Atletismo

Una semana en el infierno

  • Cuatro sevillanos corrieron el Maratón de las Arenas, la prueba más dura del mundo

"Hay experiencias que marcan la vida. Situaciones límites que cambian las formas de ver y afrontar las cosas. Eso es el Marathon des Sables". Una explicación tan sencilla como clara. Es la impresión de Manuel Soto, un sevillano que este año ha corrido la prueba más dura del mundo, el Maratón de las Arenas o Marathon des Sables (del 30 de marzo al 5 de abril pasados), con un único objetivo: cruzar la meta.

Y es que en el ultrafondo, en la mayoría de los casos, no se trata de llegar primero. Lo importante, simplemente, es llegar. La superación y la satisfacción personal son los premios en una prueba que este año ha recorrido 246 kilómetros por el desierto en autosuficiencia, divididos en seis etapas. Es decir, transportando desde el inicio la comida para todos los días. Pero Soto no se encontraba solo en la nada. Junto a él -acabó el 221- estaban otros tres integrantes del club Ultrafondo Sevilla, Gerardo Guerrero (267), Francisco Gómez (211) y Fran Algarín (538), que protagonizaban el debut de un equipo sevillano y andaluz, junto a otro gaditano.

Más de 70 españoles (de un total de unos 850 participantes) compartieron las jaimas dispuestas por la organización para dormir y descansar. Allí comían y se curaban las heridas, sin duda el principal problema de los atletas. "Era el temor de todos. A pesar de que íbamos con un material muy específico, es inevitable. Resultará extraño que a gente acostumbrada a correr tanto le salgan ampollas, pero cuando lo haces con 50 grados al sol, en arena, piedra, dunas, riachuelos... puede pasar. Y cuando pasa sólo piensas en qué haces allí tan lejos de tu casa", explica Gerardo Guerrero, que desde el tercer día las sufrió en sus carnes.

Pero más allá del sufrimiento, 246 kilómetros en el desierto dan para muchas historias. Una por kilómetro incluso, pues una parte de uno se queda allí. "Al final, cuando acabas, tienes la sensación de que algo de ti se queda en esas dunas", indica Soto, que no olvidará dos cosas: su encuentro con una serpiente y el hermanamiento de todos los corredores. "Odio los reptiles, y sabía que alguno me tendría que tocar. En un riachuelo seco, de pronto, me encontré una cascabel casi levantada a tres metros de mí y empecé a correr para atrás. Con todo, lo mejor es el ambiente. Allí no se compite, se convive. El primer día, víspera de Feria, en la jaima de los andaluces hicimos una mini Feria de abril con seis botellas de manzanilla, un queso y un kilo de jamón", apuntó Soto.

Fran Algarín, que en la etapa más larga, de 75 kilómetros, tardó más de 30 horas en completar la distancia por una lesión de rodilla, tampoco olvidará el compañerismo vivido en el desierto: "Allí se ve el verdadero valor de las personas. Gente como Jorge Aubeso, campeón de España que luchaba por el triunfo, que llegaba de los primeros, se quedaba después en la meta a esperarnos al resto y darnos ánimos. Eso, con toda la paliza que llevas encima, es un soplo de aire fresco".

Sin embargo, lo que más les ha marcado a todos son las condiciones en las que viven allí. "¿Cómo pueden estar allí? A una niña le di el último día toda la comida y el agua que tenía y parecía oro. Te parte el alma ver cómo sobreviven y valoras más lo que tienes aquí", finalizó Manuel Soto.

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