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Sevilla

Monseñor Amigo: "La paz no es el final, tiene que ser el principio de todo"

  • Tras la misa oficiada por el cardenal en la Capilla Virgen de los Reyes, el alcalde cerró la ofrenda floral en el lugar de Don Remondo donde hace diez años fueron asesinados Alberto y Ascen · Monteseirín fue increpado por algunos ciudadanos

Su muerte es historia viva de la ciudad que se estudia en los libros de texto del horror. Su legado es una sociedad dividida, que ayer, en el recordatorio del décimo aniversario del vil asesinato de Alberto Jiménez-Becerril y Ascensión García Ortiz, siguió el protocolo de las bodas antiguas: por un lado, los familiares de la novia; por otro, los del novio. En román paladino: las comitivas del alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, y del portavoz del primer partido de la oposición, Juan Ignacio Zoido, entraban a la capilla Virgen de los Reyes por separado, como cuerpos extraños o legaciones diplomáticas de países situados en las antípodas. Como familias peleadas. Las asociaciones de víctimas que encabezan Francisco José Alcaraz a nivel nacional y Joaquín Vidal en Andalucía iban cada uno por su lado. Diez años después, la guadaña saca pecho: divide y vencerás.

Una división que es flaco favor que le hacen a los que dieron su vida hace diez años con sus más de tres mil días y una sola noche. Porque Sevilla sigue anclada en esa noche oscura de dolor. Monseñor Amigo ofició la misa en recuerdo de "los inolvidables y cada día más queridos Alberto y Ascen".

No se anduvo por las ramas: "La democracia sin fundamento ético es un castillo der naipes". Reivindicó la dignidad de la persona. "Lo que atañe a la dignidad es tan sagrado que nadie la puede tocar ni mucho menos destruir". La ceremonia se inició con una lectura del Apocalipsis: "Muerte y abismo entregan sus muertos". La paz, dijo el cardenal en su homilía, "no puede ser el resultado satisfactorio de una contienda. La paz no es el final, tiene que ser el principio de todo". Nadie puede conseguir la paz "si no es artífice de la paz". Como lo hiciera hace diez años, recordó el nada popular oficio de Alberto, político de profesión, servidor público, y destacó su "caridad política", una virtud consistente en entregar a los demás "lo mejor de su inteligencia y de su trabajo". Alberto y Ascensión fueron víctimas "de la violencia y del desamor". Por eso, Monseñor Amigo, junto a los renovados sentimientos de afecto y amor, recordó la "repulsa sin paliativos contra el terror, la violencia, la extorsión y la muerte".

A la salida de la catedral, una señora se encaró con el aldalde: "Lo asesinó la ETA y la palabra no aparece en la esquela del Ayuntamiento" [la esquela tiene el mismo texto que las publicadas cuando Soledad Becerril era alcaldesa]. Se detuvo para responderle antes de hacer una declaración institucional a los periodistas invocando "la unidad de los demócratas" contra la lacra del terrorismo.

Alberto Jiménez-Becerril García tiene 17 años y parece cumplir todas las recomendaciones evangélicas de Monseñor Amigo: en su cara risueña, adolescente, no se asoma un gramo de rencor. A todos los medios atendía, aunque se excusaba. A su edad, muchos jóvenes debutan como futbolistas, actores o becarios en Irlanda. Tenía 7 años aquel 30 de enero en que se quedó sin padres en la esquina de Don Remondo con Cardenal Sanz y Forés. Es el varón de la pareja asesinada. En compañía de su tía Teresa, hermana de Alberto, no ocultaba el orgullo por ser hijo de quien es.

Lo dijo la periodista Mercedes de Pablos en la lectura previa a la ofrenda floral en la esquina que fue su cadalso. "Eran jóvenes, se amaban, amaban a sus hijos y amaban a su ciudad". De Pablos recordó que el trabajo de Alberto era "lo más parecido a la minucia: que las calles estén limpias, que las luces se enciendan y se apaguen, que se debiliten las fronteras entre ricos y pobres. Los mataron de noche y en la calle. Qué mejor resumen de una ciudad libre". Un minuto antes de que Sevilla perdiera ese encanto de bohemia parisina. "Nuestra herida no es una derrota. La muerte no mata si la vida no muere".

El acto fue cerrado por el alcalde, que leyó un texto críptico, prosa poética, que no fue del gusto de buena parte de la concurrencia. "No se ha entendido casi nada, y lo que se entiende son cosas de la guerra civil", decía un hombre. "es una copia de Blas de Otero o del peor Celaya", decía otro.

En Don Remondo otra señora increpó al alcalde. Según Europa Press, le llamó "sinverguenza" y lo acusó de estar "traicionando España". La esposa del regidor salió en su defensa y le gritó que " no sabe lo que es vivir así, es muy triste que mis hijos no puedan abrir el buzón de mi casa, y así llevamos diez años".

En la misa y en la ofrenda estuvo Soledad Becerril. "Se salvó de milagro, iban a por ella", le explicaban al vicario Francisco Ortiz. La muerte más inútil. "El que se ama a sí mismo se pierde", leyó el cardenal del Evangelio. Metáfora de los nacionalismos y los tiempos perdidos, las vidas perdidas. Tan llenas de vida.

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