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Cine

Algo huele a podrido en Hollywood

  • Debolsillo acaba de publicar 'La hermana menor', la novela que Raymond Chandler escribió después de haber trabajado varios años como guionista en la Meca del Cine.

Mucho se ha escrito de la influencia de la literatura en el cine -principalmente, de las adaptaciones a la gran pantalla de novelas, piezas de teatro e incluso poemas-, y no tanto de la literatura que la Décima Musa ha inspirado a quienes tuvieron la suerte o la desgracia de conocer el mundillo por dentro. En Estados Unidos, donde suelen estar más solicitados, son muchos los literatos que han osado poner negro sobre blanco sus experiencias. Me vienen a mientes dos libros inspirados en sendos rodajes de John Huston: Sombras verdes, ballena blanca, el relato de Ray Bradbury sobre su contribución al libreto de Moby Dick (1956), y una estupenda novela de Peter Viertel, Cazador blanco, corazón negro, que cuenta lo que pasó tras las cámaras durante la filmación de La reina de África (1952). Con más o menos saña, estas obras hurgan en las contradicciones de un sistema tan fértil como férreo (no en vano, la industria del cine, tras la del armamento, es la segunda en importancia en el país). Podríamos citar otras, pero ninguna tan cáustica y acusadamente moral como el retrato oblicuo que hiciera Raymond Chandler en La hermana menor, publicada originalmente en 1949.

La buena acogida de las primeras novelas de Chandler y de las correspondientes adaptaciones, además de esa maña suya para los diálogos, habían llevado a los mandamases de Hollywood a lanzarle el anzuelo. Chandler picó y, a partir de 1944,  intervino en un buen puñado de guiones; entre ellos destaca su colaboración en Perdición (1944) de Billy Wilder, a partir de una novela de James M. Cain, y en Extraños en un tren (1950) de Alfred Hitchcock, según la de Patricia Highsmith. Por aquel entonces, su primera novela, El sueño eterno, conoció asimismo una espléndida versión de la mano de Howard Hawks (dirección), William Faulkner (guión) y un insuperable Humphrey Bogart en la piel del detective Philip Marlowe. Así y todo, sus relaciones con Hollywood jamás fueron amistosas; el trabajo como guionista estaba bien remunerado, pero era frustrante. En un incendiario artículo publicado en 1945, incluido en el volumen A mis mejores amigos no los he visto nunca (Debolsillo), Chandler confesaba: "El arte básico del cine es el guión; es fundamental, sin él no hay nada... Pero en Hollywood el guión lo escribe un escritor asalariado bajo la supervisión de un productor; es decir, un empleado sin poder de decisión sobre el producto de su trabajo […], la esencia de ese sistema consiste en pretender explotar un talento sin concederle el derecho a ser un talento". Tras seis años alejado de la novela, Raymond Chandler volvió por sus fueros, la navaja bien afilada, decidido al desquite.

En La hermana menor el bueno de Marlowe sigue como lo recordábamos -triste, solitario y sentimental-, pero el tiempo ha dejado sentir su paso. La tarifa del detective ha subido: si antes era de 25 dólares diarios, gastos aparte, ahora son 40 al día más gastos, si bien al final actuará por algo tan peregrino como la promesa de unos ojos bonitos. Su cliente es Orfamay Quest, una chica de Manhattan, un pueblecito de Kansas, que quiere encontrar a su hermano Orrin en la jungla californiana. El detective entra en el circuito de actores que son sólo fachada, bellos por fuera y feos por dentro, y de actrices que se ennovian con mafiosos porque lo consideran chic y porque éstos tienen recursos suficientes para satisfacer todos, todos, todos sus caprichos. Marlowe se mueve, intentando que no lo salpiquen, entre gente con tanto dinero que no sabe cómo gastarlo y legiones de desahuciados que malviven bajo los carteles que anuncian: "Bienvenidos al Sueño Americano". De pasada, Chandler realiza uno de los más audaces análisis de las finanzas hollywoodienses que uno haya leído nunca. En un momento dado, Jules Oppenheimer, dueño de 1.500 cines y de unos estudios cinematográficos, le ofrece a Marlowe un puro; éste lo rechaza porque tiene ya un cigarrillo encendido. El magnate, en vez de devolver el puro al estuche, lo arroja a una fuente ante la perplejidad del detective. Oppenheimer le explica cómo funciona las cosas: "En este negocio, si ahorras cincuenta centavos, te cuesta cinco dólares de contabilidad".

Marlowe encuentra al hermanito perdido con dos balas alojadas en el cuerpo: el chico había decidido sacarle partido a su pasión por la fotografía haciendo instantáneas comprometedoras a esa gente que no acostumbra a disculparse cuando tropiezas con ella. No todos los que viven en Hollywood son fotogénicos ni se mueren por posar ante las cámaras. La crítica de La hermana menor está bien fundamentada. A Chandler no le interesa el insulto por el insulto, pero es obvio el íntimo placer que debió de probar al poner en boca de Marlowe un "A la mierda las estrellas de cine" o cuando le hace decir al todopoderoso Oppenheimer: "El cine es el único negocio del mundo en el que se pueden cometer todos los errores posibles y aún así ganar dinero". La hermana menor no sería llevada a la pantalla hasta 1969, en una producción dirigida por Paul Bogart -sin ninguna relación con Humphrey- e interpretada por James Garner. ¿Fue casual este retraso de veinte años?

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