Miguel Ángel González. Productor de 'Noches en los Jardines del Alcázar'

"Muchos sevillanos aún creen caro un concierto en el Alcázar a 4 euros"

  • Forma parte del grupo de sevillanos que, a comienzos de los años 80, se implicó en la revitalización cultural de la capital y la provincia, con iniciativas como el Festival de Jazz

VIVE en el tramo peatonalizado de la calle San Jacinto. Nació hace 58 años en la calle San Isidoro y vivió su infancia en la calle Pajaritos. De padre salmantino, que montó una camisería, y de madre sevillana, ama de casa con la crianza de cuatro hijos, Miguel Ángel González, soltero, estudió en los Maristas. Su paso por la universidad fue errático, comenzó en Ingeniería, se pasó a Física, y después a Psicología. En el ambiente universitario descubre fuera de las aulas múltiples referencias culturales, a través de compañeros y amistades que van surgiendo. Lo que empezó siendo una pasión de adolescente se ha convertido en su vida profesional: la producción técnica de espectáculos, la organización de actividades culturales. Es el responsable de la empresa Actidea, conocida en Sevilla sobre todo por organizar desde el año 2000 el ciclo Noches en los Jardines del Alcázar.

-¿Cómo se soltó el pelo?

-Yo era un niño muy calladito y tímido. Mis padres decidieron que, para despabilarme, me metían en el movimiento católico de los scouts. Era 1972. Fue todo un descubrimiento, tenía un ambiente muy revolucionario, todo lo contrario que ahora. Me socialicé mucho y fui secretario para Sevilla de ese movimiento de 1973 a 1975. En esa época conocí a Antonio Lora, una persona admirable como modelo a seguir, y se formó el Colectivo Jazz Freeway, con él y con Antonio Torres, Jorge Narbona, Antonio Mateos y Ángel del Valle, para divulgar el jazz en Sevilla, sobre todo el de vanguardia. Empezamos a hacer programas de radio en la emisora La Voz del Guadalquivir. Primero, Estudio en negro. Después, Afroamérica. Hacíamos también audiciones de jazz y eso conduce a que organicemos en 1979, en la Escuela de Arquitectura, las primeras jornadas de jazz.

-El Festival de Jazz, ¿cómo surgió?

-Pasamos a hacer pequeños espacios de jazz en Radio Sevilla, con Paco Lobatón y con Mercedes de Pablos. En septiembre de 1980, una noche, se pasó por el programa Miguel Ángel Pino, que entonces era vicepresidente de la Diputación, y nos comentó si seríamos capaces de organizar un festival de jazz. En dos meses lo montamos, trayendo muchos músicos que iban al de Lisboa. Fue todo un acontecimiento en la ciudad, un signo de aperturismo. Se celebró en el desaparecido pabellón de Chapina. Había sectores sevillanos que veían el jazz como subversivo, por eso tuvimos amenaza de bomba, nos cortaron el teléfono, etc.

-En aquella época sería muy complicado conseguir discos.

-Era muy difícil. Cuando El Corte Inglés abrió un departamento de discos, aquello fue una bendición, antes teníamos que ir a una tienda especializada en Lisboa.

-Y usted, ¿de qué comía?

-Mi padre me educó en la obligación de buscarme mi propio sustento y no depender de los ahorros de la familia. Daba muchas clases particulares de matemáticas, física, química...

-¿Qué supuso aquella 'movida' sevillana?

-Era mucha la gente con entusiasmo y ganas de hacer cosas. Me empecé a interesar por la gestión cultural. Para el Ayuntamiento trabajé en Cita en Sevilla, como jefe de producción, y programé ese ciclo de conciertos en 1984, para el solar donde ahora está el Teatro Maestranza. En el Colectivo Freeway organizamos el Festival de Jazz hasta que en la Diputación se crea su área cultural y se articula la Fundación Luis Cernuda, que asume el festival y desde 1984 llevé la jefatura de producción, mientras que José María Mellado era el director técnico. Y con más dinero se consiguió traer a enormes figuras, incluso Miles Davis. Estuve metido en un montón de cosas, desde coordinar la producción de actividades conmemorativas de Murillo a los comienzos del Festival de Itálica, que arrancó con un concierto sinfónico. Y la primera Muestra de Música Antigua, que dirigió Rodrigo de Zayas. O acondicionar para exposiciones la parte baja del Pabellón Mudéjar.

-¿Cómo fue el paso de aficionado a profesional?

-Todos éramos autodidactas. Fueron momentos muy vivenciales, de forjarse equipos. Había semanas en las que los del equipo de producción trabajámos 18 horas diarias. Hubo que aprender rápido a no colocar un escenario donde daba el sol, como me sucedió en la Plaza del Salvador para un concierto de Juan Carlos Rivera, Ventura Rico y Guillermo Peñalver. Y otras cosas como evitar que la gente se colara. Usaban todo tipo de métodos. En Cita en Sevilla (B.B. King, Nina Hagen, Joan Baez, Frank Zappa, The Kinks...), trepaban tapias de cinco metros de altura. Creamos dos equipos de seguridad: uno era de personas del Polígono Sur, y el otro de jugadores del Ciencias de rugby. El primero era mejor, sabía aguantar el tipo sin generar confictos.

-En aquella efervescencia, ¿no se pecó desde las instituciones de un exceso de festivales y se adoleció de no crear equipamientos y proyectos estables?

-Fue un revulsivo, a la larga vino bien. Una necesidad de autoafirmarnos, que éramos capaces de hacer cosas. Estamos hablando de una época en la que apenas había equipamiento cultural, y organizar festivales en pabellones con mala acústica, o incluso en el Cine Andalucía, donde tuvo que cantar la mítica Sarah Vaughan, evidenció esa necesidad.

-¿Cómo se puede sostener un ciclo como el del Alcázar, con 75 conciertos y todos con la entrada a 4 euros?

-En el pliego de condiciones que saca el Alcázar está la cifra: 264.000 euros IVA incluido. La producción de cada concierto, incluyendo la promoción, sale a 3.000 euros de promedio. Se ha convertido en un referente nacional. Me lo propuso José María Cabeza en el año 2000. Los músicos cobran por debajo del caché que tienen en otros sitios. La ocupación del aforo es del 99 por ciento. Se puede ofrecer cultura de calidad y a bajo precio. Hay muchos turistas a los que les choca que sólo valga 4 euros, nos dicen que en Francia ese tipo de conciertos en monumentos se consideran un lujo y cuestan hasta 100 euros. En cambio, todavía hay muchos sevillanos que protestan por el precio, creen que es caro a 4 euros, que debería ser gratis. El Patronato del Alcázar va a mantener esa línea porque, con el estudio que hemos hecho sobre el público que acude, se ha descubierto la función social que cumple el ciclo. Acuden sevillanos que no tenían costumbre de ir a conciertos y que desconocían todo tipo de músicas. Son de barrios alejados, por ejemplo es elevado el porcentaje de vecinos de Pino Montano.

-¿En los pueblos se identifica la población con las propuestas culturales que les monta la Diputación desde la capital?

-Cuando una actividad les viene de fuera no le prestan tanta atención como cuando la organizan ellos.

-¿El Monasterio de Santa Clara puede ser un buen centro cultural?

-Puede ser importante. Pero será imprescindible hacer una enorme campaña de comunicación. Los sevillanos no saben dónde está ni cómo se llega. Los que conocemos Santa Clara somos cuatro gatos.

-Muchas programaciones están desapareciendo por falta de entidades que las respalden.

-A falta de dinero, pongamos de moda la imaginación al poder. Hay que recuperar, por la vía que sea, ciclos como el de música de cámara y el de jóvenes intérpretes, que promovía Cajasol. Ahora ha optado por montar conciertos de músicos superventas en el Patio de la Diputación. Esa no es la función ni de unos ni de otros. Mejor sería apoyar la potencialidad enorme del turismo cultural.

-¿Teme que los recortes acaben con la Orquesta Barroca y la Orquesta Sinfónica?

-Es una pena. Ahora que, por ejemplo, la Barroca está representando en el exterior a la cultura de calidad hecha en Sevilla. No se me pasa ni por la cabeza que la Sinfónica pueda desaparecer. Eso podría hundir la vida cultural sevillana. Son activos que, además, deberían ponerse en valor junto a la primera entrada de dinero en Sevilla que es el turismo.

-Pero el público cultural es sevillano en su inmensa mayoría.

-Por eso hay que promocionar mejor la actividad cultural de Sevilla. Se habla de la cultura como sector estratégico pero luego no se toman decisiones en ese sentido. Y el visitante, el turista, ya no se conforma con lo de siempre. Pero sigue cerrado el Pabellón de la Navegación, y el del Futuro, etc.

-Veinte años oyendo que se abrirán al público más horas las iglesias de mayor belleza, y nada.

-Entramos de nuevo en un campo presupuestario. Si no tienes sistemas de seguridad y personas de vigilancia, no se puede porque con seguridad se producirían robos de objetos de valor. Y eso vale dinero. Por ejemplo, se deberían usar más la iglesia y el patio de San Alberto, donde tan buena labor ha hecho Alonso Salas por la música antigua.

-Treinta años después, sigue siendo escaso el empresariado cultural. Incluso en el flamenco, que es más fácil poner en el escaparate.

-Muchos turistas buscan flamenco de calidad, porque Sevilla es la capital artística del flamenco, y lo que encuentran es pachanga. La producción está mucho más capitalizada en Barcelona y Madrid. Y da que pensar que el Museo del Baile Flamenco no haya sido un éxito económico. Kurt Grötsch lo ha montado con talento y es muy atractivo, pero no ha funcionado en cifras de visitas.

-Quizá el emplazamiento, en una calle tan escondida del centro, invita a reflexionar que es mejor apostar por un enclave fuera del casco antiguo y donde puedan aparcar coches y autobuses. Y que la identidad de lo sevillano también se puede construir algo más lejos de la Giralda.

-Puede ser. En general, se incurre en el error de hacer publicidad de actos culturales sólo por las calles del centro, y donde hay más población interesa es en otros barrios. A los conciertos del Alcázar, va mucha más gente de Sevilla Este que residentes del centro. Analizar el terrritorio sociocultural y quiénes pueden ser tus clientes es básico para captar público.

-De los jóvenes que impulsan nuevas actividades, ¿a quién destaca?

-Sobre todo a los que están trabajando desde las nuevas tecnologías. Al colectivo Zemos98 y su festival, a la productora GreenUfos y su festival South Pop.

-¿Sevilla puede sustentar una bienal de arte contemporáneo?

-Se puede hacer para reforzar el posicionamiento internacional de Sevilla. Pero a la vez conectarlo con la base del arte contemporáneo en la ciudad. No caer en un boom. Y sería bueno hacer acciones potentes de arte contemporáneo en espacios públicos. Es lo que también beneficiaría a la música clásica contemporánea, sacarla a la calle. Recuerdo la presentación que se hizo de Cita en Sevilla, en 1985, en la Plaza de San Francisco. Urban Sax, con 60 saxofonistas haciendo música minimalista más el uso de sirenas de camiones de bomberos y ambulancias. Y entusiasmó a la gente. O el concierto de Llorenç Barber con los campanarios, en 1990, iniciativa de Manolo Grosso. Son hechos que dinamizan la ciudad.

-¿Hay exceso de cultura gratis?

-Sí, y eso lleva a que la gente no se interese demasiado por la actividad, no la valore. Y a situaciones absurdas como padres que sueltan a los niños junto al escenario. La Fundación Luis Cernuda, hace 25 años, instaba a los municipios a ponerle precio a las entradas de los espectáculos que programaba. Todavía hay pueblos donde se resisten, es un desprecio a la actividad cultural.

-¿Qué le gusta y qué no le gusta de la Sevilla actual?

-Somos demasiados críticos con las cosas buenas que se hacen en la ciudad. Debemos ser más abiertos. A nivel empresarial, yo soy una buena muestra de las inercias: quería ser funcionario, y el tiempo me ha llevado a un camino donde me divierto mucho más, estoy más a mi aire, y he dejado de conformarme. El momento económico debe facilitar el cambio de planteamientos. Veo demasiados colectivos que sólo viven hacia dentro. Mucha Sevilla olvida que el centro no es toda la ciudad. Y ya hay dos salas teatrales en El Cerro y una en Pino Montano. Hay que implicar a la población de esos barrios y que los sientan como sus centros culturales de proximidad. Eso se hace muy bien en Cataluña y en el País Vasco, en ciudades como San Sebastián. Hay que creerse que todo no puede consistir en ir al centro.

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