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Vivir en Sevilla

El viaje que se perdió Magallanes

  • El Acuario de Sevilla organiza visitas guiadas con formato infantil y para todos los públicos. La iniciativa ofrece un recorrido por los distintos ecosistemas por los que pasó la primera circunnavegación de la Tierra, que empezó y acabó en Sevilla.

Donde hoy se juega al pádel, en las instalaciones deportivas del Círculo de Labradores, hace cinco siglos estaba el muelle de las Mulas. De allí partieron cinco naves y 234 hombres comandados por Fernando de Magallanes para encontrar el paso marítimo hacia Asia por Occidente. Más de tres años después, la Nao Victoria volvió con 18 tripulantes y Juan Sebastián Elcano al mando. Fue una expedición económica y geostratégica, pero sin misión biológica. Casi 500 años más tarde, los gestores del Acuario de Sevilla quieren repetir el viaje para dar a conocer la biodiversidad que había bajo esos mares, que aún mantienen buena parte del misterio que tenían cuando lo surcaban las carabelas.

Por ese motivo, cuando el visitante entra en el recorrido, el primer tanque simula las aguas del Guadalquivir o, al menos, una versión idealizada. En esta parte, el rey del acuario es el esturión. "Algunos niños lo confunden con los tiburones", cuenta Miguel Gamero, del departamento de Educación de la institución, que explica por qué esta llamativa especie desapareció del río: "El caviar se obtiene de sus huevas, por lo que la sobrepesca fue uno de los motivos. Este biólogo también alude a la construcción de presas como uno de los problemas para el esturión, ya que les impidió remontar los ríos y llegar al curso alto, donde ponen sus huevos. En el tanque del Guadalquivir también hay una presa artificial, pero su labor es separar las especies autóctonas, como el esturión y el albur, de las introducidas. Es el caso de las carpas, las truchas arcoiris y los black bass, que fue incorporado por la administración por su interés económico y ahora ha provocado una crisis ecológica por su voracidad.

El Acuario de Sevilla no es sólo un catálogo de peces, moluscos, crustáceos y reptiles, sino que tiene la misión de concienciar a sus visitantes. "Lo que más nos cuesta es convencer a los niños de que los tiburones no son tan malos como los pintan", apunta Gamero. Y hay que darle la razón cuando en el oceanario -el tanque central- dos enormes hembras de tiburón toro nadan plácidamente entre caballas, meros, corvinas y algunos ejemplares de raya que se pegan a las paredes como si estuvieran saludando al público. "Es espectacular ver cómo las alimentan, pero Xoana y Margarita -que así se llaman los escualos- no son nada agresivas. Entre otras razones, porque no necesitan cazar para sobrevivir, apunta el guía.

Pero el acuario es mucho más que este enorme tanque y en la zona que representa al Altántico los caballitos de mar hacen las delicias de los más pequeños, que también pueden palpar a las estrellas y los erizos de mar en el espacio denominado Toca toca. "También hay lenguados y rodaballos, pero preferimos que no los agobien demasiado", señala Gamero en tono de broma. Los niños son un claro objetivo para la entidad y por eso tienen una especie de guardería donde las crías de raya conviven con las de pintarroja, un pequeño tiburón moteado que vive cerca del fondo marino. En la zona de los arrecifes de coral, los protagonistas para el público menudo son los peces cirujano y otras especies coloridas que aparecen en la película Buscando a Nemo, pero los trabajadores del acuario todavía están esperando al pez payaso que da nombre a la cinta de Pixar.

Los mayores tienen entre sus predilectos al pulpo gigante, que vive en un tanque con luz rojiza y que, aunque suele estar escondido, a veces permite que los más afortunados disfruten de su movimiento, propio de una obra de arte abstracto. También hay oferta para quien quiera ver grandes reptiles, como los caimanes y las anacondas verdes, que viven en la zona dedicada a la jungla, cerca de las temidas pirañas.

Sin embargo, el final del recorrido de hora y media -si se cuenta con la presencia de un guía- se aleja de los depredadores. Una pareja de tortugas bobas despide a los visitantes del Acuario de Sevilla y forma parte de uno de esos proyectos de conservación en los que está implicada la entidad. "Queremos que se reproduzcan para poder llevar los huevos a las playas del Cabo de Gata y convertir la zona en espacio de desove", cuenta Miguel Gamero. Y es que estos animales siempre vuelven al lugar donde nacieron para tener a sus crías. Ni Magallanes ni Elcano sabían cómo ayudar a estas simpáticas tortugas, pero son la excusa perfecta para convertir esta reciente institución en un santuario acuático y colaborar en la preservación de la naturaleza.

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