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Sociedad

Primera fumata negra: ningún cardenal alcanza los 77 votos para ser Papa

  • La primera sesión del cónclave duró algo más de dos horas. Rouco Varela fue el primer español en jurar el secreto absoluto de cuanto ocurra en la reunión.

LOS cardenales comenzaron votando desde el principio. A las 19:41 se produjo la primera fumata, del previsible color negro, lo que indica que ningún purpurado alcanza los 77 votos, la mayoría cualificada de dos tercios a que obliga en todos los casos la última normativa promulgada por Benedicto XVI. Podían haber declarado abierto el cónclave sin más, pero quisieron votar desde el inicio, tal como hicieron en 2005. La sesión duró dos horas y diez minutos. El humo negro, muchísimo humo negro, venteó durante bastante tiempo en el cielo de una Plaza de San Pedro cubierta de paraguas para hacer frente a una fina y persistente lluvia romana, que apareció para quedarse desde que concluyó la misa matinal de invocación del espírtu santo.

A la humareda negra le siguió un "¡oooooooooh!" del público expectante y algunos tímidos aplausos. No hay Papa, retorno a casa (o al convento), a guardar las banderas y a arriar a los niños de los hombros paternos. El maestro ceremoniero había entonado el extra omnes -¡Todos fuera!- a las 17:31. En sólo tres minutos salieron de la Capilla Sixtina todos aquellos que no eran cardenales electores después de que se vieran con todo lujo de detalles los ritos previos gracias a la señal oficial de televisión: las oraciones de los cardenales en la Capilla Paulina, la procesión en parejas por la Sala Regia hacia la Capilla Sixtina, marcada por la parsimonia y la música de la letanía de los santos en latín (los ora pro nobis caían como cuentas del rosario), el hieratismo marcial de los guardias suizos, alabardas en mano; un cardenal con muletas, otro en silla de ruedas y el juramento de secreto de los 115 clérigos romanos, primero con la fórmula colectiva y después con la individual con la mano derecha sobre los evangelios. De los españoles, monseñor Rouco fue el primero en jurar el secreto absoluto de cuanto ocurra en el cónclave. El cardenal Amigo fue el segundo. Una liturgia perfecta de color púrpura (bonete, muceta y sotanas)  sólo alterada por los roquetes de encaje blancos y rota por el color negro de los dos cardenales electores de la Iglesias Patriarcales de Oriente.

El último español en jurar fue Santos Abril, cuyas gafas le asemejaban a Tarancón, el gran cardenal de la Transición en España. Los juramentos individuales fueron una sucesión de mayoría de voces quebradas, andares cansinos y rostros ajados. La edad media del cónclave está en 72 años. El realizador del Centro de Televisión Vaticana (CTV) se recreó en primeros planos de algunos cardenales, como el brasileño Scherer, favorito en este cónclave. Hubo planos fugaces de los cardenales Madariaga, Tettamanzi, Tagle... Rouco estaba en una primera fila. Amigo, en una segunda. En cualquier momento parecía que iba a asomar el rostro de Anthony Quinn como cardenal Kiril Lakota en Las sandalias del pescador, la película que en 1968 recogió con precisión para enseñarle al mundo por primera vez cuanto ocurre en la ceremonia de elección de un romano Pontífice. Hasta el cónclave de 2005 no se tuvieron imágenes de estas características en directo. Todo es igual que en la película, salvo los doseles particulares de cada elector, que ya no se emplean como modo de destacar al elegido al dejar caer todos menos el suyo.

Al cierre de las puertas de la Capilla Sixtina comenzó el gentío a poblar la Plaza de San Pedro a la espera de conocer el color de la primera fumata. Paraguas y más paraguas como en una espera ansiosa de la salida de una cofradía en una tarde de incertidumbre meteorológica. La Gendarmería Vaticana ha colocado las vallas casi a la mitad de la plaza, por lo que el pueblo se sitúa muy lejos del balcón principal. Hay una distancia que parece excesiva. Los cardenales votaban y el mercurio bajaba hasta los 8 grados, obligando a abrigarse hasta en el interior de cualquier estancia después de una mañana plácida de nubes blancas.

El wifi de la Sala Stampa se colapsó, por lo que tuvo que habilitarse una segunda línea. Numerosos informadores tuvieron que seguir de pie la retransmisión del previo del cónclave. Al menos se habilitaron hasta ocho pantallas gigantes en la sede del Aula Pablo VI (en el denominado Media Center), aunque lo mejor era estar en la calle y comprobar las caras de expectación de un mundo en crisis que tiende a participar en la espectacularización de determinados acontecimientos. Roma es una ciudad tomada por periodistas.

Y por curas. Un clérigo español espetó a los informadores: "Sois una plaga". Y oyó una rápida respuesta: "Como ustedes, padre". Todo se analiza, todo se escruta, casi todo se retransmite, todo es susceptible de interpretación. Pero la fuerza del símbolo impera sobre la sofisticación de la realidad. Hoy, de nuevo, pendientes de una chimenea. De una simple chimenea de latón, cuyo humo pone en jaque la inmediatez de los medios de comunicación, la velocidad vertiginosa de las redes sociales. Todos mirando un tejado. Como en 2005. Como en 1978. Como en la película de Anthony Quinn.

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