Barcelona-Sevilla (0-0)

Javi Varas es Leónidas

  • El Sevilla saca un punto que vale mucho más por lo que simboliza y por el refuerzo anímico al trabajo. Marcelino frena a su admirado Guardiola con una lección de convicción de su equipo.

Javi Varas es Leónidas y Marcelino el estratega que mandó a sus espartanos a las Termópilas para frenar al ejército del persa Jerjes. El sevillismo ya tiene un nuevo héroe y el equipo, una razón sobradísima para depositar una fe incuestionable, fuera de toda duda, a lo que diga a partir de ahora el entrenador de Careñes en los entrenamientos y en las charlas tácticas previas a los encuentros.

El milagro sucedió multiplicado por miles, como el de los panes y los peces. Pan para hoy y fe para siempre. 82.700 almas se quedaron sin cantar gol por la canallada de Javi Varas. ¿Cómo se le ocurre a este chaval de Pino Montano, harto de currar en la sombra de su maestro en heroicidades, pararle un penalti a Messi? Y hacerlo en el Camp Nou, en el minuto 95..., ¿no tiene delito eso? Eso sí que es contestar a la Liga bipolar. Llevaba razón Guardiola. Incluso a José María del Nido, con sus constantes protestas, se le había olvidado de lo que es capaz el Sevilla, este Sevilla del que, al menos, estarán orgullosos los suyos y los andaluces madridistas. Al menos por un día, por unas horas.

Lo de Javi Varas va a derramar páginas de literatura épica. Pero hay que ir al estratega. Marcelino se salió con la suya y a partir de ahora ya puede hacer crecer su edificio. No puede estar más sólidamente cimentado después de sacar un empate del Camp Nou, de este Camp Nou y ante este Barcelona de Guardiola.

Solidez atrás y atrevimiento arriba había pedido Marcelino en la previa y sus jugadores se lo tomaron muy en serio, como auténticos posesos, hasta el punto de que el plan estaba saliendo tan bien que ni Iturralde se pudo cargar tanto heroísmo al final. La falta que pitó a Fernando Navarro es un reflejo de lo que denuncia Del Nido. El grande tiene que ganar como sea. Pues no.

Pero lo importante es lo que hizo el Sevilla de Marcelino, espoleado por las paradas de su rey espartano. Javi Varas realizó otra demostración felina de reflejos. En la primera parte, con dos pies providenciales, ante Iniesta en el comienzo y frente a Villa cuando el Barcelona apretó el pistón sobre la media hora de juego. Y al filo del descanso, con las manos.

Hubiera sido milagroso que no hubiera habido que anotar ninguna intervención de Javi Varas en un escenario como el Camp Nou. Pero lo más esperanzador para el Sevilla era que no sólo había logrado detener las acometidas del Barcelona con esa disciplina espartana de sus dos líneas de cuatro y la colaboración en la presión de Trochowski y Manu del Moral suelto para intentar cazar alguna contra.

También había conseguido el Sevilla que Víctor Valdés saliera en las repeticiones de la televisión, algo que no siempre se da. Con una sorprendente alineación, el Sevilla tampoco logró lo que muchos pretenden en vano, tener continuidad en el juego en el coliseo del gigante azulgrana. Pero sí tuvo atrevimiento a la hora de mirar a puerta, al menos en la primera mitad, cuando las fuerzas aún le aguantaban. Una mano del meta catalán impidió el gol de Jesús Navas.

Poco atrevimiento más que mirar sin miedo al portero del Barcelona se puede tener en el Camp Nou, porque el principal problema que deben afrontar los huéspedes de tan magno escenario no es el dinamismo, la calidad y la visión de juegos excelsos de sus hombres de ataque. La barrera muchas veces infranqueable es la impresionante, desconsoladora, coordinación que Guardiola le ha dado al equipo para recuperar cuanto antes la pelota. El Sevilla lo pasaba muy mal incluso intentando sacar fueras de banda a favor. Perdía la pelota pronto pese a que con jugadores de toque como Trochowski y Campaña por dentro se hubiese podido intuir que iba a tener más posesión, y tampoco mejoró con la entrada de Rakitic y Jesús Navas de mediapunta. Es muy difícil ante este coordinado equipazo: cualquier mínima imprecisión y adiós al balón.

Incluso pudo acallar de una vez ese "¡ooooh!" con que el Camp Nou disfruta como el gato con el ratón. Pero el equipo, de tanto correr, anduvo indeciso en las contras finales, sobre todo Jesús Navas. Por eso, el Sevilla se fue enrocando alrededor de Javi Varas, mientras Iniesta y Messi revolucionaban el Camp Nou con penetraciones y desmarques endiablados. Pero era imposible. El Sevilla era la tortuga romana. Marcelino lo había logrado, los había convencido. Y obró milagro.

 

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