málaga - sevilla · la crónica

Quítense el sombrero (2-3)

  • El Sevilla acaba la mejor Liga de su historia con 76 puntos y rozando la cuarta plaza a cuatro días de la final de Varsovia. En el minuto 80 estaba en Champions, pero marcó el Valencia.

Descúbranse ante este Sevilla. Preparénse a disfrutar el miércoles y sufrir también, porque el fútbol sin emoción pierde su esencia. Quítense el sombrero, brinden por este grupo de jugadores y por los que componen el cuerpo técnico, apláudanles al pasar, valoren lo que tienen, lloren con el que tengan al lado en la final de Varsovia... Vivan el momento porque nunca se sabe si se volverá a repetir.

Con este club parece que sí, que se repiten los éxitos que parecen irrepetibles y hasta por unos minutos daba la sensación de que la felicidad del sevillista podía ser más plena todavía, pero el Valencia cumplió su remontada a diez minutos del final en ese otro partido que jugaban los de Unai Emery en Almería y estar en la Champions la próxima temporada lo tendrá que buscar el Sevilla en Polonia ante el Dnipro. Pero lo rozó, vaya si rozó un premio que hace tres jornadas parecía ya olvidado.

Por el aire mediterráneo de La Rosaleda planeó el espíritu del "dicen que nunca se rinde" y a la decisión del entrenador de no dejarse ni un perejil en la despensa siguió una respuesta descomunal del equipo tras el descanso que dibujó una goleada en el marcador en el breve espacio de tiempo de quince minutos largos. Tres goles que hacían brillar como el oro una temporada con unos números bestiales gracias al ansia competitiva de un hombre, su entrenador, que supo contagiar esa fe incalculable en cada uno de los que defendieron el centenario escudo de la entidad sea la que fuera la versión que las camisetas lucían en el pecho.

Y esa voracidad de puntos de Emery hasta tenía locos a sus fieles. Durante la primera mitad, mientras llegaban noticias de que el Valencia caía en Almería, los mismos sevillistas que habían pedido que no jugara ante el Málaga ni un peso pesado para salvaguardarlo ante una lesión que le impidiera estar en la final pedían más madera en el campo, más titulares ante la posibilidad real de dejar arreglado el tema de la Champions antes de ir a Varsovia. Hubiera sido un aldabonazo más de un entrenador que se rebelaba cuando escuchaba que su equipo podía pasar las dos últimas jornadas en chanclas mientras llegaba la final. Con 76 puntos, el Sevilla tuvo las botas puestas hasta el final de un torneo en el que jamás un quinto puesto se completó con esas cifras con las que, por poner un ejemplo, se han ganado tres Ligas en este siglo. 

Emery intuía que todo se podía rodear para tener algo que celebrar ya desde anoche. No se podía perdonar que el Valencia pinchara y el objetivo no se cumpliera por tener jugadores en la nevera. Pese a que la primera parte no fue buena y el Sevilla pasó por fases en las que perdió el control del partido, la expulsión de Weligton relativamente prematura (antes de la media hora) era otro motivo para seguir apretando. Costó, no obstante, que los nervionenses se asentaran de verdad en el campo, que los relevos y desdoblamientos empezaran a generar situaciones reales de uno contra uno y superioridad numérica en los espacios de influencia ofensiva del balón, sobre todo en la banda derecha, donde Emery no se había olvidado de alinear a su futbolista más en forma hoy en día, Aleix Vidal. En dos paladas, la embarcación sevillista le sacó dos cuerpos a la del Málaga exponiendo la calidad de jugadores como Reyes y Banega al recoger dos acciones brillantes de los estiletes de la derecha, Coke y Vidal. El propio futbolista catalán apareció en el 0-3 en una gran jugada desde la otra banda obra de Tremoulinas.

En ese momento, el sevillista se sentía el hombre más feliz de la tierra, orgullosísimo de su equipo y con la ilusión saliéndole por los poros ante lo que se prepara para vivir esta semana. Un 0-3, además en un terreno hostil como es el estadio del Málaga, que era un digno colofón a un campeonato de ensueño, a cuyo final ha llegado como un tiro en lo físico. Si no, no se entendía que con una final a la vuelta de la esquina se vieran las carreras y el ritmo que imprimían en ellas los profesionales que dirige Emery.

El acelerador, no obstante, hubo que dejar de pisarlo a fondo y en el último tramo del encuentro, sobre todo con los cambios, el Sevilla cedió terreno a un Málaga que quería salvar su honor en la cara de ese eterno rival que se ha fabricado. La falta de tensión de Denis Suárez en dos duelos individuales y un fallo en cadena en el segundo tanto deslucieron una pizca algo grandioso que no tuvo el premio mayor, pero que no deja de ser histórico y, probablemente, irrepetible. El Valencia marcó a diez minutos del final, La Rosaleda celebraba ese tanto de Alcácer como si el Málaga fuera a Europa también y, mientras, el sevillismo se quitaba el sombrero con su equipo. No era para menos. Quiténselo si aún no lo han hecho.

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