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Bienal de Flamenco

El mejor pianista; un cantaor

  • Un cuarteto que fue quinteto, ya que a la sección rítmica jazzística se unió la percusión de Diego Amador hijo.

Su padre ofreció una selección del material de sus cuatro discos, incluyendo aquel lejano Anticipo flamenco de su adolescencia. El repertorio estuvo más o menos equilibrado, aunque, por mi parte, hubiese preferido menos cante. He dicho en varias ocasiones que Amador es el mejor pianista flamenco de la historia: por imaginación compositiva y técnica, por su familiaridad con los estilos jondos. Así lo demostró ayer en la soleá o en la rondeña, en donde la cita, desde Montoya a Paco de Lucía, pasando por la Canastera de Camarón en su voz, no es una referencia museística sino el poner en pie de vida una tradición.

Lo mismo podemos decir para el resto del repertorio. Sin embargo, como cantaor, Diego Amador es bueno. El pianista es excepcional. El cantaor es bueno. La imaginación que tiene para las teclas es pura corrección formal en la voz. La espontaneidad de algo que está vivo que preside sus interpretaciones al piano se convierte en académica rigidez, incluso física, en el cante. Como pianista es un creador y como cantaor es un aficionado devoto de Camarón en técnica, estilo y hasta en las letras. Por eso las alegrías y las bulerías finales fueron lo que menos me gustó y los temas citados arriba lo que más. Creo que la voz de Amador debe ser un regalo que nos conceda puntualmente, pero no una de las columnas de su recital. En el primer caso lo recibiríamos con alborozo. A nivel instrumental se mostró creativo, luminoso, toda la noche, incluso en el repertorio ajeno del tango porteño.

El espíritu de solidaridad combo jazzística fue uno de los elementos causantes de algunos de los mejores momentos de la noche, con una sección rítmica tan enérgica que multiplicaba los esfuerzos de un Diego Amador libre, espontáneo, que gozó en la escena como nunca antes lo haya visto este cronista. Incluso estuvo comunicativo con el público, aunque como cantaor no logró dirigirse a éste frontalemente en ningún momento. Es la rigidez de que hablaba más arriba. El piano se expandió sin grandilocuencia por ese universo armónico nuevo fundado por Amador  a partir del legado modal flamenco.

Un hecho puntual rompió este espíritu: el guitarrista Manuel de la Luz no dispuso de la oportunidad de protagonizar ni una sola variación instrumental propia, siendo su papel el de apoyo melódico del piano o el de soporte armónico de la voz. De hecho, antes de iniciarse la rumba final, destinada al lucimiento individual de cada uno de los intérpretes, Manuel de la Luz desapareció del escenario. Diego Amador presentó uno por uno a sus músicos, olvidándose del desaparecido De la luz. La rumba fue, como digo, ocasión del lucimiento individual de Diego Amador hijo y del portentoso baterista mexicano Israel Valera. Cuando llegó el turno de las variaciones de guitarra, en lugar de Manuel de la Luz apareció por una esquina del escenario Raimundo Amador que ofreció una serie de virtuosas variaciones instrumentales características de su estilo.

Diego Amador subsanó el error de su rueda de presentación, el olvido de De la Luz, en el bis. Pero cuando el guitarrista onubense fue a ocupar su silla, se la encontró ocupada por la guitarra que Raimundo había dejado olvidada en el escenario tras su intervención. El alma, que es muy sabia.

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