De libros

Barroco románico

  • La reedición de su tardía primera novela rescata el nombre de Eduardo Blanco Amor como uno de los grandes narradores españoles del siglo XX

El escritor Eduardo Blanco Amor (Orense, 1897-Vigo, 1979).

El escritor Eduardo Blanco Amor (Orense, 1897-Vigo, 1979). / .

El prestigio casi secreto de Eduardo Blanco Amor, al que habíamos visto muchas veces citado, pero de quien no habíamos leído nada hasta ahora, ha sobrevivido a los inconvenientes derivados de una historia editorial azarosa que tiene que ver con su temprana emigración a América, con el hecho de que escribiera indistintamente en castellano y sobre todo en gallego -lo que ha favorecido su consideración como escritor regional- y también, quizá, en última instancia, con un cierto menosprecio, debido las más de las veces a la mera ignorancia, de nuestra propia tradición literaria, obviamente desatendida cuando no se trata de los nombres canonizados desde hace décadas. Puede que otros aspectos relacionados con la personalidad de Blanco Amor, como su notoria homosexualidad o sus afinidades políticas -"Yo me siento rojo hasta las cachas", afirmaría en castizo, tras su vuelta a España donde murió a finales de los setenta-, que en otro tiempo contribuyeron a reforzar una posición marginal en todos los sentidos, sean hoy vistos como alicientes para acercarse a su obra, pero lo cierto es que esta, a juzgar por la maravillosa novela ahora recuperada, no necesita de estímulos extraliterarios.

Cuenta el editor Luis Solano, que en tanto que gallego conocía otros títulos de Blanco en ese idioma, cómo se interesó por La catedral y el niño tras verla citada en los Diarios de Andrés Trapiello, un autor famosamente familiarizado con las figuras menos transitadas -y no siempre secundarias, como es el caso- de la literatura del Novecientos que se ha ocupado de introducir la novela en la nueva edición de Asteroide. Publicada en 1948, en Argentina, donde Blanco residía desde que abandonó España en 1916, ejerciendo como periodista -volvería a su país como corresponsal de La Nación en dos periodos de anteguerra, 1929-1931 y 1933-1936, antes de regresar definitivamente a mediados de los sesenta- o escritor, y dramaturgo, en sus dos lenguas naturales, La catedral y el niño fue su primera novela en castellano y es considerada, junto a La parranda (A esmorga, 1959), la obra cumbre de un narrador que llegaría a ser finalista del Nadal con Los miedos (1963), denunciada en su momento por el tratamiento pornográfico de "ciertas escabrosidades", y aún publicaría otra novela de culto, Aquella gente... (Xente ao lonxe, 1972). La catedral conoció una segunda edición en Buenos Aires, ciudad que no en vano ha sido llamada la quinta capital gallega, pero no fue publicada en la península sino en fecha tan tardía como 1976 y ha debido esperar más de cuatro décadas hasta que la presente reedición, justamente concebida para reivindicar su obra fuera de Galicia, restituya el lugar de Blanco Amor en la narrativa española del siglo.

A Blanco le debemos la invención de un territorio literario, Auria, que es fiel trasunto de su Orense natal, un "pueblo triste" que aparece descrito en estas páginas a través de la mirada del niño -también triste, según sus palabras- que fue el novelista, por la misma época, inicios de la pasada centuria, en que transcurrió su propia y pese a todo añorada infancia. Ese niño, un crío medio huérfano y extremadamente sensible, llamado Luis Torralba, se mueve entre el mundo ordenado y pequeñoburgués de la madre, marcado por la forma opresiva y provinciana de religiosidad que denominamos beatería, y el aristocrático, bohemio y desarreglado del padre, que tras abandonar a la familia -como hizo el de Blanco, un barbero que dejó por otra mujer a su madre florista- vive asilvestrado en un pintoresco pazo de las afueras. La catedral es una novela populosa, repleta de personajes y de historias que reproducen, en los diálogos, el habla de sus gentes, arracimadas en torno al edificio omnipresente de la seo -como un "juguete indestructible y enigmático" lo había definido el autor, según le recordaría Alejandro Casona, durante el discurso pronunciado en un banquete de exiliados del que partió la idea de recrear su niñez orensana- que tiene la fuerza de un símbolo sobre el que gira, literalmente, la vida de la ciudad, a la que cuadra como un guante la calificación de burgo levítico.

Siguiendo el patrón de la novela de formación, aprendizaje o iniciación a la vida adulta, Blanco Amor despliega todo un universo pródigo en detalles costumbristas, volcado en una prosa sonora, arcaizante y de calidad exquisita, parangonable a la de Gabriel Miró o Juan Gil-Albert, por citar a dos narradores -el segundo amigo- en los que es también reconocible el impulso proustiano. Podrían señalarse paralelismos o ecos de Clarín o de Galdós, o bien de su paisano y reconocido maestro Valle, del que por lo demás -y como bien apunta el prologuista- Blanco, menos artificioso, no es heredero directo, pero su excelente escritura, por otra parte muy apegada a las raíces, presupone el conocimiento de los grandes autores del modernismo, a los que habría tenido acceso en los círculos intelectuales porteños -durante su estancia en la España republicana trató a los autores del 27 y trabó amistad con Lorca, de quien editó sus Seis poemas galegos- y cuya huella, adecuada a su propósito realista y entreverada del humor, el lirismo y la melancolía consustanciales a su tierra, es visible en el planteamiento de fondo de la novela. Tiene en fin, como en todo, razón Trapiello cuando matiza el ya tópico del barroquismo, referido al autor y asumido por él mismo, con una sentencia casi aforística: "El barroco gallego, al estar tallado en granito, sigue siendo un poco románico".

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios