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Una forma de adanismo

  • Simon Leys retrata los primeros años de la Revolución Cultural maoísta en unas crónicas que a su valor testimonial suman la calidad literaria de unos textos escritos con nervio

Simon Leys, seudónimo de Pierre Ryckmans (Bruselas, 1935 - Canberra, 2014).

Simon Leys, seudónimo de Pierre Ryckmans (Bruselas, 1935 - Canberra, 2014).

En el año 71, el sinólogo belga Pierre Ryckmans, emboscado tras el pseudónimo de Simon Leys, publica El traje del presidente Mao, obra entre la en la que se describe, con precisión y crudeza, el pavoroso alcance de la "Revolución Cultural" inspirada por el dignatario chino, y cuya acogida en Occidente sólo cabe calificar de hostil, dado el grado de politización en el que la cultura europea se hallaba inmerso. Este es uno de los motivos por los que su editor de entonces planteó a Ryckmans la utilización de pseudónimo. La razón última, no obstante, explicada por el propio Rickmans/Leys, es que tales crónicas, firmadas con su verdadero nombre, podrían dificultarle la estancia en el país objeto de sus estudios: China.

El lector actual, muy alejado ya de aquellas controversias, en las que la izquierda maoísta y pro-soviética tildaba de revisionista -y de secuaz del Imperio- a quienes discutieran la imagen ideal que, de aquellas dictaduras, se había consolidado en las democracias occidentales (recordemos la ferocidad con que fue acogido, en 1936, el Regreso de la URSS del comunista André Gide, cuyo tono melífluo y conciliador no consiguió aplacar a la nutrida muchedumbre de sus detractores); el lector de hoy, repito, quizá ignore esta vertiente más noticiosa o política de Simon Leys, dado que sus obras de mayor difusión son de carácter erudito y no entrañan una aproximación a la actualidad como estas crónicas de la China de los 60, cuyo título obedece -es fácil reconocerlo- a la fábula de Andersen donde un niño descubre que el rey va desnudo. El rey desnudo, obviamente, es Mao Zedong (antes Mao Tse-Tung), y el traje al que se refiere Leys es ese traje a la medida de su ambición que Zedong se construyó mediante el recurso a la juventud descontenta, y que bajo el lema de la Revolución Cultural supuso la desarticulación del Partido, el auge del Ejército y la devastación de las clases ilustradas de su país, mediante un éxodo "reeducativo" al agro.

Un éxodo y un agro cuyo origen hay que buscar en el Gran Salto Adelante, aplicado por Mao a finales de los 50, que sumió al país en una perdurable ruina, y que supuso la pérdida del poder por parte del dirigente chino. El modo en que lo recupere tiempo después (contra Deng Xiaoping), será conocido como Revolución Cultural, y volverá a sumir al país en el infortunio y el caos, como su Gran Salto lo había precipitado en una gran hambruna. En ambos casos, se tratará de una suerte de regreso al campo, a sus valores, a su sencillez milenaria, en contra de los refinamientos intelectuales que la educación propicia. El resultado de tal política educativa es previsible. Y se sustancia en una profunda maniobra de politización de la universidad y la escuela, en la que el saber quedaba postergado, si no anulado, por la fidelidad al régimen. A ello debe añadirse el extraordinario número de víctimas que tal proyecto supuso, y que Leys ejemplifica con la llegada de cadáveres flotantes a la orilla de Hong-Kong, con muestras evidentes de haber sido ajusticiadas.

En esta obra de Leys, por tanto, nos hallamos ante tres niveles de lectura, y todos ellos de un notable interés: el primero y más obvio es el valor testimonial de estas crónicas (crónicas que demuestran un estrecho conocimiento de los sucesos glosados), y que disuenan estrepitosamente de cuanto, aun hoy, se escribe sobre aquellos años; un segundo aspecto, vinculado al anterior, es la inhóspita recepción que tal obra cosechó por parte de un sector importante de la intelectualidad francesa, dada la versión desfavorable que Leys ofrecía de una empresa que se suponía tan revolucionaria y audaz como democrática. La tercera lectura, en absoluto menor, es el propio valor literario de unas crónicas, que si bien están escritas con un escrupuloso pormenor, no excluyen la agilidad y el nervio narrativo. Los lectores de Leys (recuerden Los náufragos del Batavia), conocen la pericia del autor para construir, con datos y testimonios reales, una vertiginosa pieza literaria. Una pieza de gran periodismo, en este caso, que a la propia valía unía el arrojo infrecuente de su autor, señalando la desnudez de Mao, y el enorme tamaño de sus crímenes, donde otros quisieron ver un histórico triunfo del proletariado.

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