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El saltador que nunca pudo volar

  • Yago Lamela, de 36 años, fue hallado muerto en su domicilio El atleta asturiano sufría depresión

"Estoy como Dante: descendiendo a los infiernos", confesó una vez el español Yago Lamela. Corría 2004 y Lamela, ya por entonces plusmarquista español de salto de longitud, luchaba por repetir en los Juegos Olímpicos de Atenas los 8,56 metros que, cinco años antes, lo habían convertido en la gran esperanza blanca entre los saltadores.

Lamela, hallado ayer muerto en su domicilio a los 36 años, tenía en sus piernas un tesoro. Pero las lesiones se empeñaron en robarle centímetros. Y a su cabeza siempre le costó convivir con ese quiero y no puedo. Junto a su maltrecho talón de Aquiles izquierdo, ésa fue su gran debilidad.

"Ha sido el palo más duro de mi vida", confesó Lamela tras conquistar el bronce en los Mundiales de París de 2003. Aspiraba el saltador asturiano a repetir o mejorar la plata mundial que se colgó en Sevilla en 1999 con un salto de 8,40 metros que obligó al mítico Iván Pedroso a volar hasta los 8,56 para alcanzar el oro.

Aquella fue la gran temporada del saltador español. En los Mundiales de pista cubierta de Maebashi de ese mismo año, Lamela también se había proclamado subcampeón mundial con un salto de 8,56 metros, récord europeo durante toda una década.

Pero a Lamela, un saltador más bien bajo y compacto, con una fuerza descomunal en las piernas, el gran despegue, lejos de elevarlo, le condujo inexorablemente hacia la estrepitosa caída.

El bronce mundial de París que había conquistado con un vuelo de 8,53 no le había servido para acabar de recomponerse psicológicamente. Lamela siempre fue un atleta peculiar. Un tipo reservado, poco dado a explayarse, huidizo. Voluntariamente o no, casi desde sus inicios, cultivó esa imagen de personaje semimaldito cuyo trágico final se adivina en el horizonte.

Las depresiones que siguieron a sus éxitos y a sus fracasos preocuparon siempre en el mundillo del atletismo, que intentó, infructuosamente, recuperarlo para el deporte.

Desde que en 2005 rompió con Rafa Blanquer, su entrenador en su época dorada, la mayoría de sus compañeros de profesión y de los dirigentes de la Federación Española de Atletismo tuvieron noticias de él sólo a través de la prensa. Y la mayoría fueron malas: ingresos en el hospital por depresión, un accidente de coche que le provocó una contusión pulmonar, problemas psiquiátricos...

Ni las lesiones ni la cabeza le acompañaron y en 2009, diez años después de su gran éxito, se retiró definitivamente.

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