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Crítica 'El topo'

Variaciones sobre un tema de Le Carré

El topo. Thriller, Alemania-Francia-Reino Unido, 2011, 127 min. Dirección: Tomas Alfredson. Guión: Bridget O'Connor y Peter Straughan, basado en la novela homónima de John le Carré. Intérpretes: Gary Oldman, Colin Firth, Tom Hardy, John Hurt, Toby Jones, Mark Strong.

El cine adaptó por primera vez a John Le Carré cuando aún el papel de su tercera novela estaba caliente, casi recién salido de la imprenta: Martin Ritt dirigió El espía que surgió del frío en 1965, sólo dos años después de su publicación. Descubierto el filón un año más tarde Sidney Lumet adaptó con genio Llamada para el muerto, que había sido publicada en 1961, y en 1969 Frank Pierson dirigió El espejo de los espías basándose en la novela publicada en 1965. En muchas de sus novelas -Llamada para el muerto, Asesinato de calidad, El topo, El honorable colegial, La gente de Smiley- el intérprete era un espía pausado, reflexivo, culto e íntimamente atormentado por las continuas infidelidades de su mujer llamado George Smiley, un pez introspectivo nadando con soltura en las turbias aguas de los servicios secretos ingleses -the Circus- durante los peligrosos años de la Guerra Fría.

El propio John Le Carré ha participado, como productor, en esta esperada resurrección de Smiley -lo que, a priori, garantiza la fidelidad a su universo- llevada a cabo por Tomas Alfredson. Una elección a la vez inteligente, arriesgada y sorprendente, ya que su única carta de presentación es una atormentada y muy interesante película de vampiros adolescentes (Déjame entrar). Lo que Alfredson ha hecho responde perfectamente a la inteligencia, el riesgo y la sorpresa que su elección hacía esperar. Su lectura de Le Carré es a la vez un buceo en los temas -no las acciones- esenciales del universo del escritor y un riguroso ensayo visual sobre la iconografía del cine de espías de los años 60 y 70. La compleja trama novelesca es diseccionada hasta dejarla abierta en canal, inerme, privada de las emociones propias del género -tensión, suspense, sorpresa- para dedicarse a reconstruir las atmósferas y los caracteres.

Lo primero, la cuidadosa reconstrucción de las atmósferas, convierte la película en un refinado pero nunca vacío juego estético con las convenciones formales del cine de espías -oficinas kafkianas, sórdidos apartamentos, confortables interiores burgueses presentados como islas que no siempre pueden ofrecer refugio, un Londres gris y llovido- logrado gracias a los excepcionales trabajos de Hoyte Van Hoytema en la dirección fotográfica, Maria Djurkovic en el diseño de producción y nuestro Alberto Iglesias en la banda sonora. El recurso constante de filmar a través de cristales de ventanas, de puertas o de mamparas distancia y enfría aún más el teatro de las acciones a la vez que visualiza la exterioridad mirona, la errancia en tierra de nadie y el extrañamiento del espía.

Los caracteres están admirablemente mostrados (poder de los rostros) y dichos (poder de la recitación dramática: procuren verla en versión original) por un puñado de excepcionales actores. John Hurt es Control, Mark Strong es Prideaux, Toby Jones es Alleline, Colin Firth es Bill Haydon, Ciarán Hinds es Roy Bland y Gary Oldman es Smiley. A George Smiley lo han interpretado James Mason en Llamada para el muerto de Lumet y Alec Guiness en la serie televisiva que dirigió John Irvin en 1979 basándose en la misma novela que inspira esta película. Difícil papeleta la de enfrentarse a esos dos colosos. Sale airoso del reto, aunque sin superarlos, siguiendo la misma estrategia adoptada por Tomas Alfredson en la realización: la implosión, el antihistrionismo llevado a un extremo de contención histriónica, la inexpresividad convertida en hiperexpresividad. En sus largos parlamentos en primer plano el rostro-máscara de Gary Oldman ofrece un raro recital de tensión exterior que apenas se manifiesta a través de gestos imperceptibles y de una mirada que parece una tempestad que lograra agitar furiosamente las aguas profundas de un pozo de recios e inamovibles muros.

Fascina, pero no entretiene. Admira, pero no emociona. Como si se tratara de unas variaciones musicales, Tomas Alfredson ha tomado motivos formales del universo de las películas de espías serias de los años 60 y 70, y motivos temáticos de la novela de John Le Carré, para hacer un personalísimo ejercicio de estilo.

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