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Poco ruido y muchas nueces

  • Rubén Castro se venga de las cinco cesiones que padeció en el Deportivo llevando al extremo su pasmosa eficacia rematadora, al marcar en sus dos primeras llegadas .

Era la primera vez que Rubén Castro hollaba la tupida hierba de Riazor desde que se sintió libre de sus ataduras con el Deportivo, que debieron de resultarles eternas. Si había alguien con cuentas pendientes, era él. Y se cobró la factura a su estilo, el que distingue a los delanteros buenos de verdad. Hizo dos goles en sus dos primeras llegadas, agradeciendo dos templados centros de Nacho desde la izquierda. Si el Betis da una lección tras otra de eficacia rematadora, Rubén Castro es su más cualificado catedrático en la materia. Y no son disertaciones de fútbol. Sus intervenciones son parcas, muy parcas. Para qué divagar, para qué las paráfrasis. Basta con hablar cuando haya que algo que decir y no perderse en la farfolla.

Rubén dijo lo que tenía que decir, se llevó dos veces las manos a la cabeza para hacer su característica cresta de gallo, se permitió el lujo de fallar un tercer gol cuando el Dépor ya parecía un equipo de cuarentones pasados de kilos -menos mal para el Betis que ya había marcado Campbell el tercero- y se fue a la ducha liberado, después de haberse quitado un gran peso de encima. El peso de una gran roca, como la que portaba Sísifo.

El bueno de Rubén tuvo que sufrir hasta cinco veces el trauma de ser cedido a otro club -Albacete, Racing y Nàstic en Primera, Huesca y Rayo en Segunda- mientras permaneció bajo la disciplina del Deportivo, desde el verano de 2005 hasta el de 2010. Cinco veces acarreó el canario la piedra hasta la cima de la montaña, y cinco veces que volvió a caer rodando hasta el pie de la misma. Y con ella, sus ilusiones de consolidarse como lo que hoy es, todo un delantero de Primera División. Y de los reputados.

Volvió a situar Mel al punta canario en el perfil derecho de su línea de tres atacantes. Pero alejado de la cal, como en aquella primorosa segunda parte en Getafe. Y de nuevo actuaba a su lado Jorge Molina, su mejor compañero de andanzas. Desde que llegaron a Heliópolis en ese convulso verano de 2010, Rubén y Jorge han hablado el mismo lenguaje sobre el terreno de juego. Ven el fútbol bajo el mismo prisma y ocupan los espacios con una prodigiosa coordinación. Cuando uno actúa de espaldas y hace de pantalla, el otro traza un desmarque de ruptura a la espalda de la defensa en busca de recibir una pelota franca gracias a una triangulación mágica con su partenaire (opción A) o de un pase de los que se incorporan desde la segunda línea, léase Beñat o Salva Sevilla (opción B).

Este domingo, ninguna de esas opciones preferentes alumbró el juego de ataque verdiblanco. Tampoco hizo falta. Un equipo que aspira a objetivos nobles, como es este Betis cuando ya se ha cruzado más de un tercio de campeonato, suele esgrimir un amplio abanico de recursos hasta el gol. Y ante el Deportivo, afloró otro camino. Una opción C: prolongación del ataque por la banda, centro de Nacho al sitio y remate certero de Rubén Castro en un solo toque. Finalización perfecta. Es ya un clásico la estampa de Rubén desviando a la red el balón que le llega a zona de remate, como hace unos días sucedió con el caramelito que le envió Vadillo.

A Rubén no le hace falta que su equipo domine y someta al rival. Ni siquiera que juegue bien. Él espera su oportunidad paciente, ojo avizor. Se mueve por todo lo ancho del frente de ataque, olisqueando la debilidad de los defensas. Se alternó con Campbell, sobre todo, para dibujar diagonales hasta el corazón del área, tanto desde la derecha como desde la izquierda.

Y cuando su olfato le descubrió ese punto débil, allá que se lanzó como un felino: apertura de espaldas a la posición del extremo zurdo, inmediato sprint para aparecer en el segundo palo y cabezazo combado, a contrapié, para salvar a Aranzubia. Fue una jugada de delantero caro, que nació de su mente, se prolongó en sus pies y finalizó en su frente. Otra jugada más. En la segunda ocasión, más repertorio: avance de Nacho por el carril, desmarque al primer palo y sutil desvío cruzado a la red con la izquierda. Era el 0-2. No fue la sentencia, eso quedó para Campbell. Pero tras el partido, más de un aficionado gallego se encaminaría por la bahía del Orzán preguntándose: "¿Por qué cinco cesiones? ¿Por qué?".

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