Comercio

El ajuste del sector exterior y la dinámica empresarial

Gonzalo Solana

Director de la Cátedra Nebrija Santander en Dirección Internacional de Empresas

En el año 2.012 la posición exterior de España puede registrar un ligero superávit, algo que no ocurría desde mediados de los años 80 y que contrasta con las necesidades de financiación del orden del 10% anual en el período comprendido entre los ejercicios de 2.005 y 2.008.

Esta notable mejora se ha sustentado principalmente en la evolución de la balanza de bienes no energética, con una contribución muy similar de las importaciones y las exportaciones; aunque también hay que valorar muy positivamente el comportamiento del turismo y, sobre todo, de la exportación de los servicios empresariales, por su elevado efecto "arrastre" en la internacionalización de otras compañías.

Entre los factores explicativos de este proceso están las implicaciones de la debilidad de la demanda interna, que, como es habitual, ha provocado tanto un descenso de las importaciones como una mayor orientación de nuestras empresas hacia mercados exteriores; y por el fuerte ajuste de los costes laborales unitarios que se ha registrado desde el inicio de la crisis.

Pero, además de estas cuestiones, más ligadas a la fase del ciclo recesivo en el que nos encontramos, existen otras fuerzas que han impulsado este cambio y que están ligadas a aspectos más estructurales y de comportamiento de las empresas españolas.

En el ámbito de las exportaciones de bienes se observa una evolución bastante favorable en los últimos 15 años. Así, la pérdida de cuota en el comercio mundial ha sido escasa, a pesar de las adversas condiciones que se derivan de la abrupta irrupción de las denominadas economías emergentes, del fuerte dinamismo de la demanda interna hasta la aparición de la actual crisis y de la negativa evolución del tipo de cambio efectivo real hasta mediados de esta década.

El intenso proceso de internacionalización acometido por la empresa española en las últimas décadas no puede ser ajeno a dicho comportamiento. De hecho, la literatura económica más reciente señala que la trayectoria agregada de las exportaciones se determina cada vez más a nivel microeconómico. En este sentido hay que destacar tanto el importante volumen de Inversiones Directas en el Exterior (IED) realizado por las empresas españolas, que nos ha llevado a que dispongamos de numerosas multinacionales, como la diversificación geográfica acometida a partir del año 2.003 hacia mercados más dinámicos, entre los que destacan los emergentes. Ambos factores, sin duda, contribuyen a una mejora estructural de nuestra competitividad y de nuestra orientación hacia el exterior.

Otros estudios también ponen de manifiesto los avances logrados en los últimos años por las empresas españolas en la diversificación del producto, la disposición de un sector exportador de los más diversificados, tanto en producto como en destinos geográficos, del mundo o las mejoras introducidas en aspectos relacionados con la calidad y la distribución de manufacturas en sectores de tecnología media-alta, en los cuales el precio es menos determinante.

Por último, es importante destacar que, por primera vez en nuestra historia contemporánea, este proceso se está afrontando sin una devaluación del tipo de cambio. Los ajustes que se están acometiendo serán, sin duda, más duraderos y deberían contribuir a que la mejora de la competitividad tenga un componente más estructural que en otras ocasiones. 

El reto ahora es consolidar esta trayectoria con lo que podríamos denominar como la "cuarta ola de la internacionalización" de la empresa española. Tras las sucesivas oleadas registradas es el momento de lograr una mayor estabilidad de las exportaciones y un incremento de las empresas exportadoras regulares, mediante la incorporación de más pymes a la internacionalización y una mayor diversificación geográfica, en especial en los mercados más dinámicos, las economías emergentes.

En las últimas décadas hemos asistido a un rápido e intenso auge de las economías emergentes, que ha llevado a que su participación en la economía, en la política y en las instituciones mundiales haya aumentado de una manera muy notable. Así, el peso en el PIB mundial ha pasado de representar del orden del 30% a inicios de los noventa a situarse en la actualidad en el entorno del 50%. Todas las proyecciones indican que esta dinámica, en ausencia de acontecimientos inesperados, continuará dadas las tendencias demográficas, las mejoras de la productividad y el grado de sostenibilidad macroeconómica.

Los países emergentes son mercados lejanos geográficamente y complejos, con niveles de seguridad jurídica inferiores a los de nuestro país, con fuerte competencia y con ordenamientos jurídicos, costumbres y modos de actuación peculiares para nuestros estándares. Todo ello requiere de un conocimiento específico y políticas de acceso y desarrollo de la actividad empresarial diferenciados, lo que suele traducirse en períodos de maduración del negocio relativamente largos.

Por su parte, la incorporación de empresas de pequeña dimensión a la internacionalización se antoja complicada dadas las dificultades asociadas a su tamaño, que no suelen disponer de niveles de productividad suficientes ni de la financiación propia necesaria para afrontar los costes de internacionalizarse, y más en destinos lejanos. La mayoría de los estudios existentes ponen de manifiesto la relevancia del tamaño de la empresa y la internacionalización, y esta es una cuestión crucial para este proceso.

Parece, a priori, una tarea compleja afrontar esta "cuarta ola" de la internacionalización, pero retos más complicados se han solventado con éxito. No conviene olvidar que hace poco más de cincuenta años éramos un ejemplo de economía autárquica, que en los años setenta el Banco Mundial nos consideraba como una economía en desarrollo y que sólo veinte años después de nuestra incorporación a la CEE nos convertimos en la 8ª economía del mundo en términos de PIB, con una renta per cápita de país desarrollado.

Los activos acumulados por nuestras empresas en el exterior y las mejoras estructurales que se están acometiendo deberían complementarse con una política de apoyo a la internacionalización orientada a minimizar las  dificultades de salida al exterior de las empresas de menor dimensión y a facilitar el acceso a los mercados emergentes. Ello permitiría culminar con un nuevo éxito una "cuarta ola" de la internacionalización de la empresa española, que aportaría una mejora más permanente de la productividad y de las cuentas exteriores de la economía española.

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