Crítica 'On The Road (En la carretera)'

Con el depósito en reserva

On The Road (En la carretera). Road movie, EEUU-Fra, 2012, 135 min. Dirección: Walter Salles. Guión: José Ribera. Fotografía: Eric Gautier. Música: Gustavo Santaolalla. Intérpretes: Garrett Hedlund, Sam Riley, Kristen Stewart, Amy Adams, Tom Sturridge, Danny Morgan, Viggo Mortensen, Alice Braga, Elisabeth Moss, Kirsten Dunst.

Proyecto largamente acariciado por Francis Ford Coppola, la adaptación cinematográfica del mítico texto de Jack Kerouac publicado originalmente en 1957 se hacía realidad el año pasado bajo producción del director de El Padrino pero dirigido por el todoterreno brasileño Walter Salles (Estación Central de Brasil, Diarios de motocicleta), presentándose en Cannes con una respuesta de la crítica bastante tibia.

Estamos ante uno de esos textos sagrados de la literatura moderna del siglo XX al que el paso de los años no parece haberle sentado demasiado bien, por más que su espíritu libertario, contracultural, letraherido y visionario, espejo y cimiento de la generación beatnik, su carácter fragmentario, improvisado y salvaje, viniera envuelto en una prosa lírica de altos vuelos cuya deriva torrencial, subjetividad y musicalidad sincopada se nos antojan, precisamente, lo más difícil de traducir cinematográficamente.

En efecto, Salles prefiere quedarse con la superficie más acomodada en el imaginario de aquellos jóvenes desarraigados y desencantados de posguerra, interpretados aquí por un elenco poco convincente (de Garret Hedlund a la vampira Kristen Stewart), convirtiendo en clichés del viaje y la escapada, la angustia existencial y en texturas ya asimiladas desde cierta estética indie lo que en realidad era un grito desesperado y amargo cargado de furia y plomo.

Su mirada pretendidamente ambiental oscila así entre la recreación histórica, los fogonazos narrativos de ida y vuelta y el look vintage y deja, como el último Malick, un cierto regusto a impostura publicitaria en su flujo de imágenes deslavazadas que buscan capturar las esencias y el espíritu generacional de una época y los paisajes de una Norteamérica desconocida que, por ejemplo, sí supieron revelar las fotografías de Robert Frank en un libro como Los americanos (1958), que no sólo nos sigue pareciendo la mejor adaptación visual no pretendida de la novela de Kerouac, sino que además contaba con un prólogo escrito por él mismo.

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