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Bienal de Flamenco

Un guerrero del baile flamenco

Imágenes cedidas por el ICAS. Ayuntamiento de Sevilla.

El callejón de los pecados. Baile y dirección: Eduardo Guerrero. Música y guitarra: Jesús Guerrero y Miguel Pérez. Cante: Pepe de Pura, Emilio Florido y Enrique el Extremeño. Percusión: Manuel Jesús Muñoz 'Pájaro'. Vestuario: López de Santos. Iluminación: Fernando Martín. Lugar: Teatro Central. Fecha: Viernes, 3 de octubre. Aforo: Casi lleno.

Como un héroe de película, decidió presentarse en solitario. Con seis magníficos músicos, eso sí, y con una silla vacía de hierro que hablaba más de ausencias que de presencia, pero sin invitados que llegaran por sorpresa, sin más baile que el suyo propio. Y es que Guerrero estaba ya más que maduro para dar este paso, tras varios años en las filas de importantes compañías como las de Eva Yerbabuena (que le ha proporcionado una magnífica escuela) o Rocío Molina, con la que actuó brillantemente el pasado lunes, y después de ganar en 2013 el Desplante del Festival de la Unión.

El programa de mano de la pieza habla de pecados y de un torbellino interior de fantasías y emociones que no se traduce en el trabajo sencillo que vimos, casi todo en penumbra hasta la alegría del cierre, con un alternarse de bailes y de piezas sólo musicales como el magnífico cante por granaína o la espléndida intervención del Pájaro, tras un falso final.

Hay que decir que Eduardo Guerrero es un bailaor extraordinario de verdad. Posee una figura espléndida, que realza con un vistoso vestuario, y coronada por una atractiva cabeza de torero antiguo, sólo ensuciada a veces por el pelo que baila con él. Por momentos recuerda a otros grandes bailaores de la historia, incluso al primer Antonio Márquez. Atesora, además, una técnica apabullante y una amplísima y ecléctica formación.

Sin embargo, junto a la típica indefinición, a la búsqueda de nuevos lenguajes que caracteriza a los artistas jóvenes, hay un peligro que acecha su baile y que el viernes, tal vez por el peso de la responsabilidad, recayó sobre todo en sus primeros números, la caña y los tangos: se trata de la ampulosidad. Más que acciones expresivas, o en medio de éstas, el gaditano realiza gestos, cientos de gestos, originales, magistrales, pero gestos, efectos que maravillan pero que enmascaran la sinceridad y nos alejan de su corazón. Un peligro, no obstante, que logró conjurar en sus últimos bailes haciendo que, tras unas alegrías de su tierra, luminosas por fin, el público lo aclamara puesto de pie.

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