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Sevilla

Maneras de mirar un cuadro

LA música en el patio y la palabra en una de las salas. El ambiente de ayer en el Museo de Bellas Artes era espectacular. Una guía le contaba a un grupo de visitantes la historia de la escalera imperial. Una placa recuerda que el rey Alfonso XIII visitó esta pinacoteca el 20 de mayo de 1904. El propio monarca es uno de los muchos personajes retratados en el Museo. Firma esa pintura Gonzalo Bilbao.

En el patio tenía lugar un concierto de música. Ni un solo asiento libre, con gente incluso siguiendo la actuación a través de los ventanales de los pasillos periféricos. Arriba, en la sala XIII de arte contemporáneo, una nueva sesión del ciclo Mirar un Cuadro que organizan la Asociación de Amigos del Museo y el Departamento de Difusión del Bellas Artes. Mucha animación en domingo de Pregón. Tuve el privilegio de ser la persona elegida para hablar de un cuadro. Antes de mi intervención, me encontré por la calle con el pintor Manuel Salinas; al término de la misma, en la misma plaza del Museo atiborrada de artistas sin Museo (es condición sine qua non estar muerto para formar parte de sus fondos), saludé a Benito Moreno, el pintor que vive más cerca del antiguo convento de la Merced.

El ciclo lo ha coordinado hasta ahora Rocío Ortiz, conservadora del Museo de Bellas Artes. Han pasado por sus diferentes salas, según el cuadro elegido por cada cual, el escritor y profesor Luis Rey (autor de El manuscrito de Ómnium Santórum), el historiador Luis Méndez, el médico Juan Sabaté, que habló de la mano en el arte, Magdalena Illán, profesora de Historia del Arte, Enrique Valdivieso, que en este mismo escenario presentó hace su impresionante catálogo de Murillo, el icono de la plaza, o la pintora Isabel Solá, que se detuvo en el San Jerónimo de Torrigiano.

Por las fechas, una semana antes del inicio de los días grandes de la ciudad, preferí elegir una obra relacionada con la infancia. Se dice que es la patria del escritor, el sedimento de su memoria afectiva, pero también lo es del cofrade. Antes de entrar en detalles sobre el cuadro de Alfonso Grosso El monaguillo, hablé de dos conceptos: la infancia recuperada (Fernando Savater) y la nostalgia del futuro (Luis García Montero) como referencias para hacer más llevadero ese viaje.

Les hablaba un niño sin Semana Santa (en mi pueblo, Puertollano, era entonces muy primaria: ahora llevan los pasos al modo sevillano) que ahora disfruta de esta Semana Santa con niño (me hice hermano de la Bofetá por acompañar a mi hijo, el niño que mira el cuadro de Grosso). La presencia del pintor Alfonso Grosso (1893-1983) era triple: llegó a ser director del Museo de Bellas Artes; vivió en la calle Alfonso XII: lo recordaba en sus memorias Manuel Halcón, que atribuía a su presencia el despertar de su vocación literaria; en la sala XIII convive con ocho cuadros de Gonzalo Bilbao y siete de García Ramos, sus maestros en la Escuela de Bellas Artes de la que llegó a ser catedrático de Colorido. La presidencia de la sala es para el cuadro de Gustavo Bacarisas Sevilla en fiestas.

Colocaron una mesa para el ponente, un patio de butacas y un atril con el cuadro del monaguillo. Hay otro niño fundamental en la obra de Alfonso Grosso, tío del novelista del mismo nombre. Se trata de La proclamación del Dogma de la Purísima que la Iglesia de Sevilla le encargó para conmemorar el centenario de una gesta teológica cantada por el rockero Silvio. Ese cuadro está en la catedral y junto al seise aparece un nazareno del Silencio.

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