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El esfuerzo fue baldío

  • Sin premio El Sevilla se queda fuera de la competición en la que es campeón por el valor doble del gol de Henry en Nervión Equilibrio Los de Jiménez tutearon a un Barcelona mucho más especulador

El campeón hincó la rodilla en el Camp Nou después de quince eliminatorias de diferentes torneos coperos sin caer eliminado. El Sevilla se despidió de la Copa del Rey frente al poderoso Barcelona, pero lo hizo con la cabeza muy alta, dejándose hasta la última gota de sudor en el césped y obligando a los azulgrana a rendir a un nivel sobresaliente, sobre todo en lo que se refiere a la defensa. En un duelo igualado, como han sido los ciento ochenta minutos de esta eliminatoria, los sevillistas no salieron derrotados, pero sí les queda un cierto regusto a hiel por el nulo premio que obtuvieron ante semejante esfuerzo.

Fue un duelo de fútbol cargado de contenido, con ambos técnicos moviendo a sus piezas como si se tratara de un tablero de ajedrez, con los dos equipos teniendo cada vez más miedo a encajar un gol después de un arranque ciertamente prometedor por la valentía con la que planteó el Sevilla el encuentro. Pero al final el esfuerzo se dejó notar y al cuadro nervionense tal vez le faltó haber roto el encuentro un poco antes. Quedará para siempre esa incógnita, sobre todo después de ver la nerviosera que le entró al Barcelona cuando el Sevilla atacó en las últimas acciones del encuentro, preñadas además de polémica en el gol anulado a Jesús Navas y en ese intento de Poulsen con la mano.

Fue el balance global de un encuentro que arrancó bastante animado para el Sevilla. Tal vez no tuviera otra, pero el planteamiento de Jiménez fue ciertamente valiente. Salir al Camp Nou con Renato como medio centro acompañando a Poulsen y con Chevantón junto a Luis Fabiano, además de Jesús Navas y Diego Capel en los extremos y Adriano en lateral izquierdo fue una propuesta osada. Tanto es así que el Barcelona, a pesar de ejercer como local y de no tener la eliminatoria totalmente resuelta, tomaba muchas más preocupaciones. Rijkaard optó por colocar dos líneas de cuatro futbolistas, con Márquez entre ellas y Xavi acudiendo a ayudar al mexicano para tratar de sacar el balón. La punta era para un Henry al que le gusta ya jugar algunos metros más atrás para que no quede en evidencia su pérdida de velocidad. Hasta Gudjohnsen se retrasaba para hostigar a Poulsen.

Con semejantes combinaciones de los elementos se planteó una partida de ajedrez bastante interesante. No en vano, ambos equipos trataban de tener el balón más tiempo que el rival y buscaban también las fórmulas para impedir que el deseado objeto esférico llegara en condiciones hasta los pensadores del equipo contrario. Así, fue particularmente elogiable el trabajo de Chevantón en pos de impedir que la pelota la tuviera Márquez y que fuera Puyol el encargado de armar la jugada de los azulgrana. La pena, para el uruguayo y para todo el Sevilla, era que esa tarea tan ingrata no tenía correspondencia con la participación del charrúa en el fútbol de ataque de los suyos. Pero el Sevilla, nada más ver el posicionamiento de sus futbolistas, lanzaba un mensaje de valentía, de ir a por el partido. Sirva también como dato significativo al respecto que a los 17 segundos de juego un fenomenal centro de Daniel estuvo a punto de ser rematado por un Chevantón que finalmente tocó el balón con la mano.

Era el primer aviso de lo que llegaría después. El Sevilla, con un Renato mucho más inspirado que en los últimos tiempos y con un Daniel tan clarividente como casi siempre, se apoderó del balón y metió al Barcelona en su área. Era un juego atractivo el que ponían en práctica los hombres de Manolo Jiménez, aunque existía un pero y era que el Barcelona tampoco estaba jugando un mal fútbol, condición indispensable para tener opciones de hacer una hombrada en el Camp Nou.

El Sevilla se quedó en el deseo a la hora de hallar opciones claras en su ataque. El dominio era claro, pero las ocasiones de gol no acabaron de llegar y se limitaron a un cabezazo de Luis Fabiano en un córner y a un puñado de salidas con buenas intenciones que casi nunca llegaron a concretarse en las cercanías de Víctor Valdés en posiciones favorables para los blancos. Tal vez fuera clave para ello que el estado físico de Luis Fabiano no era el mejor. Tras el descanso, las cosas siguieron igual de niveladas y sólo en los instantes finales fue capaz de romper amarras el Sevilla ante un Barcelona que se movió esta vez al son del fútbol que aprendió Rijkaard en Italia. Pero entonces ya era tarde, el tremendo esfuerzo no había servido para nada y el campeón le decía adiós a la Copa.

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