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Sin tensión y... tenso

  • Desconocido El Sevilla mostró su peor cara de los últimos meses y no se metió en un partido que siempre controló el Atlético Cuesta arriba El mal arranque y la expulsión de Maresca fueron decisivos

El Sevilla eligió el peor día posible para mostrar su peor cara, para enseñar ese fútbol inconexo con el que arrancara la actual temporada y que lo ha llevado a tener que subir una especie de Everest en pos de llegar a los puestos que le están reservado a este grupo de futbolistas que ahora tiene a su disposición Manolo Jiménez. El Atlético del Kun Agüero y, sobre todo, de Forlán tuvo suficiente con tirar de oficio para dejar muy tocados a los nervionenses en esa lucha directa que ambos han entablado para acabar en los puestos que dan derecho a disputar la próxima Liga de Campeones.

Puede parecer una contradicción, un juego de palabras fácil, pero el equipo sevillista cayó por su absoluta falta de tensión en el arranque y, paradójicamente, por mostrarse demasiado tenso con posterioridad. ¿Cómo se puede explicar semejante acertijo? Muy sencillo, los hombres de Jiménez no se metieron en el encuentro con el silbido inicial de Delgado Ferreiro y les costó un verdadero mundo enterarse de que estaban ante una cita trascendental.

No se sabe bien la razón que lo propició, el viento o lo que fuera, pero lo verdaderamente incontestable era que siempre llegaba al balón un futbolista vestido de azul antes que los que lucían la equipación blanca. Eso sucedió desde el primer minuto y a partir de ahí todo se le puso muy cuesta arriba a los anfitriones. El posicionamiento de los peones no difería para nada con el dispuesto en las anteriores citas, entre otras cosas porque el equipo inicial era exactamente calcado al que venciera siete días antes en Mestalla, pero las cosas no tenían nada que ver con entonces.

Al contrario, el Sevilla se sentía incómodo desde la campana inicial. Kanoute no era capaz de quedarse con ningún control, ni siquiera con los que parecían tremendamente fáciles; Daniel se empeñaba en imposibles por mucho que su nivel fuera mejorando con posterioridad; Luis Fabiano era una isla arriba y cada vez parecía más ofuscado por la impotencia de verse rodeado permanentemente por varios rivales; Jesús Navas quedaba tocado sensiblemente en su rodilla por un recado de Raúl García; Diego Capel apenas tenía salidas por su banda; Poulsen debía atender a tantos fuegos que no apagaba ninguno; Keita corría camino de ningún sitio; Adriano mostraba su versión más infantil, incluido el toquecito que sirve para que el Atlético marque su primer tanto... Era un Sevilla completamente desconocido, tanto que su mejor hombre, al menos en apariencia, era el denostado Mosquera.

La suma de tantos factores individuales producen un lógico balance colectivo que dicta que el Atlético está mejor plantado sobre el campo. Y en esto también, por qué no decirlo, influye la disposición táctica sobre el tablero, ya que los visitantes estaban mucho mejor puestos, trabajan de manera colectiva para llegar siempre en superioridad a la lucha por el balón y cada vez se sentían más a gusto sobre el campo. A eso contribuyó, por supuesto, que fuera Maxi Rodríguez el primero que acertara ante el gol.

Pero el tanto del argentino no era ninguna casualidad, ya que se habían disputado casi veinte minutos y el Sevilla no era capaz de arrancar su motor. Como tampoco lo llegaría a hacer en el tramo que llevaría el encuentro hasta el descanso. Encima Jiménez, por culpa de una petición de Jesús Navas, se precipitó claramente a la hora de tomar la decisión de introducir en el campo a De Mul en lugar del palaciego. En teoría, era el cambio lógico por la posición que ocupan ambos, pero el tiempo se encargaría de demostrar lo errónea de la medida. El belga, sencillamente, no está para jugar aún, con acento cuando equivale a todavía y ojo a esto, en la Liga española y el colectivo lo notaría con posterioridad.

Restaba un tiempo entero por delante y aún podían suceder muchas cosas, sin embargo. Tantas que la primera de ellas consiste en la mejor noticia que pueden recibir los nervionenses. El Sevilla se pareció por un instante al Sevilla y bastó con una combinación de sus tres pilares fundamentales para que el marcador estuviera otra vez equilibrado. Se litigaron entonces los minutos más parejos, pero aquello había nacido torcido y así continuaría hasta el instante final.

Porque Agüero apareció entonces para pedir su particular cuota de protagonismo y se encargó de tumbar a los sevillistas. Primero, buscándole las espaldas a Daniel y a Mosquera en un centro que no parecía entrañar ninguna complicación para los intereses de Palop; después ejerció de argentino para sacar de sus casillas a Maresca, quien, a su vez, no hizo de italiano y cayó en la trampa como un principiante. El resto fue un quiero y un no puedo por parte de un Sevilla que apeló a la casta cuando ya era imposible. Entonces, incluido el cabezazo de Maresca a Agüero, sí apareció la tensión en un equipo que no tuvo jamás la tensión necesaria para un partido grande.

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