Campeón de la Liga Europa · La celebración

Y la copa retornó a su casa

  • El hábito no atempera la fiesta de recibimiento a los héroes de Turín. El Sevilla ofrece a la ciudad una copa, la Liga Europa, que el sevillismo ya siente como propia.

"Oh Guadalquivir/te vi en Cazorla nacer/hoy en Sanlúcar morir...", recitó Antonio Machado. Etse jueves, decenas de miles de sevillistas lo vieron gozar. Porque el caudal por el que discurre la historia de Sevilla volvió a ser un río de gozo. De un indescriptible gozo. Como hace siete años, cuando la segunda Copa de la UEFA arribó a la ciudad surcando esas verdosas aguas. Eran las siete de la tarde cuando zarpó del CAR de la Cartuja la embarcación con los héroes que se trajeron la Liga Europa de Turín. Y empezó una inolvidable fiesta, otra más, para la mitad de la ciudad.

"Es el día de inundar Sevilla de blanco y rojo. Para inundarla de sevillismo", decía un emocionado Monchi en el barco, desmarcado de un grupo de jóvenes embargados por el júbilo, los que componen la primera plantilla del tricampeón. Y hubo inundación, vaya si la hubo. Hacia la Torre del Oro acarreó el Sevilla la copa que le cambió la vida a los que laten con su escudo. Los jugadores, mientras, no se cansaban de retratarse con ella. Porque ella también le ha cambiado la vida a muchos de ellos: Rakitic, Vitolo, Bacca y muchos otros descubren el sabor de la gloria por ella.

En cambio, el sevillismo, tras décadas de frustraciones, se ha habituado a saborear la plata. Mayo se ha convertido para ellos en tiempo de caracoles... y de plata. Estalla la primavera, los bares bullen de gente en busca del preciado molusco y, al tiempo, los sevillistas bullen por las calles orgullosos, luciendo sus colores y sintiéndose campeones. Siete veces lo han hecho en los últimos ocho años.

El delirio no mengua con el hábito. La ribera humeaba por el calor y el gentío, banderas y bufandas al viento, en un interminable cordón blanquirrojo mientras el barco buscaba la Torre del Oro. El puente de La Barqueta vibraba de sevillistas embargados por la felicidad. El puente de Isabel II lucía como cualquier Domingo de Ramos, cuando la Estrella lo cruza en volandas bajo miles de alborozados trianeros.

Como hace siete años, cuando el campeón defendió su título en Glasgow, Marqués de Contadero fue Preferencia y Betis, Fondo. En el terreno de juego, muchos jóvenes jugadores disfrutaban del mejor partido de sus vidas. Nunca antes habían jugado otro igual, sólo en sus más dulces sueños de potreros. A las 19:30, la copa desembarcaba junto a la Torre del Oro. Pero quedaba mucho partido. Y prórroga. Y penaltis con final feliz...

La alegría del fútbol. Su magia para acelerar los pulsos. "El Sevilla está siendo un motor de alegría para mucha gente, lo cual nos enorgullece", decía Castro, con la voz ronca tras la larga noche turinesa, antes de brindar el título a su parroquia en la Puerta de Jerez.

El presidente del Sevilla, como todos los jugadores, lucía una camiseta blanca con la leyenda "Nuestra copa vuelve a su casa". Y ese convencimiento vertebró la aventura de los campeones desde aquel partido, el 1 de agosto, con el Mladost Podgorica en Nervión, hasta la final con el Benfica. "Tuvimos el convencimiento de que era nuestra", dijo Fazio antes de subirse al autobús.

El argentino, como uno de los capitanes, se situó en el frontal del vehículo junto con Rakitic, Pepe Castro, Unai Emery y José María del Nido Carrasco. Bajo ellos, la leyenda "Tricampeón UEFA CUP". La temperatura de la febril fiesta subió aún más grados con la entrada en el punto de encuentro del sevillismo, la Puerta de Jerez. Allí, con el himno del centenario cantado por todos a capela, Fazio y Rakitic se encaraman con la copa en la fuente de los meones para tributársela a la afición. Ellos también empujaron lo suyo para traerla. "La unión con el sevillismo fue clave, nos hizo más fuertes. Esta copa es especial para el sevillismo, lo entendimos desde el día del Podgorica", reconocía Unai Emery en la plaza.

Y muy sevillista es Javi Varas. No encajó bien que Beto lo desplazara de la titularidad ante el Betis, pero en la final fue uno de los que más animó a los compañeros en la prórroga y los penaltis y este jueves, fue el que más se dejó ver en la fuente, preso de su amor a los colores. 

Vídeo: Antonio Pizarro

Cuando la comitiva enfila una abarrotada Avenida, Híspalis, la estatua alegórica de Sevilla que preside la fuente, lucía una bufanda del Sevilla anudada a su cabeza y vestía la camiseta blanca de los campeones. 

Camino de la Catedral, suenan los acordes del himno del Centenario y el mismísimo corazón de la ciudad late al son de ese cántico que ya distingue al club casi como sus colores. Y la canción fetiche de este título, el "¡Qué dolor!" de Rafaella Carra. 

Con un cuarto de hora de retraso sobre el horario previsto, a las nueve de la noche, cruzan los héroes la Puerta de San Miguel recibidos por monseñor Asenjo. El presidente porta la copa con el arzobispo y Rakitic a su lado. 

Y los héroes se postran en la Capilla Real ante la patrona, la Virgen de los Reyes, a la que volvieron a ofrecer la copa, como en 2006 y 2007. También depositan a sus pies un gran ramo de rosas blancas. "Os agradezco este gesto y os felicito por esta nueva hazaña", fueron las palabras de bienvenida del arzobispo. Varios jugadores se acercan a la Virgen y mantienen un diálogo privado con ella. 

La hoja de ruta se va cumpliendo incluso con un ligero adelanto sobre el horario previsto: a las 20:45 estaba prevista la llegada al Ayuntamiento y diez minutos antes arribó el autobús. Por algo el hoy presidente se encargaba de esas labores de intendencia cuando era Del Nido quien llevaba la voz cantante... En el Consistorio aguardaba henchido de orgullo el anfitrión, Juan Ignacio Zoido, con su encarnada corbata. Y como sucedió en el último gran título, la Copa de 2010, el montaje del Corpus obligó al sevillismo a desplazarse de la Plaza de San Francisco a la Plaza Nueva. "¡Turín Turín, Turín turá, que cada día te quiero más!", cantaban los héroes con su gente. 

Tras la recepción oficial, quedaba la explosión más espontánea, en Nervión. Como en aquella primera fiesta de 2006 -un paralelismo más...-, el club abrió las puertas del estadio, que sobre las once de la noche ya vivía un ambiente del partido. La comunión entre equipo y afición cerró un círculo perfecto. El que se abrió con aquel "¡Échale huevos!". Unos y otros mostraron una fe inquebrantable en devolver la copa a Sevilla y, nueve meses y medio de iniciar la singladura, el trofeo brilló sobre la hierba del Pizjuán. "En la marmórea taza/reposa el agua muerta", escribió Machado. En la taza que ayer trajo el Sevilla, reposa el orgullo del sevillismo. Y bien vivo.

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