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Crítica 'Alicia en el país de las Maravillas'

Un universo agotado por la sobreexplotación

Alicia en el País de las Maravillas. Fantástico-aventuras, EEUU, 2010, 150 min. Dirección: Tim Burton. Guión: Linda Woolverton, a partir de la obra original de Lewis Carroll. Fotografía: Dariusz Wolski. Intérpretes: Mia Wasikowska, Johnny Depp, Anne Hathaway, Michael Sheen, Helena Bonham Carter, Alan Rickman, Christopher Lee, Stephen Fry.

Johnny Depp, que ya le fastidió a Burton la potencialmente estupenda Sleepy Hollow y alguna que otra de la media docena de películas que ha interpretado (o lo que sea) para él, le fastidia ahora su personal versión de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo, uno de los proyectos más largamente acariciados por el realizador. Aunque es él quien con mayor saña se fastidia a sí mismo, no sólo por recaer una y otra vez en Depp, sino sobre todo por hipertrofiarse, copiarse y exagerarse intentando hacer pasar sus machaconas reiteraciones por un mundo y un estilo propios. En estos tiempos tan cinematográficamente chiquitos repetirse hace parecer grande a un cineasta, confundiéndose la cansina reiteración con la posesión de un mundo y un estilo identificables. Burton los tuvo. Pero debió agotársele la inspiración y huyó hacia adelante exagerando cada vez más su repertorio de rostros pálidos, ojeras, pelucas multicolores, árboles rizosos, atmósferas góticas e interpretaciones desquiciadas.

Desde 1985 hasta 1996 su carrera fue un imparable ascenso cuyas cimas fueron Eduardo Manostijeras y Ed Wood. Desde 1999 hasta hoy ha alternado éxitos y fracasos de taquilla mientras sus películas han ido sustituyendo la originalidad por una forzada extravagancia y el estilo por una amanerada reiteración. En la mitad de este período de decaimiento Big Fish -situada entre la catástrofe de El planeta de los simios y la fallida Charlie y la fábrica de chocolate- parecía abrir a su universo un nuevo camino más sincero, más creativo, más original. Pero no queriendo o pudiendo seguirlo, prefirió continuar exprimiendo el agotado limón gótico-barroco-grotesco. Y no sin éxito de público: esta frígida y cansada versión del clásico de Lewis Carroll está batiendo récords de taquilla allí donde se estrena; supongo que por la suma del interés de los incansables fans de Burton y la moda del cine tridimensional.

Plasticosa hasta casi lo plastilinicoso, peluchita, sobrada de efectos digitales que restan magia verdadera, forzada en su intento de burtonizar el universo de Carroll, impostoramente gótica, nocturna y perversa, esta Alicia queda muy por debajo de los maravillosos dibujos de John Tenniel (ilustrador de la primera edición y conformador visual del universo de Carroll) y de sus dos más ilustres antecesoras fílmicas, la película de animación de Walt Disney (1951) y la deliciosa y casi desconocida comedia musical de William Sterling y John Barry (1972).

Ambas fueron creativamente fieles a Carroll y Tenniel. Burton ha intentado hacer su Alicia y ha fracasado, al menos artísticamente. Lo mismo le sucedió a Spielberg cuando intentó hacer su versión de Peter Pan y le salió el churro de Hook. La Alicia de Burton -tan artificialmente ennegrecida como la leyenda del realizador y los tiempos exigen- pretende ser poética y es mecánica, quiere ser creativa y está sometida a la técnica, busca fascinar y harta. De todas estas metas no alcanzadas, las más perjudiciales son las que se refieren a la esterilidad de un imaginario agotado por superexplotación y al sometimiento a lo técnico. Las imágenes digitales, recreando por completo criaturas y paisajes o distorsionando los actores reales, le da un aire irritantemente artificial. La magia no depende exclusivamente de los efectos especiales y no es infrecuente que estos, en su esfuerzo por convocarla, la alejen. Los efectos 3D imponen su autoridad, forzando a que salgan disparadas hacia los espectadores más cosas o seres de los necesarios. Otra decepción burtoniana.

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