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Sergio Ramos, el gran españolizador

  • El sevillano, paladín de las esencias hispanas, fue el mejor de la selección · Hace dos años, el camero lanzó un mensaje a la prensa catalana similar al del ministro Wert

La imagen de Sergio Ramos alzando su puño con el brazalete rojigualda, gritando gol a los cuatro vientos y recordando al mundo que La Roja reina en Europa y en el planeta fútbol. ¿Cabe un mensaje más españolizador?

Porque el español medio, el mismo al que le suele gustar el fútbol, el mismo que se encrespa cada mañana cuando la radio vomita una penuria tras otra, ha encontrado desde que la crisis se ha hecho carne un alivio tan redondo como un balón. No hay mejor evasión de los problemas cotidianos que ver jugar, y ganar, a los veintitantos chicos que convoca Vicente del Bosque para cada partido internacional.

Y la noche iba para eso, para otro baño de orgullo español, como tantas otras desde que Luis Aragonés dio con la tecla e imprimió un sello distintivo, y sobre todo ganador, a un equipo que durante décadas fue una factoría de frustraciones.

España salió, se hizo con la pelota, empezó a someter a Francia, a la que atornilló en su área. La campeona del mundo y bicampeona de Europa le empezó a marcar las distancias a ese vecino que tan mal lleva nuestra pujanza en el deporte. Ese mismo vecino que no termina de rendir pleitesía al gran Rafa Nadal a pesar de que ha llegado donde nadie llegó antes. El mismo vecino que quiere subir cualquier conquista hispana al mismo cadalso al que se encamina Lance Armstrong.

Los mismos complejos que ha arrastrado la selección por sus décadas de fracasos y sinsabores fueron los que sacó la Francia de Deschamps en su puesta en escena. No tuvo remilgos en replegarse como una selección menor, resignada a que la posesión fuera de un 75% para los locales y un 25% para ellos.

Y para que la noche resultara casi perfecta, hacía el gol que lo encauzaba todo el jugador más cañí, el futbolista con alma de torero, que por algo vio la luz en Camas. El chico que mira al cielo embargado por la emoción cuando suenan las notas musicales del himno. Sergio Ramos se desgañitó cuando acertó a batir a Lloris a la segunda, después de estrellar su poderoso cabezazo en el poste izquierdo.

El bravo defensa es el portador de las esencias que el ministro Wert, ayer en el palco del Vicente Calderón -¿de qué hablaría con don Juan Carlos?-, ve peligrar por el sistema educativo que impone Mas en su Catalunya. De hecho, en 2010 Sergio protagonizó también ante los micrófonos un episodio de un sesgo similar al del ministro de Cultura. Si Wert habló hace unos días de españolizar a Cataluña, Sergio Ramos fue capaz de soltarle a Piqué aquello de "en andaluz, díselo en andaluz que está muy bien", cuando el barcelonista acababa de contestar en catalán una pregunta a un periodista que le había pedido que lo hiciera expresamente en la lengua que encumbró Pla. Su reacción provocó un vivo fuego en los medios catalanes y desde entonces, Sergio es el símbolo de lo mesetario, ese adjetivo descalificativo tan de allí.

A él, eso le da igual. Más bien le espolea y le da fuerzas. Le va la marcha. Ya lo demostró con aquel penalti a lo Panenka ante Portugal, en la semifinal de la Eurocopa, cuando aún estaban calientes los rescoldos de su lanzamiento a las nubes de Chamartín cuando el Madrid cayó ante el Bayern en la Champions.

Sergio es así. Va a morir con sus ideas. Y si ayer esa última jugada lo truncó todo, él saldrá el Martes Santo al Saint Denis de París con más ganas aún de alzar la muñequera rojigualda. Es su modo de españolizar.

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