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Plaza nueva - luis yáñez-barnuevo

"Sentí no salir más por mi partido que por mí mismo"

  • Este ginecólogo entró en el Comité Federal del PSOE en 1975. Un cuarto de siglo de diputado, dos periodos de eurodiputado y tres meses de concejal. Fue muñidor de Suresnes y de las Cumbres Iberoamericanas.

 HISTÓRICO del nuevo socialismo, presidió la delegación sevillana en Suresnes 1974. Luis Yáñez (Coria del Río, 1943) iba a sustituir en el Ayuntamiento a Manuel del Valle en 1991, el autor de la foto de la tortilla. Pero...

-¿Le hace gracia oír lo de la lista más votada?

-Casi todas las semanas, alguien, generalmente personas mayores, me ven por la calle y me dicen: "Usted fue alcalde de Sevilla". No, fui candidato. Me recordarán de los carteles. Fui el más votado, más del 40% de los votos. En la toma de posesión, Alejandro me contó que le llamó Aznar y le dijo: "Tienes todos los votos del PP para ser alcalde".

-¿Es una injusticia poética que al más americanista le arrebataran la Sevilla del 92?

-Yo estaba en los temas del 92 mucho antes de ser nombrado Olivencia. Puede parecer una impostura, pero yo tenía sentimientos encontrados. Era un honor ser alcalde de una de las grandes ciudades de España y del mundo. Pero yo nunca tuve vocación municipal ni me interesaba la política local, mucho más en una ciudad con la sobrecarga de tradición, procesiones y cristos, y yo soy ateo. Lo sentí más por mi partido que por mí mismo. En la propia campaña yo no llegaba, no transmitía. Decían que porque no era de Sevilla. 

-¿Le dolió más no ser ministro de Exteriores en el 82?

-El equipo sevillano que reorganizó el PSOE pensaba más en cuestiones colectivas que individuales. Quien sí estaba nervioso era Fernando Morán. Me reuní con él, comimos juntos y le dije que yo no tenía ni idea de lo que iba a hacer Felipe, porque era muy suyo. Yo era demasiado joven para ser ministro de Exteriores, él tenía dominio de lenguas, diplomático de carrera y autor de un libro, La política exterior de España, que era una especie de catecismo.

-Organizó dos cumbres iberoamericanas...

-La invención de las cumbres sí me la puedo atribuir. La idea se la propuse en 1985 a Raúl Alfonsín en Buenos Aires. Le pareció bien, se lo dije a Felipe y hubo que convencer a los italianos, por ser el país de Colón, y a los mexicanos, que eran los más reticentes, empezando por el presidente Salinas de Gortari. La primera Cumbre se hizo en Guadalajara, estuvieron los Reyes y fue un éxito. Y la segunda en Madrid. El trípode perfecto: los Juegos en Barcelona, la Expo en Sevilla y la Cumbre en Madrid, inaugurando la Casa de América. 

-¿Su particular 92?

-En la novela Patria de Fernando Aramburu, un etarra que acabará preso en El Puerto lamenta que sigue allí y se han celebrado con éxito la Expo y los Juegos Olímpicos. Estábamos temblando, era muy fácil poner una bomba en cualquiera de esos sitios. La labor de los servicios de seguridad y de inteligencia fue fantástica. Una vez al mes me reunía con dos espías, un coronel y un teniente coronel expertos en terrorismo. Había incluso grupos contra el Quinto Centenario.

-En 1982 Felipe gana las elecciones y Gabo el Nobel de Literatura. El año de los Márquez...

-En un viaje a México, me invitó a cenar la embajadora y estaban García Márquez y su mujer. Le hacía ilusión conocer a Zapatero y le preparé un viaje a España. Llevaba años sin venir por solidaridad con sus compatriotas por el visado y porque le tenía manía a Aznar.

-¿Vive el PSOE otro Suresnes?

-Ojalá fuera otro Suresnes. Sigo siendo del PSOE desde 1964, sufriendo y disfrutando, últimamente disfruto poco. Soy médico y sé que en la enfermedad con la crisis empieza la curación.

-¿Qué hizo en tres meses?

-Poca cosa. Recuerdo la placa en la casa donde vivió Salinas. Le pasé la portavocía a Amparo Rubiales porque ya pensaba en irme. Tú te presentas para ganar; no sé por qué está tan mal visto irse. Volví a los temas del Quinto Centenario.

-¿Chocó con Pellón?

-Un ingeniero de caminos es como un general de división, es capaz de tener en la cabeza cien cosas a la vez. Sin Jacinto la Expo no habría tenido lugar en la fecha.

-¿Qué le queda de concejal?

-Un derecho al que no pienso renunciar. En esta ciudad donde hay tanta alergia a hablar de la muerte, yo, que no soy supersticioso, reclamo mi derecho como concejal a que cuando fallezca mi capilla ardiente esté en el Salón Colón del Ayuntamiento. 

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