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Sevilla

Los cabos sueltos del capítulo negro de ETA

  • Un joven sevillano, huérfano de la banda terrorista, se moviliza ante el Gobierno para sellar una herida que sigue abierta 34 años después. Una lucha que ha obligado a los políticos a escuchar.

José Miguel Cedillo tenía tres años y unos meses cuando el 14 de septiembre de 1982 viajó desde San Sebastián a Sevilla en un Hércules de las Fuerzas Armadas junto a su madre, María Dolores García, que entonces tenía 24 años. De ese día sólo recuerda el ruido del aparato, los llantos y la estrechez del espacio que hacía que sintiera en sus pies el ataúd donde viajaban los restos de su padre, un policía nacional asesinado a tiros en Rentería a manos de ETA.

De niño nunca preguntó qué le ocurrió a su padre, tampoco qué era esa banda de la que oía hablar en los telediarios y a su madre, durante dos años, sólo le pedía a diario que se levantase de la cama en la que cayó sumida de dolor. Pero cada vez que ETA asestaba un golpe, él acababa en la consulta del médico con una herida abierta en forma de dolor intenso de cabeza que sólo los psicólogos y psiquiatras que le han tratado desde los 7 años podían ver. Dice que estudió Psicología porque es la única profesión que había conocido y hoy se alegra porque ello le ayudó a conocer la razón del comportamiento de su cuerpo y su mente. De hecho, tuvieron que pasar dos décadas para que aprendiera a gestionar su dolor y a ser consciente de la ruptura que el asesinato de su padre produjo en su vida y en la de su madre que, durante veinte años, fue la representante de la Asociación de Víctimas del Terrorismo en Andalucía. Una plataforma que abandonó defraudada por la gestión de algunos de sus miembros.

La lucha personal de José Miguel Cedillo empezó hace ahora cuatro años y fue un libro, Vidas rotas -editado por Espasa y fruto del trabajo de tres expertos en terrorismo- lo que le hizo abrir los ojos, porque su herida lo seguía estando. Sólo el título le causó rechazo. Él, huérfano de ETA, no alcanzaba aún a comprender cómo se podía calificar a su vida de rota; él, que había logrado seguir adelante y construir su presente. Pero la lectura la de las 857 historias (atentados) que se recogen en más de 1.300 páginas pesó como ladrillo sobre su conciencia y se rebeló.

Una rebelión cargada de sensatez que ha sabido gestionar con aplomo y diplomacia hasta obligar a los políticos -"ahora que afortunadamente la banda ha dejado de ser noticia"- a oír su historia que, probablemente, es la de muchos huérfanos de ETA que hoy siguen siendo los cabos sueltos de ese capítulo negro de España. Cuando Cedillo quiso saber y se puso a investigar comprobó cómo un atestado "plagado de imprecisiones y de errores fue el origen de una especie de pacto de silencio que 34 años después sigue sin esclarecerse".

El atentado de su padre, que viajaba junto con otros cinco policías más de los que sólo uno sobrevivió, sigue sin condena y eso es uno de los argumentos que le llevó la semana pasada a concentrarse ante las puertas del Ministerio del Interior a la espera de una reunión con el ministro, a quien quería decirle que ETA le robó a su padre, pero que el Estado no puede seguir privándole de un futuro en paz. Un sosiego que no encuentra porque cuando se puso a indagar en el crimen de su padre descubrió que dos de los terroristas que formaban parte del comando habían muerto ya en altercados con la Policía. Pero que había otro, el conocido como Carnicero de Mondragón, que fue juzgado como colaborador, no como autor de los hechos, y que todo el mundo pudo ver en la portada de los medios nacionales negando su arrepentimiento. Y que había un cuarto que oficialmente se encuentra en paradero desconocido, Félix Manzanos, y que con una simple búsqueda en internet se localiza en Portugal. Cedillo sabe que se casó, que trabajó de taxista y se pregunta cómo es posible que la Audiencia Nacional sepa que desde 1998 se le hacían transferencias bancarias en Cabo Verde y que no haya actuado de oficio para extraditarlo. "En mi vida no ha habido rencor nunca, en casa hemos sabido ser generosos para con las necesidades del país y cada vez que oíamos noticias sobre acercamientos con ETA pensábamos que así debería ser", apunta lamentando el desequilibrio existente y que permite que los terroristas se vayan incorporando a la vida después de la cárcel, queriendo participar en la política. "Tienen portadas, los jueces se pliegan, los visitan en hospitales, las instituciones les escuchan", critica.

Cedillo es huérfano de padre y de Estado, asegura quien se ha sentido ignorado durante más de 30 años. El caso de su padre ha prescrito y un intento de reapertura por parte de la Audiencia Nacional en 2002 ya fracasó. Pero esta víctima reclama también otra justicia. "Tenemos una ley, de 2011, que es insuficiente y que genera injusticias por permitir que los gobiernos hagan lecturas restrictivas sobre los derechos y las coberturas que los huérfanos de ETA deberíamos tener", explica. Hay una segunda generación de víctimas que se siente desamparada por la sociedad. "Si te presentas como víctima piensan que eres una persona con problemas", asegura.

Pero ha sido su empeño particular el que ha obligado al ministro a conocer su lucha estoica y a comprometerse a estudiar su caso y tocar todas las vías posibles. Él sólo quiere cerrarlo. Hacer borrón y cuenta nueva. Únicamente así ETA habrá desaparecido para él definitivamente. El 22 de septiembre de 2016 José Miguel Cedillo viajó de Madrid a Sevilla junto a su madre. Su reciente recuerdo es la mano tendida de su familia, también de ciudadanos anónimos, y el abrazo de sus dos niños a los que algún día, orgulloso, espera contar la historia de una vida reconstruida con justicia y dignidad. Sin cabos sueltos.

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