Betis - Alcorcón · el otro partido

Mel y el Villamarín, 25 años después

  • La afición verdiblanca disfrutó en su casa el ansiado regreso a Primera. Ni la aparición de la lluvia frenó las ganas de fiesta en un estadio entregado a los suyos.

El regreso a Primera sólo podía finalizarse en el Benito Villamarín. La deuda contraída hace 13 meses obligaba a una fiesta del ascenso delante de los suyos. Como hace 25 años, en el último éxito que los verdiblancos finiquitaron como locales. Entonces, Pepe Mel culminó la temporada como máximo artillero de Segunda; ahora, un cuarto de siglo después, el entrenador regresó a su casa para devolver al Betis a la máxima categoría.

Sus lágrimas sentado en el banquillo respondían a una liberación. Asumió el mando de la nave con la obligación de ascender y esa responsabilidad lo cargó de tensión durante muchas semanas. Su salida por la puerta de atrás un año antes queda restablecida. El Betis, este Betis judicializado, ha encontrado en el técnico a su mejor guía.

No lo ha logrado el técnico en solitario y así lo reconoció hasta el propio vestuario, que manteó a Rubén Castro y a Jorge Molina, esa pareja de delanteros que ha llevado al Betis a sus dos últimos ascensos. "Rubén, Rubén, Rubén", estalló el Villamarín. La sonrisa del canario lo decía todo.

El ambiente en La Palmera era la de los grandes días. Regresar entre los grandes bien lo merece. Más de 50.000 espectadores llenaron el estadio para conseguir la necesaria victoria. Girona y Sporting obligaban a un último esfuerzo. El recibimiento al equipo, con el himno cantado por esas miles de voces, ya avisaba de lo que sucedería después.

Con el gol de Rubén, ese golazo con el que le pone colofón a su extraordinaria temporada, el ascenso ya se tocaba con las manos. Pero no fue hasta el 2-0 cuando la afición ya sí sintió el regreso. "El Betis es de Primera", retumbó en el Villamarín. Ni la lluvia, que más parecieron lágrimas del cuarto de anillo, de Miki Roqué o de Sebastián Alabanda, recordados por todos, frenó a una grada entregada a los suyos.

El comportamiento de la afición, la que algunos quisieron poner en duda, fue ejemplar. Ni un intento de invasión del terreno de juego para que la prevista celebración fuera completa. Vuelta de honor y estrado en el centro del campo para que la plantilla, al completo, recibiera el calor de su gente. Incluso el detalle llegó con las apariciones de Juan Merino y Capi, que también ayudaron enderezando el perdido rumbo de Julio Velázquez.

"Os lo debíamos, gracias afición", se leía en las camisetas que los jugadores portaron nada más terminar el partido. Era el reconocimiento a un año en el que los béticos volvieron a exhibir que nunca dejarán solo a su equipo. Desde Sabadell, donde comenzó la travesía en el infierno, a Santander, la última salida hace apenas unos días. La demostración de beticismo ha recorrido cada rincón de España. El Betis regresa a Primera, por duodécima vez, como campeón de la categoría de plata, los dos últimos con el sello de Mel, ese mismo que ya puso en pie al Benito Villamarín hace 25 años.

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