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De libros

Kiarostami, poeta

El viento y la hoja

Abbas Kiarostami. Trad. Ahmad Taherí y Clara Janés. Prólogo de Santos Zunzunegui. Salto de Página. Madrid, 2015. 152 páginas. 13,50 euros

Desde su descubrimiento tardío allá por 1987 con ¿Donde está la casa de mi amigo?, el cine de Abbas Kiarostami se ha instalado entre la nueva cinefilia como uno de los más necesarios e importantes de estas dos últimas décadas, al tiempo en que se iba depurando cada vez más hacia un esencialismo pedagógico de primer orden sobre los mecanismos especulares de la imagen y la representación. La poesía no es ninguna veleidad ni ningún capricho de última hora para el cineasta iraní. Bien al contrario, forma parte, como la fotografía, de sus inquietudes desde una etapa muy temprana de su actividad creativa, que puede entenderse como un todo interconectado en el que también se incluyen sus instalaciones museísticas.

Y la poesía atraviesa su cine no sólo en la forma de la palabra, sino también en ciertas figuras, rimas y tropos visuales, como esos senderos zigzagueantes en el horizonte, que reconocemos en sus mejores películas, de El viento nos llevará a la ascética y contemplativa Five. Es precisamente en esta última, homenaje a Yasujiro Ozu articulado en cinco largos y estáticos planos-secuencia, donde tal vez sea más fácil encontrar el vínculo entre una mirada foto-fílmica y unas formas líricas que se asemejan al haiku o al josranaví de la tradición persa, al trazo breve, depurado y elíptico de una escritura que parece buscar la fijación de los destellos de un mundo efímero a través del cuerpo y la voz del poeta.

Como apunta Santos Zunzunegui en el prólogo de este hermoso libro, hay dos maneras de leer estos poemas: tomándolos uno a uno al azar, "como relámpagos de visión que centellean en la brevedad del fugaz encuentro con los mismos"; o en una lectura continua, que revela las transiciones de un tema a otro en un sutil ejercicio narrativo que en cierto modo se asemeja a un fundido encadenado cinematográfico.

Se haga de una forma u otra, El viento y la hoja desarma al lector culturizado en su retorno a una sencillez arcana y primigenia, por momentos casi infantil, y no tanto por el carácter lúdico sino por la ingenuidad y la limpieza de unas imágenes y la cadencia de unos ritmos que parecen estar descubriendo el mundo, la naturaleza, por primera vez.

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