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Consumo

Los fantasmas de la sociedad del riesgo

  • En términos de repercusiones sobre la salud de los ciudadanos, la crisis del aceite procedente de Ucrania quedó en nada.

El mismo hecho de vivir es un riesgo. Pero en una sociedad acostumbrada a quererlo todo, la seguridad es una prioridad que puede convertirse en una obsesión que pasa factura. También, factura política, en términos de erosión de imagen. Si hubo un momento del año en la que la vigilancia de la salud pública, a cargo del Ministerio de Sanidad (en realidad, la corresponsabilidad debería extenderse a los gobiernos autonómicos y municipales), no quedó bien parada, fue durante la llamada crisis del aceite de girasol. El 24 de abril la Comisión Europea comunicó la entrada en España de 125 toneladas de aceite contaminado procedente de Ucrania. Al día siguiente se advirtió de que la contaminación podía afectar a miles de toneladas y que el producto, tras haber sido sometido al proceso de refinado, se había distribuido, por lo que Sanidad decidió entonces sacar del mercado todo el aceite de girasol, por "la dimensión de la contaminación, el alto consumo de aceite de girasol en España, su uso diverso y amplio en la cocina, la imposibilidad de conocer qué lotes y qué marcas estaban afectados por la contaminación, la falta de información previa a la alerta procedente del sector y las incertidumbres iniciales acerca de las características de la contaminación", explicó en aquel momento el ministro de Sanidad, Bernat Soria. También se recomendó a los ciudadanos no consumir aceite hasta que no se aclarara la situación. Meses después se conoció que entre el 1 de enero y el 30 de abril de 2008 entraron en España un total de 39.305 toneladas de aceite de girasol importado de Ucrania. Los análisis del Ministerio de Sanidad y Consumo constataron que al menos 24.756 toneladas estaban contaminadas. La magnitud del problema fue mucho mayor de la que inicialmente se pensó. Sin embargo, en términos de repercusiones sobre la salud de los ciudadanos, la crisis del aceite quedó en nada.

También se confirmó en abril la muerte en Castilla y León de dos personas de 50 y 41 años, respectivamente, por la nueva variante humana del mal de las "vacas locas", acaecidas en marzo. En un caso inédito en el mundo hasta el momento, seis meses después, en agosto, fallecía la madre de la víctima de 41 años por la misma causa.

Y, con un elocuente perfil propio de la era de la globalización, la crisis de la leche para bebés contaminada con melanina, un potenciador artificial del nivel proteico de esos productos. La noticia saltó el 13 de septiembre, cuando las agencias internacionales de prensa informaron de la existencia de 432 bebés enfermos (y uno fallecido) en China por consumir leche adulterada. En una espiral que comprometió la credibilidad del Gobierno del gigante asiático, la crisis salpicó a prestigiosas marcas alimentarias australianas y británicas, bien por vender leche con melanina, bien por usarla como ingrediente en dulces y chocolates. En España se puso el punto de mira en las tiendas chinas en las que se vende de todo un poco; también, caramelos elaborados con leche... contaminada con melanina. Tras un bloqueo momentáneo de la UE a la llegada de lácteos chinos, el sentido común y la lógica comercial se impusieron y, al final, todo quedó en nada.

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