Osasuna-Betis · la crónica

Cuando todo da ya igual... (2-1)

  • El Betis pone broche a la vergüenza con una derrota labrada, una vez más, en su extrema laxitud defensiva.

Cuando por el camino un equipo, que al cabo no es más que un grupo de personas, un colectivo, se ha dejado hasta la dignidad, ya no le queda más que perder. Todo da igual llegado ese punto: el juego, el resultado, incluso la forma de perder y hasta las suspicacias que algunas acciones puedan levantar. Aunque esta temporada, Tebas dixit, se iba a escrutar con lupa cuanto ocurriese en las últimas jornadas. Por las que hilan. 

Y no es que el Betis se dejase perder en El Sadar en favor de un Osasuna que se jugaba la vida y se fue el pozo. Ni tampoco es que lo hiciera en algún que otro partido de este final tan apestoso que se ha ganado con su impericia y su desvergüenza. Se trata simplemente de no competir, algo inevitable por estas calendas haya quien haya empeñado en que no sea así. 

Ocurre también que el Betis, cuando aún no era un cadáver futbolístico, aunque desde el invierno apenas le quedaba ya un hálito de vida, ha perpetrado partidos muy semejantes al de ayer. Es decir, salir a verlas venir, a ver qué te cuenta el rival y con los motores a medio gas. Y no han sido un domingo ni dos, sino más de la cuenta los que este equipo que suele vestir de verdiblanco se ha tomado a modo de inventario. Es más, ésa es una de las razones de su descenso a Segunda División y de la retahíla de plusmarcas, todas negativas, que ha ido cosechando en su nigérrima singladura. 

Y esa falta de competitividad, acrecentada desde que se endiñó el batacazo, se traduce en partidos de mentira, sin intensidad, que provocan una terrible laxitud defensiva, casi siempre con el adobo de algún que otro gol temprano en contra y, empero, una alegría atacante, incluso tocando el balón con gusto que frente a rivales presionados y nerviosos, suele traducirse en merodeos por el área enemiga y, en algunos casos, en goles. 

Éste es el fiel reflejo del partido de ayer. Osasuna se percató pronto de que en el costado izquierdo de la defensa verdiblanca se hallaban Jordi como central y Chica como lateral y hacia ahí se volcó con vehemencia y descaro en busca del sosiego de un gol madrugón. Fueron dos entradas de Cejudo y un pase también del ex bético, a la tercera, que halló la connivencia o la falta de entendimiento de Perquis y Jordi para que llegase hasta Oriol Riera y éste, que ya había rematado antes un centro de cabeza del sevillano, batiese ahora por bajo a Adán. Lo de siempre o lo de casi siempre. Fallos y más fallos defensivos. 

Avalancha y parón por medio, dos minutos después Roberto Torres hizo del área bética su casa y, lógicamente, encontró la indiferencia de Reyes y Jordi para que su centro, ya en el área pequeña, lo empujase Acuña. 

La única diferencia entre estos goles al cuarto de hora y los de otra tarde de bochorno había que buscarla en los rostros de los futbolistas del Betis. Antes se enojaban, discutían entre ellos, bajaban la cabeza. Ahora ya les da todo igual. Como si nada. 

Los futbolistas verdiblancos, a lo suyo. A esperar el pitido final y a ver dónde los lleva el partido. Para lo bueno y para lo malo, siempre harán lo que les deje el rival. Y si éste se llena de nervios y de pena conforme los transistores lo hunden también en Segunda, es capaz de hilvanar cuatro pases e irse arriba, ya sea en las carreras iniciales de Juanfran o en las ulteriores de Chica, quien culminó una de ellas con un golazo y no hizo alguno más, al igual que Rubén Castro u otros, porque Andrés Fernández se pareció más al de la temporada anterior que al que ha contribuido al descenso de Osasuna en ésta. 

No hay más. El partido resume la temporada de un equipo deshilachado y sin pies ni cabeza desde que alguien de tan ingrato recuerdo como José Antonio Bosch decidió, de forma alevosa y cobarde, destituir al hombre que mantenía este edificio en pie. Porque, además, el Betis, y el tiempo lo ha demostrado, era una mentira sostenida sólo por el primer equipo. Y cuando esta especie de okupa judicial decidió destruir su único basamento, su entrenador don José Mel Pérez, arrastró al propio club y ha obligado a una regeneración que se antoja casi imposible viendo quiénes pululan aún por ahí.

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