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De libros

Música, excitación y sentido

  • Caja Negra publica una antología de ensayos breves en los que Simon Reynolds analiza las grandes transformaciones de las últimas décadas

Después del rock. Simon Rynolds. Caja Negra Editora. Buenos Aires, 2010. 231 páginas, 19 euros.

Tanto se ha repetido la dichosa sentencia atribuida a Zappa -"escribir de música es como bailar de arquitectura"-, que a veces ha pasado por ser cierta. ¿Cómo pueden las palabras contener la inmediatez sensual y abrumadora del mejor techno, una música que es pura materialidad sonora, golosina para los oídos, como dicen algunos para denigrarla sin saber que ahí está su encanto, su brutal alquimia? ¿Cómo definir los incendios emocionales del rock, esos instantes de tiempo suspendido logrados con una combinación de timbre, ritmo y textura? Es evidente que la música es la más abstracta de las artes, que habrá siempre una parte crucial de las experiencias que propicia que se esfumará en el proceso de compartirlas. Pero que la música no se pueda traducir en un significado semántico exacto no implica que no se pueda pensar y comentar.

A eso se dedica el británico Simon Reynolds desde finales de los años 80. Sus textos para Melody Maker, The Guardian, The Wire o The New York Times lo convirtieron hace muchos años en uno de los críticos más respetados del pop contemporáneo, donde caben el rock, el rap y las innumerables ramificaciones electrónicas. Reynolds creció con el post-punk, una vanguardia fascinante en cuyo prefijo "se enraizaba la fe en un futuro que el punk había decretado como inexistente". De esa etapa de formación de su gusto le quedó una concepción del pop definida por el imperativo del cambio continuo.

"La fiebre de futuro que produce escuchar música que parece no venir de ningún lado es adictiva", dice en la suculenta entrevista que cierra Después del rock. Psicodelia, postpunk, electrónica y otras revoluciones inconclusas, donde se recoge una selección de sus ensayos breves. Publicado por la editorial argentina Caja Negra (con distribución en España), el libro incluye abundante material inédito en español, y recupera el prólogo que escribió para el volumen colectivo Loops: una historia de la música electrónica (Mondadori, 2002). Después del rock... ofrece no sólo un recorrido por algunas de las transformaciones más significativas del pop y el rock en las últimas décadas, sino también una profunda reflexión sobre el sentido mismo de la crítica musical, y al hilo de esto un manifiesto en defensa de una cierta manera de ejercerla.

Reynolds aspira en sus escritos a "combinar la excitación con una carga de sentido". Para el británico, que no en vano califica su estilo como "evangélico", el crítico ha de tomar partido apasionadamente, ser categórico e indicar qué es una música pero también cómo debería ser. Y al mismo tiempo, sostiene, debe explicar las implicaciones más profundas que encierra cada apuesta estética -"la forma es política"- y centrar su análisis en los detalles particulares de cada sonido, sin caer en ese típico reduccionismo que sobredimensiona la importancia de las letras en función de prejuicios literarios o asume la historia del pop como una mera sucesión de subculturas que invita a lecturas sociológicas que se olvidan de los argumentos musicales.

Para tan ambiciosa empresa Reynolds se arma de ideas de Barthes, Deleuze, Bataille, Nietzsche o Derrida, samplea sus teorías, que utiliza para enfrentarse a "la paradoja de (d)escribir el goce" y para tratar de comprender el ethos de un determinado desvío estilístico y su contexto histórico, el caldo de cultivo espiritual-colectivo. Con tal rigor aplica su metología, que su diagnóstico del estado del pop reciente no es precisamente optimista.

Según Reynolds, el pop lleva más de una década "en punto muerto", incapaz de superar su fase de "posmodernismo". El rock entró en "zona retro" hace muchísimo, pero también el hip hop y la electrónica han llegado a ese lugar donde "una forma artística ha acumulado detrás de sí tanta historia que se ha vuelto más sencillo para los nuevos artistas crear híbridos dentro de territorios ya abiertos por pioneros anteriores". Esta "estética de la cita", el revisionismo y el prestigio del reciclado es muy visible en el rap -levantado literalmente sobre los cimientos rítmicos del soul y el funk- pero también en la electrónica más pura, que a pesar de su "retórica de las posibilidades infinitas" está cada vez más fascinada con sus géneros clásicos u old school.

En el pop y el rock, ya sea en los "juglares barbudos y doncellas trovadoras del freak-folk", de Devendra Banhart a Joanna Newsom, o en grupos aclamados por la crítica por su audacia experimental, como Animal Collective, en todo este gigantesco y dispar revival de la psicodelia de los 60 Reynolds encuentra "patetismo", ya que el impulso responde a "un anhelo por devolverle a la música la importancia y el poder que al parecer disfrutaba en esa belle époque". Ante un Occidente "extenuado", concluye, quizás sólo cabe esperar la irrupción de La Próxima Gran Sensación en Asia o el hemisferio sur.

La erosión del concepto underground, las diferencias entre la psicodelia americana y la inglesa, el carácter "psicótico" y "solipsista" de cierto rap o el "fascismo" audiovisual de Madonna son sólo algunos de los muchos temas que Reynolds destripa en este libro, que muy probablemente horripilará a quienes se muevan en la música por impulsos ortodoxos o nostálgicos, y en la misma medida interesará a quienes observan intrigados y sin hostilidad las cosas que de todos modos nunca dejarán de cambiar, como la ropa, las costumbres y los programas de televisión.

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