los tres implicados en este robo, primero al taxista y después a las dos prostitutas. En otra investigación parecida, los agentes de este cuerpo detuvieron en agosto de 2015 a siete personas que realizaron cargos de hasta 800 euros a los clientes del club Privé, situado en el polígono Calonge. En esta ocasión fueron siete los detenidos y funcionaban como una organización criminal para robar a los clientes del burdel. La banda llegó a defraudar más de 31.000 euros en un año. La red estaba compuesta por un jefe, dos personas que administraban el club, dos chicas de compañía y dos trabajadores del local.

Cuando los clientes llegaban al prostíbulo, las prostitutas se acercaban para ofrecerles sus servicios y les pedían que las invitaran a copas. Una vez que conseguían que las contrataran, los llevaban a un reservado donde les seguían ofreciendo alcohol. Los policías no pudieron confirmar que se les administrara burundanga, pero todo apunta a ello por los efectos que sufrieron los perjudicados. Cuando estaban drogados -alguno de ellos llegó a estar semiinconsciente-, les sustraían las tarjetas de crédito de entre sus pertenencias. Luego, las chicas les entregaban las tarjetas a los dos empleados del local, que eran los encargados de realizar los cargos y también de clonar los soportes. Llegaron a realizar cobros de hasta 800 euros, separados entre sí por intervalos de unos 30 minutos.

Las víctimas no se percataban de la estafa hasta pasadas unas horas, ya que cuando se marchaban del local seguían estando ebrios o drogados. Tras investigar a los trabajadores y chicas de compañía del club, la Policía descubrió que había una organización dedicada a estafar a los clientes. Los integrantes de la banda tenían los roles repartidos. El jefe dirigía y controlaba a todos los miembros. Junto con él actuaban otros dos de los detenidos, que se encargaban de la gerencia y administración del prostíbulo. Dos meretrices eran las encargadas de atender a los clientes y robarles las tarjetas, mientras que otros dos empleados manipulaban el TPV para realizar los cargos.

Otro caso ocurrió en un burdel de Castilleja de la Cuesta, el Rey 2000.Un empleado de este local introducía la droga en la bebida que servía a los clientes. Éstos perdían totalmente la consciencia y se quedaban a voluntad de los miembros de una red delictiva que se dedicaba a robarles. Les quitaban las tarjetas de crédito y les hacían cargos que a veces oscilaban entre los 500 y los 2.000 euros. Una vez recuperada la consciencia, muchos de los afectados no querían ni siquiera denunciar los hechos por miedo a que sus familias se enterasen, aunque la Policía localizó a al menos cuatro víctimas de estos delitos. La burundanga estaba guardada en un bote de desodorante, para que pudiera pasar desapercibida durante una redada en el club. En aquella operación fueron detenidos tanto el propietario como los empleados que drogaban a los clientes, así como la madame y las chicas que colaboraban en los robos.

Otro episodio similar ocurrió en 2013 en el Opium club, donde la intervención de la Policía acabó con 13 detenidos, ya que entre las prostitutas había varias extranjeras en situación irregular en España. Como en los dos casos anteriores, los clientes eran drogados para poder hacerles cargos o clonarle las tarjetas de crédito. En todas estas redadas se cerraron los clubes de alterne en los que ocurrieron los hechos.

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