Sevilla | getafe · el otro partido

¿Un debate en semifinales?

  • Un Sánchez-Pizjuán que quedó lejos del lleno cambió los pitos por palmas por el controvertido cambio de Romaric · Jiménez ganó el pulso gracias a su decisión

El Sevilla, este Sevilla de Manuel Jiménez Jiménez, está a un paso de la final de la Copa del Rey. El 2-0 con que concluyó el partido de ida provoca que el optimismo reine en el entorno de Nervión, pese a que la cita pareció enconarse por momentos. Pero lo que en la primera parte fue un auténtico debate sobre las decisiones del arahalense se transformó en aplauso, en reconocimiento generalizado a una decisión muy controvertida con la que les ganó el pulso a sus detractores.

El Sevilla se ha convertido en un equipo grande y vive en un permanente debate. Es hasta cierto punto lógico. El juego, las alineaciones, los cambios, las excusas por las bajas... Toda una serie de matices meramente futbolísticos invitan a la discusión pública de un sevillismo dividido en torno a la figura de su entrenador. Quizás el más enconado de los debates sea el de la necesidad o la inoportunidad de jugar con dos delanteros centro puros, con dos gigantes de más de 1,80, cuya influencia en el juego se acentúa si uno de ellos no es Kanoute. Pero de ahí a que haya un debate en plenas semifinales de un torneo invita a la reflexión colectiva.

Minuto 36. Romaric sale por Negredo. El vallecano coge el rumbo de los vestuarios jurando en arameo y sin querer ni mirar a Jiménez, mientras muchos de los 30.000, que más no había, espectadores del Sánchez-Pizjuán dedicaban al arahalense una sonorísima pitada. Eso fue así, y lo que hay que buscar ahora es por qué se produce este hecho en ¡unas semifinales!, a un paso de ¡una final! El Sevilla ha jugado seis finales en los últimos cuatro años, sí. Ayer era la cuarta semifinal de la Copa en los últimos seis años, sí. Pero eso no se puede traducir en que un equipo que en sus 105 años de historia ha disfrutado de estas grandes citas a cuentagotas viva una de las noches más determinantes de todo el curso en medio de un debate sobre las decisiones del técnico. Al final, paradojas de la vida, Romaric salió del campo entre una sonora ovación.

Pero el sevillismo se ha acostumbrado a vivir quizás por encima de sus posibilidades a fuerza de ganar títulos y de buscarse con los codos un sitio entre la aristocracia del fúbol español. Sin embargo, y esto no debe olvidarse, para ello fue fundamental el aliento unánime de la grada de Nervión, que ayer, como el año pasado ante el Athletic, no estuvo poblado como en otras semifinales no tan lejanas en las que un graderío en el que no cabía un alfiler era un auténtico manicomio contra el rival de turno.

Quizás la escasa respuesta de afición al partido de ayer esté fundamentada también en que muchos hinchas no tienen la suficiente confianza en Jiménez. La lluvia, que la hubo, no es una excusa.

Lo cierto es que la mayoría de los aficionados que sí fueron fieles ayer también fueron permeables a un debate cuya raíz está muy atrás. El problema de todo el curso salió a la palestra en el momento más inoportuno. Puede que Jiménez no supiera imponer su criterio desde el minuto 1, porque, si es cierto que había visto una decena de veces el Sevilla-Getafe de Liga, ¿no vio que con Negredo y Luis Fabiano el Sevilla tuvo menos el balón que su rival? El Getafe no es cojo: Pedro León, Parejo, Soldado, Manu del Moral, Boateng y el propio Casquero saben jugar al fútbol. Y no se les puede dar ventaja en la medular. Pero Jiménez sí siente la presión de ese enorme debate y optó por los dos arietes. Hasta que tuvo la valentía de mandar el debate a tomar viento. Que piten... y que gane el Sevilla, que hay una final en juego.

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