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Sociedad

EEUU y Haití, una larga y complicada relación

La movilización masiva estadounidense de ayuda a Haití es el episodio más reciente de una larga y complicada relación de la superpotencia con la nación caribeña, caracterizada tanto por intervenciones militares para restaurar la ley y el orden como por el apoyo a dictadores en tiempos de la guerra fría.

Desde que Haití siguiera en 1804 el ejemplo estadounidense y se convirtiera en el segundo territorio americano en liberarse del yugo colonial europeo, Washington ha considerado al Estado caribeño como parte de su esfera de influencia. Sin embargo, se necesitaron 58 años para que el gobierno de Haití fuera reconocido tras su independencia de Francia.

Incluso hoy en día Estados Unidos mantiene la influencia en el día a día haitiano, ya sea enviando ayudas millonarias cada año al país más pobre del continente, ejerciendo presión a los bancos internacionales de ayuda al desarrollo, reaccionando ante sus catástrofes o enviando tropas en tiempos de graves crisis políticas. Los 10.000 soldados estadounidenses que ya están en Haití o ante sus costas para llevar ayuda humanitaria a los supervivientes de la grave catástrofe, que dejó hasta 200.000 muertos y decenas de miles de heridos, son rostros familiares en Haití.

La última vez que llegaron al país marines estadounidenses fue en 2004, cuando el entonces presidente Jean-Bertrand Aristide fue expulsado del poder en medio de violentos disturbios y acusaciones de corrupción contra su gobierno. Los estadounidenses llegaron junto a las tropas de paz de la ONU para tranquilizar la situación y ayudar en la transición política.

La presencia estadounidense en Haití se remonta a mediados del siglo XIX. Pese a que Estados Unidos no reconocía entonces diplomáticamente al país, al temer un ataque tras la revuelta de esclavos liberados del yugo francés, buques de guerra estadounidenses patrullaban el Caribe para garantizar el libre comercio. En plena guerra civil norteamericana, que puso fin al comercio de esclavos en el país, Washington reconoció en 1862 la soberanía y el gobierno de Haití y marcó así el inicio verdadero de un papel estadounidense en la vida cotidiana haitiana, que se prolonga hasta la actualidad.

Ese compromiso se basó siempre en el interés de Washington, pero en otras ocasiones estuvo también condicionado por el caos político y económico en Haití. El Estado caribeño fue gobernado tras su independencia y hasta 1915 por más de 70 dictadores, en la mayoría de los casos de forma frutal. Esa era terminó cuando el presidente Guillaume Sam fue asesinado en las calles de Puerto Príncipe por una airada turba. Con la apertura del Canal de Panamá en 1914 la región se convirtió en aún más importante para Estados Unidos. Cuando Haití se hundía en el caos, el presidente norteamericano Woodrow Wilson ordenó en 1915 la ocupación del país, que se prolongó hasta 1934.

Cuando Estados Unidos se retiró, Haití se encontraba en mejor situación que nunca, pese a un gran rechazo de los soldados norteamericanos en una gran parte de la población. En los años siguientes todo se mantuvo mayormente tranquilo, pese a que florecieron la corrupción y la incompetencia. En 1957 comenzó el ascenso de Francois Duvalier, que gobernó como un dictador. Se autoproclamó presidente vitalicio y tras su muerte en 1971 heredó el poder su hijo Jean-Claude Duvalier. Estados Unidos apoyó a ambos dictadores por miedo de que Haití, sin la ayuda norteamericana, cayera bajo la influencia de la Unión Soviética o la vecina Cuba de Fidel Castro. Cuando Duvalier fue expulsado del poder en 1986, el país elaboró una Constitución y planeó elecciones.

El positivo desarrollo no puso sin embargo fin al caos: las elecciones fueron anuladas por la irrupción de disturbios y sólo en 1990 pudo elegirse a un presidente en las primeras elecciones libres del país: Jean-Bertrand Aristide. El nuevo mandatario puso en marcha reformas impopulares para los militares y en un año fue expulsado del poder. Cuando se agudizó la crisis política, miles de haitianos huyeron en barco, casi siempre a Estados Unidos.

Por miedo a un éxodo masivo, el entonces presidente George Bush padre decretó un bloqueo, una política aún más agudizada por su sucesor Bill Clinton. Pero en 1994 la crisis de refugiados empeoró tanto que Clinton tuvo que actuar: amenazó al régimen militar con una invasión estadounidense de envergadura. Entonces la Junta militar renunció y Aristide regresó, mientras las tropas estadounidenses llegaron al país para restaurar la ley y el orden. En 2000 ganó las elecciones, pero la extendida corrupción provocó una violenta insurgencia que siguió extendiendo el caos. En 2004 el gobierno de George W. Bush le forzó a dejar el país. Ese mismo año murieron miles de haitianos en tormentas tropicales y una serie de catástrofes naturales que culminaron con el devastador terremoto de 7,0 grados Richter de la semana pasada.

El seísmo supone un gran golpe para un país que parecía encontrarse en camino hacia un futuro mejor. Con ayuda de la ONU celebró elecciones en 2006 que llevaron al poder al actual presidente, René Préval, que introdujo reformas esperadas por la comunidad internacional. Por presión estadounidense, el Fondo Monetario Internacional (FMI) redujo el año pasado sus deudas en 1.200 millones de dólares, mientras una conferencia internacional de donantes prometió más de 300 millones de dólares para paliar los daños de las tormentas de 2008 y a superar la crisis financiera internacional.

Ahora llega la ONU, Estados Unidos y decenas de otros Estados a Haití con una inyección financiera masiva por valor de cientos de millones de dólares. Pero cuando los daños del sismo se reparen, Estados Unidos volverá a encontrarse ante la difícil situación de garantizar una estabilidad duradera en el país. "Cuantas más críticas escuchamos más decididos intentaremos mejorar el destino del pueblo haitiano", destacó Denis McDonough, uno de los asesores especiales del presidente Barack Obama.

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