Olimpismo

Las sombras de un aniversario polémico

  • Pekín impresionó hace un año con sus Juegos, pero el gobierno no cumplió sus promesas

Los Juegos Olímpicos transformaron Pekín hace un año en una de las ciudades más futuristas e impresionantes del planeta, pero las promesas de mejora del medio ambiente y de los derechos humanos por parte del gobierno siguen sin cumplirse.

"Los Juegos fueron un punto de inflexión en la historia china. Sólo los Juegos podían demostrar lo bien que China había progresado en 20 ó 30 años. Pekín nunca será la misma", señaló el alcalde de la ciudad, Liu Qi, en su discurso de aniversario.

Del legado olímpico, el funcionario comunista destacó la combinación única de deporte, cultura y la mejora de infraestructuras y del medio ambiente. Sin embargo, una espesa capa de partículas cubría ayer el fantasmagórico perfil del Nido de Pájaro (el estadio nacional) y el Cubo de Agua, joyas arquitectónicas olímpicas, mientras el parque de vehículos sigue creciendo a pesar de las restricciones ambientales.

Al ganar la cita olímpica en 2001, China se comprometió en mejorar el medio ambiente y los derechos humanos, y el COI pensó que con los Juegos el país cambiaría, pero en realidad China los usó para intentar cambiar sólo su imagen en el mundo, según los analistas.

"En las últimas semanas hemos tenido numerosas pruebas de que los Juegos fracasaron en presentar a China como un Estado que respeta los estándares internacionales básicos en derechos humanos", señaló Phelim Kine, investigador para Asia de la ONG Human Rights Watch (HRW), quien recordó la detención, acoso y ataques físicos a los periodistas extranjeros durante la cita olímpica.

"Los juegos fueron impresionantes, hicimos grandes amistades. Samaranch es un buen amigo de China", resume Jason Yang, de 76 años.

La cita olímpica mejoró los transportes y, junto al cierre de plantas contaminantes, sirvió para mejorar la calidad de vida en Pekín. Sin embargo, el milagro arquitectónico pequinés ha supuesto la desaparición de la mayor parte de la ciudad imperial, una práctica secular cada vez que un nuevo emperador quería dejar una impronta indeleble de su paso por el Imperio del Centro.

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